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EL TRATADO DE ROMA CUMPLE 30 AÑOS

Símbolos y líderes

Andrés Ortega

Europa no se ve y por eso no llega a entusiasmar. La vida comunitaria tiene quizá dos carencias fundamentales para que el ciudadano la identifique: unos símbolos con carga política e histórica y unos líderes.Es verdad que recientemente la Comunidad Europea (CE) decidió dotarse, al fin, de una bandera. Para ello, y tras largos años de debates, eligió una que ya existía, la del Consejo de Europa, con 12 estrellas amarillas sobre fondo azul.

La coincidencia del número de estrellas con el número de miembros de la CE es pura casualidad. Y los comunitarios malgastaron dos años en decidir si, por sus puntas, las estrellas debían estar orientadas hacia el centro o hacia afuera. Al final predominó esta última tesis.

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La CE también se ha dotado de un himno, la Oda a la Alegría, de la Novena sinfonía de Beethoven. Cabe dudar si al oír esta música los ciudadanos de los doce piensan más en Europa que en Beethoven u otros recuerdos. A los símbolos europeos les falta carga histórica. "La gente no tiene con qué identificarse", señalan comunitarios de larga vida.

Si algo caracteriza a la vida comunitaria es la falta de líderes a escala europea o con potencial para serlo y para ayudar a despertar el entusiasmo por la idea europea entre los ciudadanos, y especialmente entre las jóvenes generaciones. Para ello se necesitarían líderes en activo, y no dinosaurios político, como un Helmut Schmidt o un Valéry Giscard d'Estaing. El actual presidente francés, François Mitterrand, aspiró a serlo. Pero la cohabitación parece haberlo frenado.

Entre los actuales candidatos al liderazgo -que no significa presidir nada, sino personalizar una cierta idea de Europa-, diversas fuentes españolas y comunitarias citan al presidente del Gobierno español, Felipe González -con la evidente limitación de la corta experiencia española en la Comunidad-, o al primer ministro holandes, Ruud Lubbers. Pero los líderes de países pequeños o medianos no pueden tirar de Europa.

Entre los ruidos de esta Comunidad figura muy especialmente el Parlamento Europeo. En un momento de bajo europeísmo, pero para relanzar la imagen de Europa, se decidió su elección por sufragio universal. Estos comicios son una suma de elecciones nacionales en las que la idea de Europa cuenta para poco.

Los debates en España sobre la ley electoral reflejan esto. Y el sufragio universal ha causado frustración entre los eurodiputados. Se sienten investidos por la soberanía popular, pero sin poderes y sin margen de maniobra. El poder legislativo está en manos del Consejo de Ministros.

En los comicios europeos falta un objetivo. No se elige a ningún Gobierno, pues la CE no lo tienen, sino que funciona como un colectivo de Gobiernos y una Comisión, ejecutiva y gestora. Y sin embargo, estas elecciones podrían servir para catalizar una mayor integración que cada vez más gente reclama. Claro que a estos comicios no se suelen presentar las grandes figuras de peso en la política nacional de los países miembros. La falta de interés se refleja en el alto grado de abstención que alcanzó un 40% de promedio en los diez en 1984.

Para que Europa se vea es importante que exista lo que se viene a llamar la Europa de los ciudadanos. Las fronteras han desparecido prácticamente entre los tres países del Benelux y en algunos otros lugares, pero siguen siendo la realidad cotidiana en la CE que no deja verse sino a través de sus montañas de mantequilla. El pasaporte europeo es sólo un color y, una forma. Los pasaportes siguen siendo nacionales.

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