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LAS VENTAS

Niño de la Taurina arma un alboroto

JOAQUÍN VIDAL El Niño de la Taurina irrumpió ayer en Las Ventas a la antigua usanza: a por todas y armando un alboroto. Así entraban antes los novilleros en Madrid cuando querían ser figuras. Ahora suelen acudir con ganadito, haciendo toreo de espejo si sale bueno, delegando la lidia en un subalterno si trae problemas, y si no triunfan, le echan la culpa a la frialdad del público. La supuesta intransigencia del público de Madrid les sirve de pararrayos a muchos.

La realidad del público de Madrid, sin embargo, es otra: cómo se hace de miel y cómo caldea el ambiente a temperaturas de fusión pudo apreciarse palmariamente durante la actuación del Niño de la Taurina en su primer novillo, que fue brillantísima desde que se abrió de capa hasta que se perfiló para matar. Las verónicas, embraguetado, bajas las manos y ganando terreno; el quite por chicuelinas, ceñido, suave y más bajitas las manos aún; la brega, en persona y con buen sentido lidiador; el tercio de banderillas, rápido y seguro; la faena de muleta, arrolladora.

Laguna / De los Reyes, A

Martínez, Niño de la TaurinaNovillos de La Laguna, en general bien presentados, que dieron juego. Juan de los Reyes: tres pinchazos y estocada (silencio); pinchazo hondo tendido y descabello (silencio). Alberto Martínez: media muy trasera y tendida, rueda de peones y cuatro descabellos (silencio y pinchazo y estocada corta atravesada (silencio). Niño de la Taurina: dos pinchazos, estocada perpendicular caída y dos descabellos (ligera petición y vuelta); estocada corta perpendicular baja y descabello (aplausos). Plaza de Las Ventas, 21 de junio.

Dispuso para todo ello de un novillo pastueño. El mejor de la tarde, es cierto. No es menos cierto que apenas se notó, pues siempre estuvo por encima de su boyantía. Cuando lo citó a larga distancia, desde el mismo centro del redondel, para darle el pase cambiado, que ligó con un molinete y uno de pecho, todo ello sin enmendarse lo que se dice nada, ya había prendido Niño de la Taurina la mecha y a partir de ahí hizo subir continuamente la temperatura ambiente, hasta los grados de fusión dichos.

En los medios, dominando el novillo y la situación, ligó redondos y su remate con los ceñidísimos pases de pecho sin solución de continuidad fueron de asombro. Bajó la calidad de su toreo en los naturales y la recuperó de nuevo con la derecha, tirando de repertorio en el que incluyó afarolados, molinetes, ayudados, trincherillas, cambios de mano, manoletinas, que empiezan a estar otra vez de moda, ¡Al cabo de los años mil!; y, finalmente, el desplante, de rodillas y de espaldas, acercando la despejada cabeza pensante a la cornuda cabezota achuchona, para pasmo de la afición y horror de turistas, que caían víctimas de alucinaciones y lipotimias. Valor, entusiasmo, torería, había aunado Niño de la Taurina cuando montaba la espada, en medio del delirio. Pero a la jubilosa realidad de la faena sucedió la realidad cruel del volapié, que ejecutó como un vulgar pinchauvas. Las orejas, la salida a hombros, perdió ahí, por matar peor que mal: fatal.

No tuvo otra oportunidad Niño de la Taurina. El sexto, grande y con casta, le vino ancho, alto, largo. Se embraguetó otra vez en las verónicas, hizo un quite por gaoneras, y en cambio la seguridad con que banderilleó al tercero, aquí se tradujo en clavar a toro. pasado. Después, la templada ligazón de los pases de muleta resultó imposible, pese al arrojo que puso en el empeño. El genio de la res medía las condiciones de este novillero alborotador y aventajado que aún tiene muy reciente su debú con picadores: en las asignaturas fimdamentales de la tauromaquia que versan sobre terrenos, querencias, distancias, aún está verde -le falta práctica mientras es evidente que atesora valor y ambición de triunfo, disciplinas para las que no existen cátedras ni catedráticos, porque se llevan en la masa de la sangre o no hay quien las enseñe.

Novilleros pitos

Había en la tarde otros dos novilleros interesantes, que se quedaron prácticamente inéditos por motivos bien diferentes. Juan de los Reyes reaparecía después de una cornada grave y lo primero que le ocurrió fue que perdió pie ante la cara del novillo y sufrió un horrible menudeo de derrotes que si afortunadamente no le hirieron, le mermaron física y anímicamente. Molestado por el viento en su primer novillo, por los cambios del cuarto, que unas veces acudía codicioso al engaño y otras probaba la embestida, no redondeó faenas, si bien apuntó su buen corte torero en algún natural y en algún trincherazo.

Los más flojos le correspondieron a Alberto Martínez. A uno de ellos lo tiró patas arriba al castigarlo por bajo con mucha hondura -demasiada hondura, para la endeblez y la bondad de lo que tenía delante- y siguió con series de naturales bien templados y ligados. A la faena le faltó emoción y garra.

El quinto tenía genio y delegó su lidia en el peón Alejo Oltra. Llegó el novillo violento a la muleta y en cuanto vio de cerca los derrotes, macheteó de pitón a pitón y a prudente distancia, como si se tratara de un pregonao. No era un pregonao. Era uno de esos novillos con problemas que descubren a los toreros de espejo. Y la afición madrileña, que se alborota hasta la fusión de los metales si hay con qué, se suele quedar fría como iceberg con los toreros de espejo. La afición madrileña lo ve todo, como la Virgen.

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