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Tribuna:ECONOMÍA Y BOLSAS DE VALORES
Tribuna
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Bolsas alcistas e incertidumbres económicas

Mil novecientos ochenta y siete empezó con un aldabonazo cuando el índice Dow Jones marcaba cada día un nuevo récord en el mercado de valores.¿Es ésta una garantía suficiente de que 1987 vaya a ser un buen año para la economía norteamericana? ¿Podemos por lo menos desechar una recesión este año? No, eso sería de una autocomplacencia insensata. Lo que podemos juiciosamente conjeturar es esto: las apuestas contra un retroceso norteamericano están alrededor de tres a uno, una apuesta razonable, pero no cosa hecha. Lo que sigue es un sucinto examen de los factores más destacables y de las tendencias económicas.

A finales de 1986 nada apoyaba la oleada de optimismo que hizo subir los precios de las acciones en enero. En el último trimestre de 1986 la contratación fue, si acaso, más bien floja. Y en el trimestre en curso hay algunos signos de la debilidad que era de esperar que aconteciera a causa de las reformas tributarias. Por lo menos, los datos de 1987 son hasta ahora más que contradictorios.

El entusiasmo de Wall Street

No hay ninguna razón para creer que el día de Año Nuevo los agentes de Wall Street tuvieran antes que nosotros buenos augurios para el futuro.

El dinero se había amontonado a consecuencia del deseo de los inversores de beneficiarse por última vez de los bajos impuestos sobre los beneficios del capital de la antigua ley tributaría. Nerviosamente, este dinero acudió al papel a primeros de año y ocasionó una subida espectacular de los precios.

La moderna economía sugiere que los consumidores gastarán con un poco más de entusiasmo cuando sus valores vayan al alza apoyados por un boom sano. Y que en una situación de ese tipo las empresas verán reducidos un poco sus costos de financiación. Por dos razones causales, por tanto, las cotizaciones fuertes son un plus para el futuro.

Sobrevaloración del dólar

Hay un tercer factor. La historia económica muestra que no siempre, pero usualmente, excelentes movimientos de bolsa pronostican que se va a presentar un año bastante bueno. Por tanto, ese es un grano más para el granero.

Pero recuérdese que los valores bajan tan rápidamente como suben. Así que veamos las otras variables clave. La masiva devaluación del dólar que ha venido ocurriendo en los últimos tiempos no ha ayudado nada al déficit comercial norteamericano. La fe y la esperanza sugieren que en uno de estos trimestres nuestros costes de producción habrán bajado relativamente, en relación con los alemanes y japoneses, lo suficiente como para dar la oportunidad al mundo del trabajo norteamericano de mejorar su industria. Temo que esta rectificación del déficit comercial por un cambio de la paridad sea un proceso lento, al que le queda un largo camino.

Tampoco puede un economista confiar en que se haga un progreso significativo en la reducción del déficit fiscal norteamericano. El presidente Reagan continúa resistiéndose a aplicar nuevos impuestos o a elevar los tipos de los antiguos. Los demócratas hablan mucho, pero hacen poco en cuestiones fiscales.

Esto nos deja a merced de la Reserva Federal de Paul Volcker para resguardarnos de cualquier viento recesivo que se pueda levantar. El mandato de Volcker está llegando casi a su fin. Nadie sabe si elegiría quedarse en caso de que se le diera la oportunidad de hacerlo; tampoco saben las malas lenguas si la Casa Blanca tragará la amarga píldora de pedirle que se quede.

Resistir una recesión

Los observadores en Europa y la cuenca del Pacífico se preguntan si la Reserva Federal no ha creado ya nuevo dinero tan generosamente que haya, utilizado algunos de los poderes que le permitirían resistir una futura recesión. No se trata sólo del problema de que la gran creación de dinero pueda empezar a elevar los precios activamente y acelerar la inflación. Más preocupante es que, alguna vez en el futuro, cuando la Reserva Federal abarate el crédito y las tasas de interés a corto plazo, los duendes de Wall Street vuelvan a los títulos de la deuda y a sus paranoias monetaristas en lugar de elevar sus cotizaciones. Esta reacción podría ampliar la diferencia entre las tasas de interés a largo y a corto plazo, y debilitaría seriamente la capacidad de la Reserva de protegerse con éxito de cualquier viento recesionista.

El arte de la política económica implica sopesar juicios relativos a las posibilidades alternativas para el futuro.

Tal como yo entiendo la historia, sería demasiado pesimista predecir que la Reserva Federal se dirige a una fase de catch-22. En cualquier caso, Ronald Reagan puede que prefiera pensárselo dos veces antes de dar la bienvenida a la dimisión del gobernador Volcker.

Esta recuperación norteamericana, que ahora se encuentra en su quinto año, no parece que se acerque a su fin. El activismo macroeconómico que ha venido practicando Estados Unidos en la segunda mitad de los ochenta es algo que un ciudadano del mundo debería recomendar al primer ministro japonés Nakasone y al recientemente reelegido canciller de la República Federal de Alemania, Kohl.

En este momento no es necesaria, ni sería buena, una baja mundial repentina en los valores. Afortunadamente, estamos en un momento en el que los Gobiernos tienen a mano juiciosas medidas preventivas si la perspectiva empieza a deteriorarse.

Paul A. Samuelson. Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Traducción: Isabel Cardona.

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