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Tribuna
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'Pentimiento

Fernando Savater

Querido A.: el dossier de prensa que me envías, con tu habitual generoso miramiento, contra algunas de mis actitudes públicas acerca del uso revolucionario de la violencia no me era del todo desconocido. Se repiten las sólitas acusaciones de reconversión interesada de mis opiniones de antaño en beneficio de lo hoy establecido, apoyo legitimador al poder, renuncia a la función crítico-utópica del intelectual, etcétera. Por tu parte, cariñosa y preocupadamente, me cuestionas que resulte lícito -política y hasta éticamente- condenar cualquier tipo de violencia antiestatal mientras sigamos en una sociedad injusta y militarizada. Voy a intentar responderte, no por azoro -de sobra me conoces- ante el qué dirán, sino por fidelidad lúdica ante lo que debe ser dicho.En estas fechas en que celebramos el aniversario del segundo Congreso de Intelectuales Antifascistas del año 37, vaya esta página en homenaje a André Gide, presidente del pnimer Congreso el año 35 en París y semiproscrito después por haber contado sin ambages sus impresiones tras un viaje a la Rusia estalinista. Y a Mario Onaindía, a quien no se merecen y por eso no salió.

Vaya primero una palabra sobre las transformaciones culpables de mis puntos de vista políticos. Curioso país éste, donde el desencanto es prueba de honradez insobornable y el arrepentimiento parece demostrar, por el contrario, cobardía. ¡Qué fácil les resulta no cambiar de -opinión a quienes nunca se han molestado en fundar la suya! Leo tres o cuatro libros semanales sobre cuestiones relacionadas con los valores y la práctica social: si supusiera que lo que he de pensar sobre estos temas está ya definitivamente establecido, no leería más que novelas, que es lo que de verdad me gusta. Por lo demás, no deja de ser sorprendente dar por sentado que las opiniones sobre temas históricos deban ser ahistóricas. Parece indiscutible que si Marx hubiese vivido en el siglo XVIII no hubiera escrito El capital, pero por lo visto hay quien supone que de vivir hoy no necesitaría camb iarle ni una coma. Los que así creen confunden el análisis socio-económico de Marx con el milenarismo de Thomas Münzer, la reflexión sobre lo real con la autoindulgente e inmutable creencia religiosa. O quizá ni eso: ya Nietzsche previno contra quienes a toda costa tratan de hacer rimar cada época de su vida con las anteriores, como los malos poetas que fuerzan el sentido con talde procurarse la ripiosa consonancia.

La honradez intelectual no consiste en mantener ni en modificar las posturas teóricas, sino en dar cuenta de los pasos que se van siguiendo. Pero no hay ingenuidad mayor que suponer adhesión inquebrantable, fruto de vergonzoso soborno, a cuanto no sea denuncia global de lo vigente o justificación porque el sistema de recompensas no funciona ahora como en el franquismo: hay legitimadores del status a los que nunca se ve en un cóctel y críticos furibundos de lo establecido que jamás se pierden un pase de modelos. Segundo, porque quienes antes se encantaron y se desencantaron luego no tienen derecho a suponer que quienes no hemos necesitado desencantarnos estemos ahora tan encantados como ellos antes. Tercero, porque el culto reverente a la retórica del conmigo-no-pueden está bien para la juventud ávida de méritos y para la vejez que torna posesión anticipada de la gloria, pero lo propio de la madurez es no enrojecer ante la obligación de hacerse cargo.

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Me subrayas en las requisitorias que me envías frases contra quienes creen que la democracia "es una panacea" o quienes deambulan por el universo mediático con semblante feliz, "corno si vivir en la España de hoy fuera un enorme privilegio". Los únicos que toman a la democracia por una panacea son quienes ante cada retraso del autobús o cada conflicto laboral rezongan: "¡Pues vaya democracia!". Los demás sabemos que la democracia es la renuncia consciente y definitiva a las panaceas, es el zarandeado orden institucional que reposa sobre un solo principio inamovibole: no hay panaceas. Nada haria tan superflua y dañosa a la democracia como el descubrimiento de cualquier panacea política: panacea o democracia, that is the question. Por lo demás, desde un punto de vista general, vivir en España constituye, en efecto, un gran privilegio: si a un nasciturus que se dispone a caer en el mundo se le informara de todas las situaciones políti cas que podrían corresponderle, consideraría la chance de aparecer en España hoy como una opción equivalente a lograr el pleno de la lotería primitiva en un día de seis acertantes. No lo tomes como una declaración de amor incondicional, porque yo

también tengo mis objeciones al sistema: ya que insistes, te confesaré la que me parece más grave. La democracia le permite a uno elegir sus gobernantes, pero no sus conciudadanos. Limitación irremediable y fatal de la que derivan los restantes males. Mientras no sea posible seleccionar a nuestros iguales tal como se nos permite seleccionar a los jefes, nunca estaremos del todo a gusto entre los que mandan y los que obedecen...

Me recuerdas que dicen: "¿Qué derecho hay a condenar la violencia de los insumisos si el sistema todo es violento?". Creo que no sólo es un derecho, sino una obligación. El sistema, en cuanto acepta a su renqueante modo la sujeción a la ley, tiene la violencia como límite periférico del conflicto, pero no como núcleo de éste. Empeñarse en desnudar al Estado de sus cortapisas legales para que revele al fin su verdad de fondo es como sostener que el auténtico rostro de cada cual no es el que ve en el.espejo, sino la oculta y omnipresente calavera. La tarea progresista -esto es, esclarecida y emancipadora- viene a ser precisamente lo opuesto: no destripar la muñeca jurídica con objeto de sacar a la luz la violencia de su interior, sino elucidar en cada episodio violento los niveles legales en litigio. Porque no es la violencia el fondo real del conflicto político, sino el conflicto político -en sus carencias y en sus exigencias- lo subyacente a los fenómenos de violencia. La visión opuesta supone aceptar el corazón mismo de la doctrina militarista: el poder redentor de las armas y la vertebración del Estado en torno al ejército como pueblo en armas.

Hablamos, por supuesto, de nuestro aquí y ahora. Y aquí y ahora no es lo mismo la violencia como consecuencia de una protesta civil (Reinosa, Puerto Real) que la militarización voluntarista de conflictos civiles por obra de una dictadura militar alternativa (ETA). El terrorismo pudre la vida cotidiana,

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'Pentimento'

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porque sus ejecutores provocan a las fuerzas coactivas del Estado a fin de volverlas en represalia, cuanto más indiscriminada mejor, contra la sociedad civil y así obtener nuevas razones para su próxima fechoría. El fusilamiento de rehenes no es menos ni más justificable que poner una bomba en nombre de la explotación capitalista para así hacer explotar de veras a unos cuantos explotados. No sólo es que las razones de las guerrillas míticas de este siglo sean inválidas en casos como el nuestro, sino que también las normas de decencia guerrillera se han deteriorado mucho: el Che suspendió un ataque nocturno contra dos camiones del Ejército boliviano cuando se enteró de que varios soldados dormían dentro, pero hoy se habría realizado el ataque precisamente porque había militares durmiendo. De estas reconversiones ¿es o no es progresista hablar?

Cierto, vivimos en Estados ya demasiado corrompidos por la violencia armada. La consideración del tráfico (o comercio, si se prefiere) de armas como un asunto puramente económico es repugnante; tanto como que consejeros bien pagados de industrias de armamento dirijan la política exterior del mayor de nuestros países aliados. Pero la tarea urgente es luchar contra el militarismo, no generalizarlo en nombre del ya existente. ¿Cómo vamos a defender eficazmente lo mejor aún tan incumplido de la sociedad en que bregamos -derechos humanos, internacionalismo racional y solidario, replanteamiento de la función y retribución tradicional del trabajo, etcétera- si no entendemos y proclamamos las razones que la hacen no adorable sino preferible? El defensor del nazi Klaus Barbie quiere convertir la causa contra éste en una requisitoria contra el Estado liberal que le juzga: puesto que en todas partes se han hecho atrocidades, nadie tiene derecho a reivindicar humanidad frente a nadie. Algunos bienintencionados se apresuran a señalar que las barbaridades de la tortura en Argelia fueron meriores que las cometidas por los nazis invasores. Pero el punto, no es ése: cada brutalidad tiene su propio peso y es incomparable e inexcusable. Lo esencial es que la Francia que protestó contra la tortura en Argelia era una institución mejor -políticamente más decente y libre- no sólo que la Alemania nazi, sino también que la Argelia creada por el FLN y que aún dura. No reconocer este tipo de cosas por mor de un tercermundismo que no está haciendo más que llenar el planeta de Calígulas que sirvan de contrapeso a los Nerones del capitalismo imperial ha sido uno de los grandes disparates de la intelectualidad progresista occidental. En la médida en que pueda haber caído en tal error, me arrepiento y proclamo mi propósito eficaz de la enmienda. No serán las reconvenciones delirantes que me envías, y que sé que a fin de cuentas no compartes, las que logren avergonzarme por haber renunciado a delirar.

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