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No hubo arroz para los sirios en Beirut oeste

Recorrido periodístico por el sector musulmán, devastado por la última batalla entre milicias rivales

JAVIER VALENZUELA Una señora con velo en la cabeza habla con un pantera rosa sirio, apostado frente a la librería Antoine, en la calle Hamra. "Esta vez no os hemos recibido con azúcar, arroz y agua de rosas, porque esos productos son muy caros", le dice. El soldado sirio sonríe bajo su mostacho. Beirut oeste, el sector musulmán de la capital libanesa, vivió ayer su primera jornada bajo el control de las tropas enviadas por Hafez el Asad. Los milicianos desaparecieron de los lugares más visibles, pero dejaron atrás los resultados de los feroces combates de la pasada semana.

En el barrio de Harnra, centro comercial de Beirut, antaño los Campos Elíseos de Oriente Próximo, se oye un enervante cri cri cri de los vidrios rotos que recogen con palas decenas de individuos. Es como si sobre el corazón de la ciudad hubiera nevado cristal.Hace un sol de ir en mangas de camisa. Dos soldados sirios regulan con lanzacohetes el escaso tráfico de las calles, a esa hora, la una de la tarde, habitualmente embotelladas. Los soldados llevan cascos rojos que parecen tres tallas más grandes, y uniformes rosa moteados, tres tallas más pequeríos. Pasa lentamente un Range Rover blanco, cargado de mujabarat o agentes de los servicios secretos de Damasco. Reparten carteles de Hafez el Asad a los escasos transeúntes, que los toman sin rechistar.

Los héroes de octubre

Hay varias pancartas recién instaladas. Dicen en árabe: "Los habitantes del barrio dan la bienvenida a los héroes de octubre". Se refieren al inicial avance sirio en territorio israelí durante la guerra de 1973.

En el barrio sólo han abierto un par de hamburgueserías, un cambista y un puesto de periódicos. También han reemprendido sus actividades los vendedores callejeros de tabaco y de frutos secos. Pero la inmensa mayoría de los acribillados comercios siguen cerrados.

Han desaparecido por completo los milicianos del movimiento shií Amal (Esperanza) y de la coalición de izquierdas dirigida por los drusos del Partido Socialista Progresista (PSP), que días atrás sembraron el caos y la muerte en la zona. Los vecinos creen que se han replegado a sus principales cuarteles generales en la ciudad: Amal, a la torre Mur, y los drusos a Jal el Bahr, al borde del mar. Ni unos ni otros han intercambiado aún prisioneros.

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Los sirlos hacen el signo de la victoria al ver a los primeros periodistas occidentales que pisan el sector musulmán de la ciudad en mucho tiempo. Han ganado la batalla de Beirut sin pegar un tiro. Ha bastado que su jefe, el brigadier Ghazi Kanaan, diga que los milicianos "recalcitrantes" serán "tratados como enemigos", para que todos entiendan que oponerse al despliegue es la muerte segura. Los hombres enviados por Damasco son unos 7.000, per tenecientes a dos brigadas, casi el doble de lo que inicialmente se creyó. Están apoyados por carros de combate soviéticos T-52 y T-54.

Un loro secuestrado

Un grupo de personas escucha las noticias en pequeños tran sistores frente al hotel Commodore, en la calle Baalbek. El hotel, un mito en la historia del periodismo internacional de los últimos años, es el símbolo de la violencia desatada en la última guerra entre milicias. El mural de cerámica azul de la entrada está como si hubiera servido de paredón de fusilamientos; no queda ni una sola cristalera exterior, y el interior del establecimiento ha sido saqueado.

"El loro ha desaparecido, lo han robado o secuestrado", informa el periodista colombiano Juan Carlos Gumucio en el desolado vestíbulo. El loro Coco vivía allí desde 1977 y era un superviviente de muchas batallas. No ha habido periodista extranjero en Beirut que no le haya escuchado imitar el silbido de las bombas israelíes del verano de 1982.

El pillaje del Commodore ha sido total. Desaparecieron la máquinas calculadoras, el con tenido de las cajas de seguridad y hasta los aparatos de télex. Dos musulmanes norteameri canos a los que los combates sorprendieron en el hotel fueron desvalijados de sus dólares Habían viajado a Beirut para intentar ayudar a liberar a sus compatriotas secuestrados, y tuvieron que regresar con dinero prestado.

Mahinud Chukair, médico shií casado con una española, viene de comprobar los daños en su consulta de la calle Baalbek. "Lo han robado todo y han disparado sobre lo que no podían llevarse", dice. Rosa, su mujer, cuenta la historia de Rita, otra compatriota, que, cuando comenzó la carnicería, se encontraba convaleciente en un hospital, y que "tuvo que pasar cinco días en el sótano".

Los sirios controlan los cruces de caminos y los grandes bulevares, y aún no han penetrado en las calles secundarias. Se les ve cada pocos metros en Ramlet el Baida y Rauche. Tienen un aspecto desaseado, sonríen y procuran ser amables, tal vez para diferenciarse de los hoscos milicianos, cuyo "reino ha terminado", según Kanaan.

Los periódicos beirutíes han recibido la entrada de los sirios en el sector oeste con una esperanza teñida de escepticismo. L'Orient-Le Jour titula en primera página: "La vuelta de Siria alarga, si no complica, el caso libanés". La prensa refleja el sentir de la población civil, que, como dice Tarek, chófer suní, cree que "el orden sólo durará unos meses, y luego todo volverá a la normalidad". La normalidad en Beirut oeste es sufrir ocupación tras ocupación -siete en 12 años de conflictos bélicos-, sin que nada se resuelva. En la ciudad se han acumulado las ruinas de tantas batallas que es casi imposible dis tinguir cuáles pertenecen a la última. En cuanto terminen de recogerse los cristales, Beirut será la misma de hace semanas con nuevas cicatrices y nuevos amos.

Sólo el diario As Safir, próximo a los medios musulmane de izquierda, apuesta porque los sirios "van a desmilitarizar la ciudad". Su entrada, cree el periódico, "augura el fin del estado de guerra en Líbano" y promete un "próximo retorno de los occidentales y las embajadas" al sector musulmán.

Los reductos shiÍes

Si en Hamra la vida sigue como suspendida, en los suburbios shiíes del sur nada ha cambiado. Las tropas sirias aún no han penetrado allí, pese a que el Ghazi Kanaan ha asegurado que sus hombres también se desplegarán en esas zonas. Controlar de los suburbios shiíes, feudos de Amal y del Hezbolá (Partido de Dios), es la verdadera prueba de fuerza para Damasco y significa un frenazo a la política iraní en Líbano, donde Damasco y Teherán sostienen una soterrada carrera por la hegemonía.

Kafaat es la única vía de comunicación abierta a todo el mundo entre los sectores cristiano y musulmán de Beirut. Es un largo kilómetro de camino entre barricadas formadas por tierra, cascotes, sacos de arena y vehículos calcinados. Una doble fila de camiones abarrotados va de uno a otro lado. El paso sirve asimismo de ganapán para gentes diversas: vendedores de loto, porteadores de bultos, exprimidores de frutas frescas y tipos que ofrecen café haciendo tintinear pequeñas tazas de cerámica.

A un lado de Kafaat están los milicianos cristianos de las fuerzas libaneses, al otro, los shiíes de Amal. Ni rastro de sirios. El periodista español Manu Leguineche, recién llegado de Teherán, enseña a estos últimos el carné de prensa que le dieron en Teherán. Los de Amal se le cuadran.

Amal en la superficie y Hezbolá en la semiclandestinidad continúan siendo los dueños de los suburbios meridionales. Pero se nota que están de retirada por el incesante movimiento de regreso de los cañones de 105 milímetros empleados en las últimas batallas.

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