Los sacrificios de un rebelde
C. R., Hace dos años, Alberto, guerrillero del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), tuvo un encuentro con su esposa. Era uno más entre los que frecuentemente tenían. Dejó con ella a dos de sus cinco hijos, y suponía que unos meses después volvería a verla. Hoy han pasado dos años, y Alberto sigue todavía sin ver a su compañera. Todo este tiempo ha permanecido en el frente de guerra. "Es jodido estar aquí. Llevo dos años sin poder salir, sin ver a mi compa y a mis hijos. No puedo ir a verles porque es peligroso el lugar donde viven", detalla Alberto. El hombre lleva barba, tiene 33 años -"peligrosa edad", acota, "pues es la edad en la que murió Cristo"- y está un poco grueso. Dice que estudiaba Medicina antes de ingresar en la guerrilla y que lleva 12 años militando en el. FMLN.
"Básicamente hago tareas Políticas; estoy dedicado al trabajo de expansión. Pero cuando es necesario también participo en combates. Por eso llevo este fusil" (un M-16, de fabricación estadounidense). En la terminología del FMLN, trabajo de expansión significa desarrollar actividad política en aquellos poblados donde hay poca o nula presencia del Ejército gubernamental y que. a su vez, la guerrilla no controla ¡odavía totalmente. "A este pueblo venimos con frecuencia", señala Alberto. "En cuestión de un año hemos incrementado notablemente nuestra presencia y organización. Además, venimos para descansar y comprar comida".
Una de las características del trato entre los rebeldes izquierdistas del FMLN y la población civil es que los guerrilleros siempre compran sus víveres. "A los compañeros que van a los pueblos se les da un presupuesto de cuatro colones diarios (unas 100 pesetas) para su comida. Por eso ellos pueden venir aquí o a otros pueblos y comprar. Está absolutamente prohibido pedir o quitar comida a la población". "El frente nos da, además, el equipo. Estas botas, por ejemplo son hondureñas, compradas a los contrabandistas del otro lado que vienen a venderlas aquí. Son un poco más caras que las salvadoreñas, pero mucho mejores".
Alberto pasa momentos tristes cuando se acuerda de su mujer y de sus hijos; sin embargo, desborda, optimismo cuando se refiere al futuro inmediato. "Sé que pronto podré verles. Estamos cerca, muy cerca de la victoria final", exclama el guerrillero.
Aun con estos aires de triunfalismo, las condiciones de vida de los rebeldes son precarias. El mismo Alberto detalla: "La mayoría de las veces sólo como papas, tomatada o frijoles. Y, por supuesto, el inevitable alimento diario de los salvadoreños: la tortilla de maíz". "Sé aguantarme estos sacrificios, tanto la comida como las grandes caminatas o el no ver a mis hijos y a mi compañera. Pero es necesario hacerlo. Ya habrá tiempo después para estar con mi familia", sentencia, resignado, el rebelde.
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