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Crítica:SEMANA DE MÚSICA RELIGIOSA DE CUENCA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Estreno de 'El hijo pródigo', de Britten

ENVIADO ESPECIAL, El estreno en España de El hijo pródigo, de Benjamin Britten, en la producción del festival de Carintia, constituye sin duda uno de los momentos más interesantes de la 261 Semana de Música Religiosa que se celebra en Cuenca.

La antigua iglesia de San Pedro sirvió de escenario ideal a esta sacra representazione de lord Benjamin Britten con la que culmina un tríptico,basado en parábolas -Curlew river, Los adolescentes en el horno y El hijo pródigo- al que podríamos sumar otra pieza igualmente pensada para su representación en el marco de una iglesia: El diluvio de Noé, ya conocida por el público español.

Suele ser habitual por parte de la inteligencia musical despreciar el talento de aquellos autores que alcanzan el éxito continuado y el aplauso del público. Así Benjamin Britten, uno de los pocos contemporáneos cuyas obras han ingresado en el repertorio operístico.

Orquesta del festival de Carintia

El hijo pródigo, ópera de Benjamin Britten. Director: Erwin Ortner. Intérpretes: López de Osaba. A. Ude, H. Martin Nau, J. Baert, G. Fransson. Coro Schönberg, de Viena. Escolanía del Recuerdo, de Madrid. Dirección escénica, decorados y dirección técnica: F. Mirdita, M. Kralj, A. Harnmersymied y E. Ficher. Iglesia de San Pablo. Cuenca, 15 de abril

Genio dramático

El genio dramático de Britten circuló por muy diversas vías: la gran ópera, como Peter Grimmes, Billy Budd, Gloriana o Muerte en Venecia; la ópera de cámara, con creaciones que sobrepasan el género por su intensidad, tales como La violación de Lucrecia o La vuelta del tornillo; revisiones y reviviscencias de estilos y temas pretéritos, desde la célebre Ópera de los mendigos hasta Dido y Eneas, sin olvidar El sueño de una noche de verano.En fin, el repertorio destinado al templo, en el que Britten demuestra varias cosas: en primer lugar, el funcionalismo de su dramaturgia; después, la sabia realización a partir de elementos instrumentales reducidos a los que sabe sacar el máximo partido; la línea de, cantabilidad, en la que aparecen felizmente tratadas transformaciones y mixturas como la que nos trae del gregoriano a la entonación dramática contemporánea y viceversa, sin que advirtamos artificio alguno en la transición; la naturaleza representativa de una música estructuralmente teatral y una escena estructuralmente musical.

El hijo pródigo, estrenada en 1968, esto es, en la última madurez del compositor, muestra la espontaneidad de su estilo, liberado de cualquier compromiso estilístico -si es que Britten lo tuvo alguna vez-, y, no menos, de la menor sombra de ese eclepticismo con el que tantas veces se pretende disminuir la categoría del músico británico. Britten opera con libertad y ésta no puede ni debe ser confundida jamás con el eclepticismo que suena a convención y un poco a saco donde todo cabe.

Valores de la obra

Si los valores de la obra en su bella y fuerte ideación y en su eficaz y comunicativa expresividad son grandes, justo es decir que el montaje que nos ha traído el festival de Carintia puso todos los valores en evidencia en primer plano. Tras el preludio organístico y la lectura de la parábola evangélica por Pablo Pérez de Osaba, la entrada de los monjes, cirio en mano y entonando el gregoriano, alcanzó la fuerza tantas veces admirada en la vieja liturgia. Y fue supremo acierto teatral solucionar el final de la obra con la salida del coro monacal tal y, como había entrado.Para el desarrollo de la parábola, sintetizada por Britten en ciertos puntos culminantes de interés, los directores Hammersymied y Ficher jugaron con un largo y ancho lienzo blanco capaz de envolver con espléndida sencillez los pasajes de acción, sobre todo las tentaciones, sexo, bebida o juego, en una organización coreográfica que contrasta con el diálogo directo, amoroso o violento que sigue el curso de la dramática nacional.

Canto continuado, arioso y recitativo se funden en total continuidad con el poder práctico de la reducida orquesta hasta provocar la ilusión del hecho teatral y, quizá, la de una imaginería entre primitiva y barroca.

Cuantos intervienen en el reparto, Armin Ude (tentador), Hans Martin Nau (padre), Josef Baert (hijo mayor) y Goran Fransson (hijo menor), así como la orquesta del festival de Carintia, el coro Schönberg de Viena y la escolanía que dirige César Sánchez, quedaron integrados por la batuta de Erwin Ortner en una sola, potente y efectiva unidad. Sin altibajos ni divismos, hemos aplaudido lo más dificil y deseable: el triunfo de la profésionalidad. Y ello alcanza a la escenificación, decorados y dirección técnica de Frederik Mirdita, Matthias Kralj, Hammersymied y Ficher.

En la base dejémonos de tonterías, está el talento dramático y musical de Benjamin Britten, pues jamás se dio hacer maravíllas con la nada o convertir en genial lo mediocre: lo interpretado, escrito está.

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