Hacia el reequilibrio del sistema de partidos
Los resultados de la triple consulta electoral del 10 de junio son expresión clara de las tendencias correctoras del sistema de partido hegemónico que se aprecian en el electorado español desde 1982. Esta reorientación electoral no debería ser puesta en peligro por urgencias pactictas, según el autor del artículo.
El rasgo más singular de la democracia española quizá sea la cambiante configuración de su sistema de partidos. Desde 1977, año de celebración de las elecciones constituyentes, ha experimentado -experimenta aún- considerables mutaciones, más allá de lo que podría estimarse como fluctuaciones normales de los resultados electorales. Los recientes comicios han supuesto, una vez más, una notable recomposición del mapa político. Bajo la inestabilidad externa se aprecian, sin embargo, desde 1982, ciertas constantes o tendencias correctoras del sistema de partido hegemónico que emergió con aparente fuerza de las elecciones generales de aquel año. El hundimiento de UCD, la crisis del PCE y la ley electoral, entre otros .factores, produjeron una situación de desequilibrio en beneficio del PSOE, que a partir de entonces parece pugnar por reequilibrarse. Existe un impulso en la sociedad, al que no son ajenos, como es lógico, los otros grupos políticos, tendente a impedir la cristalización de un escenario articulado en torno a un partido dominante, más importante que todos los demás juntos, permanente sucesor de sí mismo en el poder, que de hecho terriiinaría por convertir las elecciones legislativas en mero trámite.Reorientación
La triple elección que acaba de celebrarse es, por sus resultados, expresión clara de esa tendencia a rectificar la descompensación que padece aún nuestro sistema de partidos. Ha supuesto un paso significativo en la dirección más apropiada para mejorar el funcionamiento de la democracia española, es decir, para colocar en un horizonte posible la alter nancia en el poder. Tan esencial es, a mi juicio, esa reorientación del electorado que su continuidad no debería ser arriesgada por movimientos tácticos ni por urgencias pactistas que no estén inspiradas por la necesidad de atender la gobernabilidad de las instituciones territoriales. Su análisis y valoración debería tener, por el contrario, como objetivo esencial, las próximas elecciones generales.
El movimiento de los. electores hacia el reequilibrio del sistema de partidos se diversifica en tres tendencias (excluyo, por razones de espacio, el examen de los resultados de Izquierda Unida que servirían para abonar las hipótesis que se mantienen) que permiten contemplar de manera global el proceso político desde 1982 hasta el día de hoy.
Se percibe una tendencia, intensa y constante, a la pérdida de votosporparte del PSOE, en cifras absolutas y relativas. Del 48,37% al 39,10% de los votos entre las elecciones generales de 1982 y las europeas de 1987. De 10.127.392 a 7.568.752 votos entre las mismas fechas. El PSOE, en cinco años, ha perdido muchos votos y, con ellos, la mayoría absoluta en los principales ayuntamientos y parlamentos regionales. Es más, de aplicarse provincia a provincia, como si se tratase de elecciones generales, los resultados que arrojan los comicios al Parlamento Europeo para determinar cuántos escaños se adjudicaría el partido gobernante, también en el Congreso habría desaparecido la mayoría absoluta de los socialistas. Está, pues, al borde del fracaso la estrategia del PSOE de consolidar un partido hegemónico sin alternativa, hasta ahora firmemente sostenida aunque encubierta por una infantil ficción de bipartidismo, coprotagonizada, por AP.
Se observa, en segundo lugar, una tendencia, igualmente constante, pero menos pronunciada, de AP a la pérdida de votos, asimismo en términos absolutos y relativos. En las elecciones generales de 1982, la Coalición Popular obtuvo el 26,37% de los votos (5.520.595); en las de 1986, el 26,15% (5.247.677 votos); en las recientes elecciones europeas, el 24,66% (4.773.236 votos). El descenso es aún más acusado si la comparación se realiza entre las elecciones municipales de 1983 (26,43% de los votos y 4.843.665 votos) y las de 1987 (20,34% y 3.895.366 votos), en que la pérdida ha sido de seis puntos porcentuales y de un millón de votos. En rigor, este último dato, aun siendo digno de consideración y confirmatorio de la tendencia, habría que valorarlo con un coeficiente de corrección, toda vez que en elecciones territoriales hay un voto de derecha que se inclina por partidos de carácter local o regional o por candidaturas que se autoatribuyen naturaleza independiente. Por el contrario, es inevitable deducir, de una parte, que los votos que abandonan a los socialistas no se trasladan a los aliancistas; y de otro lado, que la radiografía electoral reitera, una vez más, la insuperable dificultad de la derecha conservadora de configurarse como altemativa de poder y de ganar las elecciones al PSOE. La primera condición para alcanzar la victoria electoral no es otra que la creencia del electorado de que este o aquel partido o de que tal o cual líder pueden alzarse con el triunfo.
Centrismo político
Hay, en tercer término, una tendencia, constante y moderada, al crecimiento del centrismo político encarnado en el CDS. En 1982, el partido centrista obtuvo el 2,89% y 604.309 votos; en 1986, el 9,16% y 1.838.000 votos, y en 1987, el 10,26% y 1.985.227 votos. La comparación entre las dos últimas convocatorias municipáles resulta todavía más favorable. Está, no obstante, dentro de la lógica de las cosas que los adversarios políticos del CDS destaquen su limitado aumento de votos entre las elecciones generales de 1986 y las europeas de 1987, así como su aparente perfil de bisagra. Pero olvidan al menos los siguientes hechos: 1. Que el partido centrista es el único que incrementa en números absolutos sus apoyos electorales en ,unas elecciones en las que la abs, tención fue algo mayoy que en las generales del pasado año. 2. Que el CDS presentó 3.500 candidaturas en las elecciones municipales que, si bien cubrían el 80% de la población, representan un déficit considerable de agentes electorales y dificultades en la movilización exhaustiva del voto. 3. Que las elecciones territoriales no son tampoco las más favorables para un partido centrista por la propensión contrastada a la dispersión del sufragio en favor de formaciones políticas locales y regionales de carácter moderado. 4. Que el liderazgo de Adolfo Suárez, al no poder participar como candidato por virtud de una inconcebible arbitrariedad socialista, no ha tenido posibilidad de desplegarse en toda su dimensión. 5. Que, a diferencia del conservadurismo, el centrismo político y el liderazgo de Suárez atraen un segmento del voto que pierde el PSOE, Aunque la captación o recuperación de electores no es uniforme en todo .el territorio nacional, en parte por la desigual implantación del CDS, la tendencia se percibe con claridad si se exaniina el trasvase de sufragios provincia a provincia. 6. Que el liderazgo de Suárez, como expresión de popularidad personal y capacidad de comunicación, tiene hoy igual o mayor proyección que el de Felipe González. 7. Que el CDS, según las encuestas disponibles, es el partido que goza de mayor simpatía como opción política a votar en segundo lugar por casi la mitad de los votantes de AP, y por más de un terció de los votantes del PSOE. Dejo de lado, para otra ocasión, la evaluación de la notable discriminación de que han sido objeto las candidaturas centristas en TVE y los menores medios disponibles.
De este conjunto de consideraciones, desde las que cabe medir el alcance actual y potencial de la tendencia al ascenso, del CDS, se puede extraer la siguiente conclusión: la confirmación de que la batalla electoral se gana o se pierde en el centro y que sólo en el centro y desde el centro es viable construir y asentar una opción que garantice la alternancia en el poder, esencia del sistema democrático. El centrismo político reemerge así como alternativa con virtualidad para aglutinar y articular una nueva mayoría social que, en sustitución del socialismo, obtenga al menos la mayoría relativa de escaños en las próximas elecciones generales. Reúne las condiciones indispensables de las que carece el conservadurismo: el liderazgo, el proyecto y el imán del voto progresista y socialista. La falta mejorar, extender y fortalecer su implantación, y a través de ella, su imagen y capacidad de convicción.
Bisagra o alternativa
No se me oculta que las precedentes reflexiones reabren la polémica sobre la existencia o inexistencia del centrismo y sobre su carácter de bisagra o alternativa. La realidad aporta unos datos sobre los que es doble formular hipótesis variadas. Pero hay una dfícil de discutir: que el centro políticamente organizado, por mediación del CDS, ha readquirido carta de naturaleza en el proceso político español. Se puede encontrar causas diversas. No sería la menor ni tampoco la menos importante una razón de orden histórico: el centrismo dejó una huella de reforma, progreso y libertad en la transición democrática y la transición democrática dejó la suya, en el sistema de partidos de la democracia española; sistema cuya configuración tiende precisamente a repetir el formato vigente en 1977 y 1979.
Aunque la legislatura actual no expira hasta junio de 1990, España habrá de celebrar nuevas elecciones al Parlamento Europeo en el primer semestre de 1989, con los demás países de la CE Por economía procesal, parece lógico anticipar las elecciones generales para hacer comicidir ambas consultas electorales. De estimarlo así el Gobierno, habría de disolver las Cortes hacia febrero de 1989. No queda, pues, mucho tiempo. Los pactos o la inexistencia de pactos, garantizando siempre la estabilidad y gobernabilídad de las instituciones, habrán déencontrar su sentido político más pleno en ese horizonte de tiempo escaso.
fue ministro con UCD y milita en el CDS.
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