Cuando llegue septiembre
NUEVAMENTE AYER, el aspirante a la presidencia del Gobierno, o al menos a líder de la oposición, Antonio Hernández Mancha, no superó su examen de ingreso y tendrá que volver a presentarse en un, probablemente lejano, septiembre. Ya el jueves, primer día del debate sobre la moción de censura presentada por el Grupo Popular, se vio que había demasiada diferencia de peso entre el aspirante y el poseedor del título, que ganó sin ni siquiera bajarse del autobús. Quedaba la esperanza de que en la segunda jornada parlamentaria, con Felipe González ya en el cuadrilátero, Hernández Mancha exhibiera en el cuerpo a cuerpo ciertas cualidades que le permitieran al menos seguir participando en la disputa del otro galardón en liza: el de la primogenitura de la oposición. Vana esperanza; incluso su principal rival en eso, Adolfo Suárez, cedió una vez más a su tendencia a refugiarse en el burladero. Pues resultó tan floja la faena del becerrista que le bastó a Suárez un quite episódico, marcando la distancia entre Lope de Vega y santa Teresa, para salir airoso de la prueba.Hernández Mancha se lo puso demasiado fácil a sus dos principales contrincantes. Su confusión entre el volumen de las carpetas puestas a su disposición y la solvencia de una eventual alternativa programática le llevó a un viaje sin regreso por terrenos que no domina. Con Fraga, la derecha no podía ensancharse hacia el centro, pero con Mancha corre el peligro de que el suelo se le escurra bajo los pies. No parece que consignas como la de "doblar la eficacia reduciendo los recursos" vayan a servir para convencer a sectores de las clases medias urbanas que reprochan al partido gobernante ineficacia en la gestión. Ni que el confuso batiburrillo ideológico en que se mezcla escuela de Chicago -¿sabrá Hernández Mancha que, además de Chicago, esa es la escuela de Pinochet?-, Fernández de la Mora y populismo meridional vaya a devolver la confianza a las desconcertadas filas de los antiguos seguidores y seguidoras de Manuel Fraga. Perorando a voleo, Hernández Mancha cedió la iniciativa a González, que pudo permitirse el lujo de sentar a su censurante en el pupitre de los sometidos a examen.
El presidente del Gobierno tuvo un comienzo pastoso, con reiteraciones innecesarias, pero luego se centró en su papel, poniendo de relieve las contradicciones de su oponente, y hasta estuvo a punto -sólo a punto- de evitar caer en el ensañamiento. Probablemente lo deseaba sinceramente, porque contar con un opositor así es una bicoca, pero la tentación era demasiado fuerte ante el empecinamiento de Mancha en confundir sus pellizcos de monja con mortales puyas. Se verificó así, pues, el pronóstico de Carrillo de que González iba a "merendarse a Mancha como a un merengue", pero tan rápido desenlace evitó al presidente tener que pronunciarse, él también, sobre algunos de los problemas de la sociedad española implícitamente presentes en el debate.
Porque, aunque el aspirante no acertase a discernir con claridad, en la fronda de su carpeta, los enunciados básicos del proyecto liberal conservador que pretendía encarnar, en algunas de sus apreciaciones había materia para un debate algo más serio. Así, por ejemplo, respecto a si el proyecto actual del Gobierno apuesta por un reforzamiento del Estado -tanto en relación a la sociedad civil como a la nueva distribución territorial del poder que se deriva del diseño autonómico-, o bien por un adelgazamiento paulatino de sus pesadas y costosas estructuras. Y en uno u otro caso, cómo piensa articular ese proyecto con el de modernización de la sociedad española y la aspiración a acreditar el llamado estado del bienestar. La impericia del censor permitió al censurado esquivar ese debate y recobrar una iniciativa que la acumulación de conflictos sociales le había hecho perder en los últimos tiempos.
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