_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Raza humana y divina

Cuando todavía está embargado para los medios de comunicación social, acabo de leer el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre El respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación. Aunque no haya tenido ocasión de conocer las opiniones de los expertos, ni tampoco personalmente esté especializado en cuestiones de bioética, me siento obligado, en mi condición simultánea de pastor / escritor, si bien en ambos planos muy modestamente, a pergeñar a vuela máquina unas reflexiones que puedan ayudar a algunos a comprender mejor dicha instrucción. No quiero hacer una síntesis ni tampoco una exégesis, sino, como una especie de variaciones sobre un tema, cómo me explico o cómo me explicaría yo el fondo del asunto, siempre desde el punto de vista del pensamiento cristiano.El Dios de la revelación judeo-cristiana es amor y es vida. No un amor solitario, sino comunitario, porque es Trinidad. Es, por tanto, correspondencia, amistad, caridad, comunidad. Porque es la vida en plenitud, es fuente de toda vida. El hombre es el único ser de la creación visible que es querido y creado por él mismo, sin que pueda ser medio ni instrumento para nada ni para nadie: es imagen de Dios y está llamado a ser hijo de Dios.

En la creación de cada hombre, Dios se sirve de los hombres, principalmente por medio de la institución matrimonial, considerada como sacramento en la Iglesia católico-romana. Dios, amor y vida, concede a la pareja ser colaboradores suyos en la obra de la fecundidad divino-humana. Podría decirse que Dios, el varón y la mujer realizan juntos cada nuevo hombre, hijo de Dios y de los hombres.

De aquí que cada acto conyugal, que es amoroso, debe estar en principio abierto a la vida, pero también todo acto fecundante debe estar realizado en el amor. Es tan contrario a la voluntad de Dios hacer el amor volviéndose de espaldas a la vida como dar vida fuera del clima del amor. El acto conyugal es la expresión corporal de la amistad esponsal, como eco del amor de Dios, y es también manifestación de Dios como fuente de la vida.

Una fecundación in vitro -fivet-, aunque sea homóloga, es decir, a partir de los gametos de los esposos, no responde completamente a esta exigencia de expresión amorosa, realizada como está por medio de unamanipulación científica y por personas ajenas, que no han recibido de Dios el encargo de traer este nuevo hombre al mundo. Habría que preguntarse incluso si este nuevo ser que amanece en un ambiente aséptico y frío, tan diferente del éxtasis amoroso de la pareja humana, no llevará para siempre una profunda marca que lastre su subconsciente para siempre. Con mayor motivo, hay que rechazar la fivet heteróloga, realizada con gametos procedentes o de un varón o de una mujer diverso de los dos esposos.

Más incoherente aún con esta concepción aparece el hecho de los embriones fecundados indiscriminadamente y congelados indefinidamente, hasta que el azar conceda a algunos la suerte de caer en algún útero propicio, mientras que la mayoría están condenados a ser eliminados cuando parezcan inservibles o innecesarios, si no es que sufren manipulaciones y experimentaciones propias de conejillos de indias. De este modo, el científico se convierte en una especie de pastor que apacienta un rebaño de vidas humanas ya germinadas, presentes en aquellos embriones, usurpando así el papel de los posibles padres, únicos que por encargo de Dios podrían dar legítimamente la vida y el desarrollo.

Una vez que la pareja ha fecundado una vida humana, ésta es inviolable por su dignidad de imagen de Dios, aunque todavía en embrión. Los padres han recibido este don como un encargo, pero no son propiamente sus propietarios; no pueden manipularlo ni menos aún eliminarlo. Todo ser humano es de raza divina en su origen, y llamado a ser miembro de Cristo, como cabeza de la humanidad.

El que a lo largo de la historia,de la Iglesia los cristianos no hayamos sido siempre coherentes con este principio del respeto a la vida y a la dignidad de la persona no disminuye nada de su grandeza, como también en otras aplicaciones del Evangelio podemos ser infieles. Pero, igualmente, han existido muchos más crisianos en todo tiempo que han sabido vivir y hasta morir por seguir las exigencias del amor, el respeto y el servicio a todo ser humano, especialmente a los más débiles y los más indefensos.

Por otra parte, es un deber proclamar en público la verdad en la que se cree sinceramente y por la que se quiere luchar con todas las fuerzas, aunque al mismo profeta que la anuncia le interprete, le corrija y le exija su permanente conversión. La Iglesia y los cristianos han aprendido no sólo a evangelizar, sino a ser evangelizados, y están dispuestos no sólo a enseñar al mundo, sino también a aprender del mundo, según la teología de los signos de los tiempos. Pero esto supone también un largo camino de diálogo, de información, de escucha, de paciencia, de respeto, de confianza mutua, de atención sincera a las razones de los otros, de buena voluntad para buscar siempre la verdad y el bien estén donde estén, de humildad para descubrir y reconocer los propios errores cuando se descubran, etcétera.

¿Qué tal si los creyentes creyéramos en serio que todo hombre es de raza divina, y si los no creyentes actuaran ut si Deus daretur? ¿No tenemos, al menos, en común la raza humana? Si no todos quieren sentirse hijos de Dios -¡y es tan grande y a la vez tan sencillo... !-, sintá monos, al menos, hermanos de los hombres.

Alberto Iniesta es presidente de la Comisión de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_