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Reportaje:Siria y Líbano, una atormentada vecindad / 1

Asad aprieta pero no ahoga

En diciembre de 1983, el presidente sirio, Hafez el Asad, declaró a la revista francesa Le Point: "Líbano y Siria constituyen un solo pueblo. Somos dos Estados independientes, pero eso no quiere decir que seamos dos naciones diferentes". Hoy los soldados de Asad son dueños del sector occidental de Beirut, como ya lo eran del valle de la Bekaa y del norte del país. El enigma es saber cuáles son sus pretensiones. "Terminar con la efusión de sangre, ayudar a nuestros hermanos" afirman sus portavoces. "Avanzar hacia el sueño de la gran Siria", replican muchos libaneses. Nunca ha habido Embajada siria en Beirut; dehecho, Damasco jamás ha reconocido jurídicamente la independencia de Líbano.

En mayo de 1984, Ignacio Cembrero, entonces corresponsal de EL PAÍS en Oriente Próximo, preguntó sobre las intenciones sirias al ministro de Asuntos Exteriores de Damasco, Faruk al Charé. Éste se atuvo a las palabras de su presidente: "Fue el colonizador francés quien nos dívidió artificialmente. Pero, aun hoy día, Líbano está tan cerca de Siria como, por ejemplo, Escocia de Inglaterra", respondió.Desde 1976, al año de comenzar las guerras civiles de Líbano, el Ejército sirio ocupa amplias parcelas del país y Damasco ejerce una suerte de protectorado en el país levantino.

En el verano de 1982, Asad parecía el gran perdedor de la infernal partida libanesa. Los israelíes le habían obligado a retirarse de Beirut oeste tras derribar más de 80 aviones sirios. Parecía que Beirut escapaba de la esfera de influencia árabe para, caer en la israelí y norteamericana.

El camino de Damasco

Dos años después, el presidente sirio había conseguido rehacerse. Las tropas de Damasco seguían en territorio libanés, mientras que las israelíes comenzaban a replegarse hacia el Sur. La fuerza multinacional de paz había abandonado, espantada, la capital libanesa. Los sirios habían expulsado a Yasir Arafat de Trípoli, su último refugio libanés. El presidente maronita, Amín Gemayel, anulaba el acuerdo que había suscrito con Israel. Milicias musulmanas apadrinadas por Damasco, shiíes de Amal y drusos de Walid Jumblat se hacían con el poder en Beirut oeste. Entonces Gemayel hizo su peregrinación a Canosa. Viajó a Damasco, donde Asad le recibio con todo el respeto deb ido a un jefe de Estado. Sorprendentemente, el sirio no apretó el lazo en tomo al cuello del libanés.

Diez años de intervención política y militar siria en Líbano -coronada por la reciente entrada de miles de soldados en Beirut oeste para poner término a la última guerra entre los teóricos aliados shiíes y drusos- no han hecho sino confirmar lo que ya escribió en 1976 el periodista francés Guy Sitbon: "En Líbano, Asad hace caminar a sus tropas sobre huevos: hay más tortillas que victorias".

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Cada nueva ola de violencia en el país de los cedros supone una mayor penetración e influencia de Damasco. Da la impresión de que Siria deja que las facciones libanesas se enzarcen en múltiples querellas bélicas para luego decretar el alto el fuego e imponerse como árbitro. Es un juego de extrema sutileza: Damasco nunca pretende arrogarsela condición de amo y señor, sino sólo la de hermano mayor que detiene la pelea de los pequeños y evita que cualquiera de ellos aplaste a los otros. Hafez el Asad ha barajado en Líbano todas las posibles combinaciones de alianzas. Los que siguen su escurridiza política creen que, consciente de la debilidad económica de su propio país y de la escasa base social de su Gobierno, sólo pretende "tener un pie en Líbano", como es criben Laurent y Annie Chabry en su libro Poriticas y minorías en Oriente Próximo.

Consolidar la tutela

La realización de la gran Siria se convierte por el momento en la consolidación de una tutela sobre Líbano y del estatuto de potencia regional gracias al control de la resistencia palestina. El primer objetivo explica la voluntid de Damasco de no enemistarse definitivamente con ninguna minoría política o religiosa libanesa. El segundo, su odioa Arafat, el hombre que simboliza la autonomía palestina respecto a los Estados árabes.

A Hafez el Asad, nacido en 1929 en el seno de una familia campesina de confesión alauí, general de aviación presidente de Siria desde 1970, se le denomina a menudo el Bismarck árabe.

Los hagiógrafos de Asad recuerdan que su apellido significa en árabe león. Su comportamiento en Líbano tiene mucho de ese felino: prefiere mantener su hegemonía con el rugido.

La oscura actitud de EE UU e Israel

La actitud de Estados Unidos e Israel hacia la protección siria sobre Beirut es oscura, zigzagueante y prudente. La historia ha vuelto a repetirse estos últimos días. Washington y Tel Aviv han dicho sí en la medida en que sirva para poner orden en una ciudad demencial, de la que ambos, salieron escaldados, no si pretende sustituir definitivamente a la frágil legalidad libanesa que encarna Amín Gemayel.La historia que se ha repetido ha sido la de 1976. Entonces Henry Kissinger, a la sazón secretario de Estado norteamericano, hablé del "papel constructivo" de aquella primera intervención militar siria en Líbano, al tiempo que advertía que "no debía sobrepasar los límites tolerables para Estados Unidos e Israel".

Isaac Rabin, entonces primer ministro, vino a decir lo mismo y señaló que había "líneas ro as" que Damasco no debía, franquear. Eric Rouleau escribió en aquellas fechas en Le Monde que ni uno ni otro daban luz verde a Asad, sino tan sólo luz ámbar.

Hace una década el principal trabajó sucio que, en opinión de Washington y Tel Aviv, Damasco debía efectuar en Líbano era controlar el movimiento palestino, que se había convertido en un Estado paralelo. Ahora se trata también de frenar el retomo de los partidarios de Yasir Arafat, tarea que los actuales aliados privilegiados de Siria, los shiíes de Amal (Esperanza), no han sido capaces de ejecutar en varios meses de guerra de los campamentos.

Pero hay una nueva exigencia. Se trata de poner límite al segundo movimiento shií, el integrista y pro iraní Hezbolá. Si Asad quiere quitarse de encima la etiqueta de "patrocinador del terrorismo intemacional" debe hacer algo por los 26 secuestrados occidentales y el emisario anglicano Terry Waite.

El integrismo musulmán no es santo de la devocion de Asad; constituye, a través del grupo suní sirio Hermanos Musulmanes, el principal desafío interno a su autoridad. Irán es su aliado y su principal suministrador de petróleo barato, y Teherán ya ha mostrado los dientes ante cualquier intento de pisar a sus partidarios libaneses.

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