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Tribuna
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Tabaco

Rosa Montero

Tanto le hablaron de los estragos del tabaco que Carmen decidió abandonar la fumadera. Llevaba toda su existencia adulta ahumándose metódicamente los pulmones, lo cual suponía una veintena de años de empecinamiento nicotínico: todos sus recuerdos de persona se arropaban en el aroma de la pequeña brasa. Tuvo que inventarse una nueva forma de vivir.Empezó masticando chicle el día entero; cosa que entumeció sus mandíbulas, resquebrajó los empastes de sus muelas y produjo un efecto nefasto en su trabajo, que a la sazón era el de relaciones públicas de una multinacional de la electrónica. Se pasó entonces a las pastillas de regaliz, aromáticas pizcas que ella chupaba sin descanso. A la semana de ingerir masivamente esa sustancia su estómago ardía como un horno cerámico; a los 15 días padecía ya una gastritis horrorosa. Entre las visitas al dentista, los ataques hiperclorhídricos, las jaquecas (que se hicieron habituales) y los tratamientos médicos, Carmen empezó a faltar al trabajo de un modo escandaloso, y, cuando acudía, su boca ennegrecida con una costra de regaliz reseco, su rostro macilento y su desvaído malhumor de enferma producían un efecto penoso en los clientes. Por lo cual acabó siendo despedida de su empleo, arruinando así una carrera fulgurante. Al mismo tiempo, y obsesionada como estaba por el recuerdo del placer prohibido, Carmen abrumaba a sus allegados con la descripción de sus sufrimientos, siendo tan pertinaz y pelma en su relato que los amigos dieron en rehuirla con espanto. Otrosí su marido, harto de soportar su monotema, angustiado al ver su salud tan consumida y desquiciado por la greca de babas negras que la chupadora de regaliz dejaba por la noche en las almohadas, abandonó el domicilio conyugal y huyó con la dependienta del estanco. Enferma, sin trabajo, triste y sola, decididamente fané y descangallada, Carmen puso fin a su vida arrojándose a los coches de choquetazos. Y luego dicen que la marihuana es droga. Mecachis en la mar con el tabaco.

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