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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Milagro en Italia

EL EJERCICIO económico italiano de 1986, y más particularmente el sorpasso del Reino Unido como quinta potencia industrial, o adelantamiento del mismo a cargo del país trasalpino, ha destruido un mito: la supuesta vocación de atraso de los países latinos. Al mismo tiempo, el largo trienio de Craxi asesta un duro golpe a la visión de Italia como reino de la inestabilidad política y del caos institucional más o menos organizado.Ambos fenómenos pueden ayudar a muchos a abandonar el estereotipo que se había extendido sobre el país. Porque el milagro italiano es cualquier cosa menos milagroso. El relanzamiento de la producción, la derrota de la inflación y el equilibrio de las cuentas exteriores son consecuencia de la aplicación de una determinada política económica y de un conjunto de conductas derivadas de ella.

La austeridad postulada desde finales de los años setenta -ortodoxia en el manejo de la política monetaria y fiscal, fomento de la reconversión de la economía real- ha tenido una extraordinaria respuesta en el mundo de la industria, la agricultura y los servicios. Ello ha repercutido en una vertical caída de la inflación que se inició y se ha desarrollado en su mayor parte antes del súbito descenso de los precios del petróleo y de la cotización del dólar en el último trimestre de 1985. Pero lo más notable ha sido la seriedad de la respuesta de la sociedad italiana. Sindicatos y empresarios se han adentrado por una senda realista, combinando la austeridad y las reconversiones con inversiones en nuevas tecnologías y una nueva expansión a los mercados internacionales. Posiblemente no haya hoy en Europa una generación empresarial tan dinámica como la italiana ni pueda encontrarse un movimiento sindical tan coherente y tan dispuesto al sacrificio.

El ejemplo es sólo parcialmente válido para España. Nuestro país aplica, algo más tarde y con un poco menos de decisión, una política económica similar, relativamente suavizada en sus aspectos sociales. La oportunidad española es, como la italiana, una oportunidad transformadora, manufacturera y exportadora en lo industrial y en lo agroindustrial porque dispone sólo muy relativamente de materias primas. La estabilidad institucional es también un elemento común a ambos países. Pero España carece de un elemento que en Italia ha sido decisivo para la salida de la crisis: un, reducido pero activo grupo de grandes empresas propias de carácter multinacional. Multinacionales que compran empresas extranjeras en el Reino Unido, en Francia o en la República Federal de Alemania. No hay equivalentes españoles de las Fiat, Olivetti, Pirelli o Montedison.

Por lo demás, las similitudes entre. Italia y España son numerosas por el carácter de los cambios económicos y culturales. El reto tecnológico ha supuesto un vuelco del modo de producción. En esta sociedad, todavía industrial, de ingenieros técnicos e informáticos que sustituyen a los obreros manuales hay que pensar hacia dónde se encauzan los medios tecnológicos y financieros: hacia sectores maduros o nuevos, hacia regiones expertas o vírgenes.

Italia ha sabido, en resumen, dar un nuevo protagonismo a la literatura social que valora y reinterpreta el valor trabajo, a los filósofos de la ciencia, a los microeconomistas de inspiración más o menos schumpeteriana, a los inventores. Frente a la apuesta salvaje de un liberalismo que pretendía desregular todo lo reglado, se piensa acomodar las reglas a un nuevo industrialismo de raíz próxima a lo saintsimoniano que incorpore valores culturales, estéticos, sociales y aun lúdicos que son parte del patrimonio europeo. En definitiva: un derroche de imaginación, un desafío a la burocracia y una filosofía del optimismo.

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