Comisarías
He decidido aprender a conducir. Reconozco que es un poco tarde, pero no por mucho madrugar amanece más temprano, y uno que madrugó una manta se encontró (moraleja: más madrugó el que la perdió). Porque, ahora que nos han puesto comisarías ambulantes en Madrid, no voy a perderme la oportunidad de presentar denuncia cuando me roben sólo porque no puedo correr lo bastante deprisa como para alcanzar el vehículo policial, cuando se encuentre en tren de trasladarse velozmente de un punto a otro de la gran urbe y sus peligros.En cambio, conduciendo al volante de mi propio coche, como un monarca sencillo cualquiera, podré ponerme a la altura de la comisaría e incluso rebasarla. Qué farde, ¿no? Es una idea magnífica la de repartir comisarías itinerantes. Por desgracia, ya no estamos en los tiempos en que el cine español aprovechaba cualquier cosa para hacer una comedia, y nos vamos a perder la obra maestra que podría titularse Más maderos o, simplemente, Pasma sobre ruedas.
Tranquiliza pensar que cuando un tipo surja del interior de una furgoneta y te aborde en plena vía pública ya no tratará de venderte una enciclopedia sobre los usos y costumbres del pies planos en la región araucaria, ni de hacerte rellenar interminables test sobre las delicias de la informática. A lo mejor sólo querrá detenerte.
Dentro de esta tónica de reforzar la seguridad siempre en defensa del ciudadano habría que ir más lejos, todo lo lejos que se pueda llegar. Por ejemplo, implantar la comisaría a domicilio. Avisar a los vecinos para que un día concreto -como se hace con las recogidas de papel- acumulen sus denuncias y las dejen en un saquito en el portal.
Otra modalidad que podría tener gran aceptación en el personal sería la comisaría-testigos de Jehová, de dos en dos y puerta por puerta.
-¿De dos en dos?
-Sí, y en plan paliza.
Eso sería volver a la pareja tradicional. La pareja de policías, quiero decir.
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