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Reportaje:

La guerra de los travestidos

Los vecinos denuncian la prostitución y los riesgos sanitarios en los aledaños de la Castellana

Amelia Castilla

Los aledaños de la Castellana se convierten durante la noche en el mercado callejero de la prostitución de travestidos. La mercancía se vende allí mismo, en el interior de un automóvil, en una calle poco transitada. Ellas son dinamita, divinas, guapísimas y promiscuas Una asociación de vecinos y otra de padres de alumnos les han declarado la guerra y han iniciado gestiones para limpiar las calles de prostitución, preservativos, jeringuillas y kleenex. Los vecinos tienen miedo al contagio del SIDA y argumentan que la zona tiene una población escolar de 4.500 alumnos.

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Hombre de día, mujer de noche

A partir de las tres de la madrugada de un sábado, el rectángulo formado por las calles de Serrano, María de Molina, Vitruvio y Castellana se convierte en un hervidero de coches. Apostadas en las aceras están ellas, con sus pechos de silicona bien visibles y sus atributos masculinos escondidos entre las piernas. Mientras esperan la llegada de clientes, La Marilín, La Vanesa y Raquel fuman un cigarrillo más. "Nosotras no queremos molestar, pero si no quieren que estemos aquí que nos acoten una zona de trabajo, porque tenemos que ganarnos la vida", asegura Raquel.Raquel trabajaba como mayordomo en casa del que fuera alcalde de Madrid, Juan de Arespacochaga, pero lo dejó porque no le dejaban llevar el pelo como a ella le gustaba. Ahora se ha hormonado, tiene apariencia de mujer y se gana la vida en la calle. "En ningún sitio me dejarían trabajar con esta pinta, y lo mismo les pasa a las demás. Sólo podemos ser putas; no hay otra salida", asegura. Tiene 34 años y le preocupa la jubilación. "En la calle, como mucho, podré estar hasta los 50, pero a partir de ahí, ¿que?", se pregunta, al tiempo que incita a sus amigas a formar un sindicato y afiliarse a la Seguridad Social.

Un francés se paga a 1.000 pesetas; un completo, 2.000, y en la cama, 5.000. Los clientes exigen el uso de preservativos y nadie quiere ni oír hablar del SIDA, aunque todas reconocen que la clientela ha bajado de un tiempo a esta parte. "¿Sabes que se ha muerto el dueño de Los Centauros?", dice Raquel. "De qué va a ser, hija: de lo mismo. De eso. Bueno, yo es que no sé, pero todo el que va a América lo coge".

El conductor de un BMW reduce un instante la marcha. Una brasileña abre la puerta del vehículo y se muestra desnuda en medio del frío invierno. Tiene unos pechos grandes y agresivos Unos tacones altos y unos correajes componen su vestuario Intercambia unas palabras con el conductor y se sube al coche. El BMW desaparece. No ha pasado media hora cuando la brasileña vuelve a su esquina.

Las españolas, mientras tanto, protestan por el intrusismo de las extranjeras. "A nosotras no nos dejan entrar ni en Francia ni en Italia, y aquí dejan pasar a todos los moros y negras", se queja una. Temen a los gamberros. Los niñatos que van a asustarlas y a gastar bromas pesadas, y hablan pestes de la policía, la comisaría del distrito y los calabozos.

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Hacer tiempo

Mientras dura la programación de la tele, los clientes llegan a la zona con cuentagotas y la mayor parte de las trabajadoras del amor hace tiempo en los bares. Manolita de Jerez, un travestido de 50 años, está subida en el diminuto escenario del Nelson, una sala en la que se realizan espectáculos de transformistas, y cuenta uno de sus chistes: ""¿Sabéis el del monseñor", dice, insinuándose un poco. "Bueno, pues es el de un mariquita que va a ver al obispo y le confiesa que es homosexual. Éste le responde que como todos, y le pide que le llame monse". La clientela, integrada sólo por hombres y travestidos, aplaude divertida y pide a gritos que cuente el del burro, pero Manolita se arranca con el pasodoble La niña de Punta Umbría. La voz de Juanita Reina suena en una cinta, y ella mueve los labios y baila con mucho sentimiento.En el abarrotado local, un hombre maduro, de traje y corbata, toma de la barbilla a su compañero de mesa y le besa en la boca. Su acompañante, de edad aproximada, le mira encandilado y el beso desemboca en un tierno abrazo. El resto de la clientela no se corta tampoco a la hora de mostrarse cariñosa. Los que no van acompañados no disimulan su intención de ligar: algunos llevan la cama en la frente. Cuando acaba el número, el local se vacía y los travestidos vuelven a su zona.

Cambio de cara

La jornada de trabajo de los travestidos acaba con las primeras luces del día, y el barrio cambia de cara. Cerca de 4.500 escolares, según la asociación de vecinos del Alto del Hipódromo y la asociación de padres del Ramiro de Maeztu, se dirigen a las guarderías y a los colegios a esa hora. Los padres aseguran que "existe un peligro sanitario muy alto. Entendemos que los travestidos tienen un alto índice de riesgo de ser potenciales portadores de SIDA y hepatitis".Las estadísticas de los vecinos apuntan que los cerca de 200 travestidos que trabajan en la zona realizan 1.000 actos sexuales por noche. La falta de infraestructura del barrio para este tipo de mercado se nota en las calles Los vecinos acusan a estas trabajadoras del amor de "miccionar y defecar en calles, jardines y cabinas de teléfono. Los patios de los colegios y los portales aparecen llenos de preservativos, kleenex y jeringuillas ensangrentadas".

Además de los problemas de higiene, los vecinos aseguran que no pueden dormir. "Con frecuencia se producen atracos y se originan grandes peleas", dicen. La última reyerta fue en la madrugada del pasado día 12, alrededor de las seis de la mañana, cuando se presentaron problemas con un cliente. Los vecinos escucharon una vez más los gritos de "puta" y los lamentos del travestido al que le han destrozado la cara.

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