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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El mundo de la imaginación y el otro

Ivo Pogorelich

Obras de Scarlatti, Beethoven, Scriabin y Chopirl. Teatro Real. Madrid, 15 de enero.

Orquesta de RTVE

Obras de Mahler. Director: M. A. Gómez Martínez. Teatro Real. Madrid, 15 de enero.

La actuación de Ivo Pogorelich despierta siempre interés y expectación, que esta vez se habían triplicado por el suspense de un primer reenvío (el recital estaba anunciado para mediados de diciembre) y un segundo y breve aplazamiento al encontrarse el pianista yugoslavo sitiado por el temporal en Zaragoza, en donde había rendido homenaje a su gran colega español, recientemente fallecido, Eduardo del Pueyo.Hay que decir que tanto las Juventudes Musicales de Madrid, organizadoras del concierto, como su principal patrocinador, el Banco de Santander de Negocios, y el Teatro Real, así como el habitualmente difícil Pogorelich, han hecho lo imposible para que al fin sonase de nuevo en Madrid un piano no sólo alto, original y hermoso, sino también representativo de un momento clave de la actual pianística europea.

El crítico norteamericano Harold Schoemberg va a tratar en Santander, durante el próximo concurso Paloma O'Shea, el tema Cómo se tocaba el piano ayer y cómo se toca hoy. Asunto apasionante y un tanto engañoso, pues precisa de muchas matizaciones; cada época pianística, como cada estilo creador en general, es como un órgano inmenso con la posibilidad de muy diversos registros.

El registro Pogorelich posee valores de singularidad en los que residen muchos de sus encantos. ¿Pero es que no poseen singularidad el alemán Christian Zimmermann (19510), los húngaros Dezso Ranki (1951), Zoltan, Kocsis (1952), Andras Schiff (1953), el soviético Michael Rudy (1953) o el polaco Krystian Zacharias (1956), todos ellos pertenecientes a la de cada de los cincuenta y sucesores de Martha Argeritch (1941), Matirizio Pollini (1942), Daniel Bareriboim (1942) o Maria Joao Pires (1944)?

El secreto de Ivo Pogorelich y, a su manera, de alguno de sus compañeros generacionales reside en una suerte de neorromanticismo que recupera desde la técnica actual algunos rasgos sustanciales del gran pianismo de ayer. Conviene recordar que el intérprete yugoslavo procede directamente de la escuela soviética moderna y de la profesora Alice Keseradze, heredera de la línea Liszt-Siloti.

Lírico abandonoHay en Pogorelich una dosis, a veces crecida, de inspiración y una delectación expresiva que, obediente a su propio temperamento, desemboca en sentimental dejadez, en lírico y ensimismado abandono, cuyos acentos parecen emerger de un viejo grabado romántico con Chopin tocando para sus amigos.

Pero es tan fabulosamente bella la creación de la materia sonora, tan imaginativo, personal, incluso caprichoso, pero nunca excéntrico, su repertorio de vivencias, que el oyente renuncia a estar o no estar de acuerdo con sus conceptos para entregarse, sin condiciones, en fervoroso aplauso.

No sufre la música en su esencia ni en su forma en las personales versiones de Pogorelich, y quizá sólo la dinámica está tratada, en ocasiones, de un modo tan inspirado que establece cierto desorden en la planificación y en la marcha del discurso hacia los puntos culminantes de tensión. Dicho sea todo no como censura, sino con el mínimo afán de apresar lo que es y significa el personaje musical fuera de serie que habita en este jovencísimo y raro divo del pianismo actual: a veces nos recuerda a Martha Argeritch, otras al mismísimo Rubinstein, y de tarde en tarde a otro gran enigmático del piano: Gleen Gould.

Los Scarlatti fueron absolutamente fascinantes; increíbles los dos poemas de Scriabin; como jamás se ha escuchado el tan traído y maltratado Para Elisa, de Beethoven; rescatada de su primer estilo para hacer del clasicismo vienés casi una ensoñación romántica y distanciada la Sonata en si bemol opus 22 del mismo Beethoven; un verdadero mundo misterioso, entre hipnótico y preciosista, la Tercera sonata de Chopin.

El triunfo de Pogorelich fue como el de los grandes tenores o los máximos espadas del toreo. Terminaron las propinas cuando él quiso, pues por parte del público podrían seguir todavía. La reina Sofía, atenta siempre a los grandes acontecimientos musicales, nos presidió a todos en la admiración y el aplauso. La experiencia Pogorelich, al margen de todo comentario, queda en nuestras memorias para enriquecerlas.

Por otra parte, el concierto de la orquesta de RTVE. Ahora la Quinta sinfonía, la del célebre adagietto de la película de Visconti, en versión de la Sinfónica de RTVE con su titular, Miguel Ángel Gómez Martínez. Otra vez orden, buena lectura, buena memoria, seguridad, exactitud y ausencia de intencionalidad verdaderamente musical. Notas, notas y notas.

Pero la música ¿dónde estuvo? Con todo, los profesores de la Orquesta de Radiotelevisión se comportaron con excelente: y flexible estilo profesional, y, su director impuso claridad en el discurso. Sin embargo, hasta el mismísimo adagietto, quedó un tanto congelado por el criterio rígido y sin vuelo de Gómez Martínez, intérprete escasamente imaginativo. Al contrario de lo que sucedió con Pogorelich, la memoria no guardará el menor recuerdo de esta lectura mahleriana.

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