Curar a ratos
POCO DESPUÉS de la triple consulta electoral del 10 de junio, los médicos han suavizado la huelga de los hospitales públicos, transformándola de total en parcial, aunque mantienen su carácter indefinido. En una interpretación verdaderamente burlesca del compromiso profesional al que están obligados por el juramento hipocrático, los huelguistas han decidido dejar abandonados a su suerte a los pacientes sólo los martes y miércoles de cada semana. Pero en su actitud hay, más allá de la retórica, un reconocimiento implícito de encontrarse en un callejón, y todo parece indicar que la mayoría de los huelguistas sólo espera un gesto de la Administración que les permita emprender la retirada con alguna dignidad. El ministro debería ser sensible a la bandera blanca que se le muestra.A medida que el conflicto iba enquistándose ha ido haciéndose más evidente la impresión de que muchos profesionales se sentían víctimas de una gran embarcada por parte de irresponsables aprendices de brujos, incapaces de deshacer el embrollo en que se habían metido.
Como en aquella película británica en la que unos activistas del siglo I exigían como condición para deponer su actitud "la demolición del Imperio romano", los promotores de la huelga han sido incapaces de concretar sus reivindicaciones más allá de generalidades del tipo "detener el deterioro de la sanidad pública", con lo que hacían inviable una salida negociada. Cuando han intentado especificar algo más sus pretensiones, la cosa ha resultado aún peor, porque se han metido a legisladores, pretendiendo un absurdo derecho de veto respecto a las leyes o a las prioridades presupuestarias establecidas por el Gobierno y votadas por las Cámaras.
Plantear una huelga indefinida sobre esas bases y en un sector de servicios públicos tan sensible como el de la salud, convirtiendo a los enfermos en rehenes forzosos del delirio gremial de algunos, revela una gran dosis de ignorancia sobre lo que es la actividad sindical.
Junto a oportunistas defensores de privilegios ancestrales, en la coordinadora promotora de la huelga se ha agrupado probablemente una parte de lo mejor del colectivo médico. La escasa implantación de las centrales sindicales mayoritarias en el sector, junto a la sensación de desánimo, falta de incentivos y desorientación que domina hoy a miles de médicos, ha favorecido ese agrupamiento de sinceros defensores de la calidad de la sanidad pública con quienes pugnan por deteriorar de manera irreversible la imagen de esta última. El resultado ha sido una mezcla confusa de demagogia y corporativismo que necesariamente conducía a emprender una alocada huida hacia adelante de la que ahora nadie sabe cómo apearse.
Pero si el trasfondo político de la huelga ha acabado por ponerse de manifiesto, la torpeza de sus promotores ha oscurecido el verdadero debate sobre las deficiencias de la sanidad pública española. Porque si bien es cierto que el debate sobre el porcentaje del producto interior bruto que debe dedicarse a la salud no tiene por qué resolverse entre un ministro y una coordinadora de médicos de hospitales, el desastre asistencial denunciado es bien real. A atajar algunas de sus causas se orienta la reforma prevista, y por ello es imprescindible abordarla cuanto antes, pero todavía está por ver en qué van a beneficiar al usuario las medidas contempladas.
Cortar con los abusos a que daba lugar la indefinición sobre el sistema de incompatibilidades era urgente, por motivos morales y de rentabilización de las inversiones realizadas en material, pero todavía no sabemos si la previsible adscripción al régimen de exclusividad por parte de la mayoría de los médicos va a traducirse en una disminución del número de cartillas de cada doctor y en una correlativa mejora de la atención individual a los pacientes.
Bien está que gerentes profesionales acaben con el amateurismo y la anarquía que venían presidiendo la política financiera de los hospitales españoles, pero eso no resuelve por sí mismo ni las esperas de meses para entrar al quirófano ni las agresiones a la dignidad de los enfermos producidas cada día en muchos de esos centros hospitalarios. Si algún efecto ha tenido la huelga de los médicos ha sido el de hacer perder a los usuarios el miedo reverencial a la clase médica y concienciarles sobre sus propios derechos. De ahora en adelante, los ciudadanos van a ser más exigentes y más difíciles de manipular. Los médicos tendrán que tenerlo en cuenta, pero también la Administración.
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