Turba
Ya está. Ya se han disparado los fantasmas del SIDA, ya han salido a pasear los linchadores y los inquisidores espontáneos se hacen fuertes. Se está formando vertiginosamente una nueva sociedad de ku-klux-klanes. Qué cosa tan temible es la histeria colectiva: ahí están, personas en apariencia sensatas y normales que de pronto son derribadas por un viento de sinrazón y reducidas a la ínfima categoría de energúmenos. Da igual que los especialistas repitan hasta la saciedad que el SIDA sólo se contagia por la sangre o por el sexo y que el estar junto a un afectado no te pudre; ellos, tus compañeros de Humanidad, tus colegas, tus vecinos, ignorarán obstinadamente todo tipo de información y se rendirán sin condición alguna al fanatismo. Por eso son capaces de esposar a un preso a su cama del hospital durante 10 larguísimos días, tras haber sufrido una grave intervención quirúrgica, por miedo a que contagie el SIDA a los policías que lo guardan. Por eso han llegado a extremos tan indignos como el de la clínica de Pamplona, en donde se negaron a operar a una joven por el hecho de tener anticuerpos del SIDA. Por eso se ha desatado la caza de brujas y andan estiginatizando hasta a los niños. Nuestra sociedad se degrada rápidamente hacia la horda.Debe de ser por sus características sexuales por lo que el SIDA remueve tanto fango en las conciencias. Esta trágica unión de Eros y Tánatos parece hacer aflorar la parte más irracional de lo que somos, pavores abisales, el corazón oscuro de las gentes. Ya corren anécdotas, narradas por hombres blancos, sobre malignas prostitutas negras que se dedican a contagiar el SIDA. Lo cual parece una nueva forma de emblematizar terrores añejos: el miedo del varón a la mujer vampira que lo chupa y lo acaba, el miedo del blanco a la venganza del negro y del distinto. A mí lo que me asusta es la respuesta social, o antisocial, que estamos dando al SIDA. Tanta brutalidad no deja a nadie indemne. Me siento como si estuviera en medio de una turba que acude a ahorcar a un inocente.
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