Suquía
ÁNGEL SUQUIA es el nuevo presidente de la Conferencia Episcopal. Los vientos florentinos del Vaticano azotan a la Iglesia española. El prelado elegido es un hombre hábil que se mueve con destreza en las más altas esferas eclesiásticas, aun a costa de que su imagen se deteriore en las bases agitadas de su propia diócesis. No es fácil, explicar la irresistible ascensión de este clérigo guipuzcoano. Desde su rectorado del seminario de Vitoria rehuyó cualquier posicionamiento político; pasó fugazmente por las diócesis de Almería y Málaga, y ocupó la sede arzobispal de Santiago sin suscitar entusiasmos. No se compromete con nadie, y sus ideas son tan desconocidas que ni siquiera se puede desconfiar de ellas. Pero en conjunto pasa por representar al sector más reaccionario del episcopado.Su elección de ayer fue laboriosa. Cinco votaciones. Las tres primeras, ganadas por Díaz Merchán, aunque sin el número suficiente de los dos tercios necesarios. En el quinto escrutinio superó por dos votos la mayoría absoluta y por seis a su oponente, el arzobispo Elías Yanes. Estos dos prelados finalistas indican que los obispos buscaban, al fin, un presidente de relevancia polémica y de talante conservador.
No puede negársele a Suquía una cierta audacia para hacerse presente en los medios de comunicación. Sus declaraciones e intervenciones semanales no han rehuido la confrontación y el trato hostil que da a grupos de la Iglesia que de él disienten y a decisiones e instituciones del Estado que no le placen. El acento de su discurso es espiritualista. Nunca se le vio rodeado de colaboradores críticos. Pertinaz en su actitud monologante, buscó refugio en la autoridad de las instancias superiores. No pretende disimular su simpatía por los grupos más inmovilistas, compactos y poderosos de la Iglesia actual.
De una elección así, los únicos responsables son quienes la han decidido. Con ella, el episcopado español confirma las sospechas de involución y enclaustramiento manifestadas durante los últimos años en la Iglesia jerárquica. Y los católicos comprometidos con el cambio ético y democrático pueden haber quedado sin interlocutores. La denuncia de las injusticias, el compromiso con los pobres, la tolerancia y la convivencia civil son causas que pueden verse relegadas. Para muchos, esta elección confirmará la sospecha de que la Iglesia es la de siempre, aquella en que sus intereses institucionales prevalecen sobre los valores de una sociedad libre. Pero, a fin de cuentas, los obispos tienen al presidente que se merecen, pues ellos lo han elegido.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.