Cientos de personas intentaron agredir a los acusados
Cientos de personas insultaron e intentaron agredir a los acusados en el juicio sobre el síndrome tóxico en la primera jornada de la vista, tanto al final de la sesión de la mañana como al comienzo de la de tarde. El incidente más grave se produjo a las 13.20, cuando Adela Jarauta, acusada para quien el fiscal pide cuatro años de cárcel, abandonaba la sala. Adela Jarauta fue reconocida por grupos de afectados que la insultaron con voces llenas de odio, la arroja ron piedras y pretendían agredirla mientras era protegida por varios policías, que hicieron un cerco a si alrededor y la llevaron corriendo hasta el aparca. miento oficial, a unos 200 metros de la sala.
Los incidentes se reprodujeron, si bien con menor gravedad, poco antes de las 16 horas a la llegada de los acusados para la sesión de tarde. Los acusados llegaban, en coches particulares o en taxis, hasta las cercanías de la sala, donde eran recogidos por furgones policiales. Cuando descendían de éstos para penetrar en el auditorio de la Casa de Campo, los afectados volvieron a intentar agredir a los acusados, protegidos por un cordón policial. Al término de la jornada, a las 20 horas, la policía engañó a los que aguardaban de nuevo la salida de los acusados, a quienes sacó por otra puerta y directamente a un furgón policial.Por la mañana, cuando a las 13.06 se levantó la sesión, cientos de afectados por el síndrome se arremolinaron a esperar la salida de los procesados. Todos ellos supieron eludir a quienes les esperaban guardándose sus tarjetas de identificación y saliendo confundidos con el resto del personal. Adela Jarauta, quizá por ser la única mujer entre los acusados, fue reconocida de inmediato. Para la gran mayoría de los afectados por el síndrome ésta era la primera vez que tenía ocasión de ver de cerca a uno de los acusados, y el rencor acumulado estalló de repente.
En cuanto Adela Jaraute pisó la calle, una multitud enfurecida comenzó a perseguirla, al tiempo que la increpaban, a ella y al resto de los acusados, con todos los insultos más fuertes del vocabulario castellano. Mientras tanto, los más exaltados- recogían piedras y las arrojaban contra ella.
Durante cinco minutos la policía tuvo que rechazar enérgicamente, pero sin agredir, a los perseguidores, hasta que consiguieron introducir a Adela Jarauta en el aparcamiento de los coches oficiales.
Sin embargo, la gente se concentró de nuevo cuando vieron que los coches salían, y de nuevo se repitieron las escenas de insultos, lágrimas, sollozos y el apedreamiento, esta vez contra los vehículos que salían. Al menos dos policías recibieron sendas pedradas que habían sido lanzadas contra la acusada.
Lágrimas por los muertos
Entre los furiosos manifestantes, entre la rabia y el llanto, las mujeres gritaban los nombres de sus familiares muertos como si fueran dardos contra la acusada.
La primera jornada del juicio estuvo marcada por también por las protestas de los cientos de personas que temían, como sucedió, que no podrían entrar en la salao. Un fuerte despliegue policial controlaba que no hubiera intentos de colarse. La escasez de acreditaciones repartidas entre las diferentes asociaciones de afectados fue la nota de protesta más importante. Al principio de la sesión de tarde, incluso, quedaron vacíos muchos asientos del auditorio, siguiendo la consigna de entramos todos o ninguno. Los asientos se fueron cubriendo todos paulatinamente.
A las nueve de la mañana, media hora antes del inicio de la vista, los alrededores del auditorio de la Casa de Campo bullían de cientos de personas venidas de todos los barrios de Madrid y de algunas provincias, en especial de Valladolid, Burgos, León y Palencia. Muchos de ellos guardaban cola desde las cinco y las seis de la madrugada. A las 9.30 de la mañana, un grupo de personas llegado desde Valladolid escuchaba la arenga del portavoz de su asociación: "Estamos de acuerdo en tener serenidad, pero que no nos tomen por gilipollas. Nos han dado 17 credenciales para un total de 1.700 afectados de Valladolid".
El público fue entrando a la sala poco a poco. Los que sí habían conseguido una acreditación a través de su asociación pasaron sin problemas tras rebasar una larga fila de policías que revisaron bolsos y paquetes y controlaron mediante un detector de metales la presencia improbable de armas.
El hecho de que algunas asociaciones hubieran devuelto sus acreditaciones o se retrasaran en llegar a la sala favoreció a los que esperaban a la puerta del auditorio. La policía, a medida que se les iba indicando que aún quedaban asientos libres permitió a algunos que pasaran.
Una mujer trataba de convencer a un policía de la situación humillante que supone no poder entrar a una sala en la que se está juzgando las querellas que han presentado ella misma y otros como ella. Son las diez y media de la mañana. Un policía sale a la puerta y anuncia que sólo caben diez personas más. Él mismo elige a los agraciados de entre los primeros de la cola, y eso origina un momento de empujones y ansias de acercarse al agente.
Al poco de entrar en la sala, dos mujeres, una mayor, vestida íntegramente de negro, y otra más joven, no pudieron contener las lágrimas y fueron ayudadas por azafatas a sentarse en sillones instalados fuera de la misma. La mujer mayor no conseguía articular palabra. Alguien pregunta a una señora que entra qué espera ella del juicio: "No lo sé", dice. "Que les den a ellos lo que estamos sufriendo nosotros".
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