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Nela Rubinstein: "Vivir con un genio me compensó

Habla la mujer que compartió durante 50 años la vida del pianista más famoso del mundo

Andrés Fernández Rubio

De su primer encuentro en Varsovia con Aniela Mlynarska, de 18 años, Arthur Rubinstein conservó un lírico recuerdo: "Una cara pequeña, fina, en la que brillaban los ojos más azules, como turquesas". Era en 1926, y seis años después el pianista más famoso del mundo cambió su estado de soltero vividor para casarse con aquella joven ideal. Nela Rubinstein estuvo a la sombra del genio durante cinco décadas, hasta que éste murió, en 1982. Soportó muchas infidelidades pero se siente compensada. Podría ser un ejemplo de gran mujer en el cuarto trastero de un hombre de talento.

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"Amad sin reposo"

Una historia de amor. Varsovia, años veinte. Nela (diminutivo de Aniela, ángel en polaco) era la hija de Emil Mlynarski, director de la Orquesta Sinfónica y una de las celebridades de la ciudad. Como otras muchas veces, un día se fue al teatro para observar a su padre, desde fuera del escenario, dirigiendo un concierto para piano. Al instrumento, un pianista de prestigio, Arthur Rubinstein, de 40 años. Terminado el acto, fueron presentados. El definió más tarde el encuentro como un coup de foudre. Han pasado los años y ella dice lo mismo: "Fue un flechazo, una comunicación inmediata".Eran tiempos formales, y un enamorado potencial no debía llamar por teléfono para quedar. Había un procedimiento, y estaba el ingenio: "Arthur se las arregló para que el compositor Simanovski llamase a casa para venir de visita con él. Venía a verme a mí. Así empezó todo".

Rubinstein le mostró su gran interés hacia ella, pero al poco salió de Varsovia para continuar la gira. Esperó a que ella le escribiera, pero Nela Mlynarski sabía que son ellos los que escriben primero. En vano. La joven tenía a otro enamorado a la cola y aquel sueño se iba desvaneciendo. Se casó con el pianista polaco Mieczyslaw Munz en 1929, y ambos se fueron a vivir a Cincinnatti. Rubinstein, en algún lugar del mundo, se sintió desolado, y no perdió su segunda oportunidad cuando a los tres años ella era una hermosa divorciada, y él se guía perdiendo por las habitaciones de los hoteles las fotos de muchas mujeres de los diez minutos de su vida. Se casaron en 1932.

Ahora la personalidad de Nela Rubinstein transmite el sabor de otra época. Se pone muy nerviosa para las fotos: "Ah, es que me da la impresión de que debo salir muy vieja" . Nadie diría que tiene 78 años, pertrechada con su discreto bolso de mano, su elegante vestido, su sombrerito y el detalle juvenil de un collar y unos pendientes de fantasía. Levanta los tacones del suelo para realzar las piernas; es una de esas señoras que enmarcan las cretonas de los sofás en los hoteles de lujo. Visconti las presentaba silencio sas, pues las idealizaba, pero tras Nela Rubinstein se descubre en algunas frases un rasgo de inteligencia, esa causticidad que nunca llega a ser cruel; o sea, la elegancia.

"Es posible que en la época en que lo conocí fuese guapa, ese parece por las fotos, pero no le sé". Habla lentamente en español, y en un momento se le escapa una frase en inglés y sigue en ese idioma, uno de los ocho que conoce. "Mi madre me dio una educación bastante severa. Éramos dos hermanas, y algunas temporadas mi madre se iba a nuestra casa de Lituania, propiedad de la familia durante cuatro siglos y en la que había nacido y en la que nací yo. Dejaba a dos mujeres casi solas en Varsovia, y siempre me acordaré de una frase que nos repetía: 'Desconfiad de los cumplidos: no os los dicen por lo que sois, sino por quiénes son los que os rodean".

En otras palabras, un buen partido. Con cierto tono de reproche, señala que Rubinstein a veces se pronunciaba en términos parecidos. Por todo ello, siempre se sintió un poco tímida y muy autocrítica. ¿Alguna vez tuvo la sensación de estar anulada por el protagonista absoluto? "No, porque lo elegí. Era buena bailarina, pero más adelante lo dejé todo por él. Hubiese sido muy dificil tener una carrera y ser su esposa, particularmente en el caso de Arthur, que nunca supo lo que era una familia; no lo entendía. Quise darle eso, para que lo complementase con su otro mundo, el de la música".

Nela Rubinstein tuvo la suerte de que el universo de su esposo la apasionase. Había crecido entre bambalinas, tras los escenarios de las óperas y los conciertos que dirigía su padre. Amaba la música y admiraba el talento. Los pianistas casi siempre lindan con el abismo. Ella lo expresa en otros términos: "Todo le salía en la música; todo sale en la música: la, felicidad, la amargura, la desesperación, la plenitud de la vida, lo individual. Lo amé tanto que fue mi prioridad absoluta, y por eso nunca me sentí desplazada".

La belleza

A un genio guapo le deben rondar las mujeres. "Él pensaba que era feo, y se veía en la obligación de superarlo. Pero tenía un tremendo atractivo. Los artistas poseen algo peculiar, un aura extraña. Y las mujeres ponen los ojos sobre ellos como una abeja en una flor sobre la que acabará posándose. Arthur tenía una visión de la vida muy alegre. Al principio yo me ponía celosa y lo demostraba, pero acabé tratándome con alguna de las señoras que le acompañaban". -¿Amantes?

-Sí, amantes.

Nela Rubinstein permaneció casada con el pianista, a pesar de la fama de mujeriego que tuvo siempre, hasta que éste murió a los 95 años -en su última época aparecía casi siempre acompañado de su secretaria, Annabelle Whitestone.

¿Siente nostalgia? "Echo de menos su presencia, pienso en los lugares en que estuvimos juntos, y vuelvo a ellos: a Venecia, donde pasamos nuestra luna de miel. Pero no quiero parecer bajo ningún concepto una de esas viudas eternas". La vida para ella son ahora sus hijos (Eva, fotógrafa; Paul, agente de bolsa; Alina, psiquiatra, John, actor), sus cinco nietos y un bisnieto. Tardó seis años en escribir El libro de cocina de Nela. "Arthur decía que nunca se debe renunciar, que hay que enfrentarse a la vida. Es lo que hago".

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