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Un Stradivarius en Calahorra

Joaquín Celma, librero e impresor, conserva un violín con la preciada etiqueta del artesano italiano

Joaquín Celma, vecino de Calahorra, dueño de una librería e imprenta en la localidad riojana, leyó la semana pasada una información que reproducía este periódico: un valioso violín Stradivarius aparece en Washington en manos de un violinista "callejero, mujeriego y jugador", que lo compró en 1936 por 120 dólares (12.500 pesetas). Celma pensó que era el momento de dar a conocer el violín que compró su abuelo para su padre a principios de siglo y que su madre había custodiado como una joya familiar hasta su muerte, hace año y medio.

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El violín se encuentra bastante deteriorado, tiene desprendido parte del puente y sólo conserva dos cuerdas muy gastadas. Alguna de las clavijas ha sido sustituida posteriormente y la tapa inferior está despegada. Sin embargo, el violín de Calahorra contiene la preciada etiqueta: "Antonius Stradivarius Cremonensis. Faciebat Anno 1721 " y las iniciales A S con una cruz dentro de un doble círculo. Los especialistas se muestran escépticos ante la posibilidad de que existan más Stradivarius que los ya catalogados. Algunos hablan de que aún pueden aparecer ejemplares en la Unión Soviética, y Etienne Vatelot, tal vez el último artesano y una de -las opiniones más reputadas en la materia, declaraba hace unos años a un semanario francés que había visto durante toda su vida cientos, miles de violines con toda clase de etiquetas; sólo uno, aparecido en Burdeos en 1970, resultó ser verdadero.Sin embargo, en octubre del pasado año, el músico británico Richard Steel, de 19 años, descubrió demasiado tarde que poseía un Stradivarius valorado en unos cien millones de pesetas. Un autobús marcha atrás destrozó el ejemplar y el propietario descubrió entonces la etiqueta del constructor italiano.

El Stradivarius de Calahorra fue adquirido por el abuelo de Joaquín Celma en una casa de empeños de Zaragoza a principios de siglo. Existía, en la familia, un interés extremo por las artes y las letras. Celma muestra ejemplares de obras de Cervantes de su familia fechadas a principios del siglo XIX, y cuidados retratos de literatos y artistas debidos ala afición desbordada de sus ancestros. Todos tocaban el piano, pero a su padre le cayó encima un pilón cuando tenía siete años y le rompió una falange. Quedaba, por tanto, descartado como pianista, y le compraron, en una casa de empeños de Zaragoza, un pequeño violín al que el joven se pudo entregar con la pasión artística de la familia.

Un violín en el fuego

Ni Joaquín Celma ni su hermana recuerdan la fecha exacta o aproximada de la compra, pero deducen que debió ser alrededor de 1910. Los propietarios del violín volvieron a la casa de empeños con dinero más que suficiente para recuperar su violín. El dueño les dijo que ya lo había vendido. Insistieron hasta tal punto que terminó dándoles la dirección de los Celma, y a ellos acudieron para recuperarlo.El abuelo Celma se escamó y decidió quedarse con el pequeño violín. Cuenta la familia que vecinos y amigos escuchaban extasiados al joven violinista, maestro de profesión, y él siempre afirmaba que no era un gran virtuoso, que le faltaba una falange, que lo que ocurría era que el violín sonaba muy bien. Los ex propietarios siguieron insistiendo y, al final, la abuela Celma les informó que el niño lo había roto. Tampoco se conformaron y quisieron comprar las tablas. La familia Celma se quitó de encima a tan obstinados compradores diciéndoles que los restos los habían echado a la lumbre

El joven siguió, tocando hasta que la guerra civil obligó a la familia a abandonar su casa de El Frago (Zaragoza) con todos sus enseres. Al término de la contienda, descubrieron que el -violín se conservaba, si bien ya deterio rado. Había fallecido el padre de Joaquín Celma y la madre lo con servó como una joya familiar Transcurrían los años, y ante la menor dificultad, la madre siempre pedía calma porque, ocurriera lo que ocurriese, siempre te nían el violín. Nunca se desprendió de él, nunca quiso restaurarlo y las pocas veces que lo enseñó, no soltaba la empuñadura.

Una vez fue a Madrid. Se llevó el violín y se lo enseñó a un judío polaco. Recordaba con frecuencia la casa del judío, con muchas puertas, todas ellas cerradas con llave. El experto certificó que la madera era de la época del maestro italiano, pero no era especialista en violines y no autentificó la etiqueta.

La madre de Joaquín Celma murió hace un año y medio. Legó la joya que garantizaba la tranquilidad futura. Allí quedó hasta que hace unos días se publicó la noticia que narraba la increíble historia del Stradivarius en manos de un violinista callejero.

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