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Éxito en Bruselas de la versión de Lluis Pasqual de la ópera 'Falstaff'

No fue una ovación cerrada, pero la reacción del público, por lo general muy frío, fue suficiente para convertir el estreno de la versión de Lluís Pasqual de Falstaff en el teatro de La Monnaie en un éxito, algo que, dadas las circunstancias, tiene su mérito: la última producción de este teatro, La Traviatta, había causado verdadero furor, y la comedia shakespeariana del seductor burlado era la primera que ofrecía La Monnaie tras la amarga pelea interna que ha acabado en la huida voluntaria de Maurice Béjart, el director del Ballet del Siglo XX, a Suiza.

Nada de esto, sin embargo, pareció influir en el ánimo de los espectadores que llenaban la noche del domingo uno de los teatros de ópera europeos considerado por muchos entre los primeros del mundo. El propio Pasqual lo sitúa a la cabeza de los teatros del Viejo Continente, y confiesa haberse sentido tan cómodo durante el mes de ensayos como en el María Guerrero.Era la segunda vez que el director del Centro Dramático Nacional montaba una ópera fuera de España (en total ha montado cinco), tras la puesta en escena de La vera storia, de Berio, en París. Allí fue donde empezó a fraguarse el proyecto de venir a Bruselas, a través de contactos con el director de La Monnaie, Gerard Mortier, que la noche del estreno recorría feliz su teatro, aparentemente más excitado que el propio Pasqual.

Reacio a saludar, el responsable de la puesta en escena y de la iluminación de la nueva versión de la comedia con la que Verdi, a los 82 años, se despidió de la ópera, sólo consintió salir a recibir su parte de los aplausos, cuando todos lo hacían por segunda vez. Y eso que sir John, el belga José van Dam, no paraba de buscarlo con la mirada entre bambalinas.

Vam Dam fue precisamente una de las claves del éxito, junto con los papeles de Fenton y Nannette. Lluís Pasqual ha tenido que crear de cero cada papel, porque ninguno de los cantantes había cantado antes Falstaff. "Ha sido quizá lo más apasionante de todo el trabajo, porque era una auténtica labor de creación", aseguraba tras uno de los ensayos finales, y le ha dado resultado.

Sin resultar ridículo, el atlético cantante belga tuvo que ser engordado para dar veracidad al personaje del viejo engañado por quienes debían ser sus víctimas. Sus movimientos como todos los de la compañía, son claves en el desarrollo de la obra. Lluís Pasqual no ha dudado en echar mano de sus recursos teatrales, y su Falstaff se identifica más con las técnicas de la comedia del arte que con la, visión tradicional del personaje.

La Monnaie, a pesar de la crisis financiera que atraviesa desde que acabó de ser restaurado, hace pocos meses, tiene comonorma no escatimar gastos en nuevas producciones. Si el champán y las ostras que se tomaban los actores de La Traviatta eran reales, la austeridad de los decorados y el vestuario de Fabiá Puigserver quizá no se prestaran a esos lujos. Pero para que todo saliese redondo se ha hecho traer varias partes de fuera.

"Es una delicia", aseguraba Lluís Pasqual, "porque como en Bélgica están en el centro de todo, van a Holanda, a Francia o a Alemania a por cosas como quien va a la esquina".

En esta ocasión han llegado incluso más lejos: a Italia, a fabricar las columnas de ladrillos, al Reino Unido, por las gasas; a Francia, por el mejor cortador de trajes del siglo XIX. Algo que no le parece a Pasqual un lujo excesivo, ya que, dice, lo que más cuesta en la ópera es el tiempo, ensayar como en este caso, 37 días, cuando en el teatro de la Zarzuela de Madrid apenas se llega a 20.

No es seguro, aunque sí posible, que esta versión del Falstaff llegue a verse en España. No se parece en nada, reconoce el propio director, a la que se presentó en Madrid y Barcelona hace cuatro años, porque entonces tuvo que construirla en tomo a un cantante de complexión muy diferente a la de Van Dam, Joan Pons. Y cuando en 1989 vuelva a ponerse en escena esta pieza en la Zarzuela habrá que "elegir entre las dos versiones, o incluso, por qué no, crear una tercera".

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