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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Buen 'western' a la española

La guerra de los locos es la primera película larga de Matji, y se le nota en algunas de sus imprecisiones. Matji proviene, en el terreno de la creación cinematográfica, de la parcela del guionista -recuérdese el admirable guión de Los santos inocentes-, y esto también se nota en su filme.Por último, Matji es un estudioso de los entresijos del cine, por lo que, conoce bien el ju ego de los géneros clásicos, e igualmente esto se nota en su filme, que obedece, al mismo tiempo con flexibilidad y rigor a las férreas y más sutiles de lo que a primera vista parecen leyes y convenciones rituales del génerode géneros, el western.

El westem ya no discurre, o lo hace por excepción, en las praderas deIviejo Oeste norteamericano. Sobrevive en otros escenarios no cofflo argumento, sino como código, como rito y como lenguaje. Driver, de Hill, que ocurre en una ciudad actual, es un westem puro, como lo es Apocalypse now, de Coppola, que transcurre en la guerra de Vietnam.

La guerra de los locos

Dirección y guión: Manolo MatjiFotografía: Federico Ribes. Española, 1986. Intérpretes: Álvaro de Luna, José Manuel Cervino, Juan Luis Giliardo, Pep Munné, Francisw Algora, Pedro del Corral, Malte Blasco, Ana Marzoa, Emilio Gutiérrez Caba. Estreno en Madrid, en cme Lope de Vega.

La guerra de los locos, de la misma manera, narra en, pura forma de westem un suceso verídico ocurrido en Extremadura durante, las primeras semanas de la guerra civil española. Matji traza el arco de una historia de caza del hombre por el hombre -que es una constante de la convención westerniana- con talento, fuerza y orden. Es un buen guionista y lo demuestra.

Pero, como director, este certero guionista abre su película con un error de-aprendiz: la secuencia inicial, en la que elabora la crucial estampa del malo, es decir, del hombre a cazar, no alcanza a crear visualmente - pese a la composición de Galiardo, que otorga más adelante, pero ya tarde, una negra dignidad a su figura- un personaje con suficiente aureola maléfica, un inquietante mito en forma de hombre que, a los ojos del espectador, haya imperiosamente que cazar, pues de la energía y del poder de arrastre de este impulso inicial depende que la tensión e incluso que la credibilidad del fúturo itinerario de caza produzcan los frutos apetecidos.

El arranque de La guerra de los locos debiera haberse detenido más y con más malicia en la expresión de la maldad del malo y en la fascinación derivada de esta maldad. Matji no lo hace, y el resto de su excelente película se resiente de esta falta de energía en el vital estímulo inicial.

Película de actores

Pese a ello, a medida que el filme avanza, crece en potencia. La progresiva definición de los antagonistas, del otro polo del estallido final, es muy buena, y esto se debe, por un lado, a que Matji alcanza a dominar poco a poco los hilos de un relato en el que penetró con un balbuceo, y, por otro, a que estos hilos están incorporados por un reparto en el que el acoplamiento entre director y actores es insuperable, pues - la unidad de la interpretación no obstaculiza que cada actor haga su propia creación con envidiable soltura.Y así surge. la parte grande de la película, que brota tanto de la mano de un director principiante, que, secuencia a secuencia, va dejando de serio, como de unos actores y actrices con talento e inspiración, que crean composiciones intensas y las elevan a momentos de gran cine. La escena de los locos drogados y la. conversión de Cervino en médico y más tarde en guerrillero son, entre otras, secuencias de gran potencia y extraña perfección.

Cervino hace una creación magistral, -tierna y dura, llena de expresividad y de economía. Álvaro de Luna convence plenamente. Galiardo remonta un personaje mal planteado y al final se hace, con Cervino, dueño de la pantalla. Y el largo reparto, lleno de,q:ro-mposiciones que se pegan a la retina, está a la altura de esas tres puntas, en un ejemplo memorable de unidadentre las composiciones individuales y la interpretación coral.

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