La fiebre de lo absoluto
Si hay una metáfora que atrape con verdad la verdad de Vincente Minnelli es la del alquimista: la pasión de este cineasta fue convertir el barro en oro y a veces lo consiguió.Tan seguro se mostraba Minnelli de que su cine era sólo un cómo, una manera ele mirar antes que una manera de ver, que cuentan que presumía, a veces con estudiada ostentación, de desinterés por el contenido de los guiones que le encargaban rodar. "Ni siquiera los leo", dicen que dijo.
Pero esta arrogancia era probablemente una más entre las muchas y ostentosas hipérboles de su aparato gestual de esteta. Y este, si se ven con detenimiento algunas secuencias en cuya composición Minnelli puso su archiprobada capacidad para el esmero, a su vez encubrían pasiones situadas, en la escala de la vulgaridad, algunos peldaños más abajo de lo que este refinado cineasta hubiera deseado.
El loco del pelo rojo
Director: Vincent Minnelli. Guión: Norman Corwin, inspirado en la novela de Irving Stone. Fotografía: Frederick Young y Russell Harlan. Producción: John Houseman para los estudios Metro-Goldwyn-Mayer. Estados Unidos 1956. Intérpretes: Kirk Douglas, Anthony Quinn, Pamela Brown, James Donald, Everett Sloane, Noel Purcell. Versión en inglés, subtitulada en castellano. Título original: Lust for life. Estreno en Madrid: cine Infantas.
En este sentido El loco delpelo rojo o Lust for Life es una película muy útil para entender una paradoja existente en prácticamente toda la variada filmografía de este aristócrata del Hollywood de la posguerra mundial: cómo se las arreglaba para situar en los terrenos más bajos a las más altas cuestiones y, a la inversa, cómo llegaba a ennoblecer materías de baja estofa.
Cumbres y abismos
En efecto, la patética vida de Vincent van Gogh, cuya zona adulta intenta narrar Minnelli en este filme, oscila entre lo terrible y lo delicado, entre lo mugriento y lo sublime, y la primorosa caligrafia minnelliana se pega a las curvas del camino sobre el que discurre invirtiendo curiosamente esas opciones.Lo duro, lo trágico, lo terrible de Van Gogll, aquella su búsqueda de Dios a través de una loca fiebre por el color absoluto, es banalizado, hasta bordear los límites de la blandura, por Minnelli. Recuérdese la, casi penosa, secuencia del deslumbramiento del pintor la mañana que despierta bajo la cegadora luz sureña de Arles: produce pena desvelar la incapacidad de Minnelli para decir con imágenes lo que no encuentra dificultad para enunciar mediante conceptos.
La parte que Minnelli destina a la exploración de las alturas del genio de Van Gogh, es baja: el cineasta mira las luminosas cumbres del pintor desde la oscuridad del valle. Por el contrario, la zona del filme e ri la que Minnelli representa la baja y mugrienta vida de un infórtunado holandés demente, que vivió su corta y dolorosa vida en las postrimerías del siglo pasado, alcanza una apasionante altura y conduce a un delicado ejercicio de luminosidad: el cineasta observa los abismos del pintor desde, este sí un deslumbrador dominio de los mecanismos del melodrama.
El paso de 30 años, un filtro sin piedad, sobre Lust for Life ha acentuado tanto las virtudes como los defectos que se observaron en el filme en su estreno, pero con desequilibrio de la balanza a favor del platillo de lo defectuoso, pues los ejercicios de intromisión de Minnelli en la fiebre de absolutos del pintor son superficiales, triviales incluso. Lo que quiere contar, ese qué menospreciado, por Minnelli, es muy superior a las cualidades alquímicas que el cineasta depositó esta vez en su cómo.
Lo mejor del filme es su comienzo: la lúgubre prehistoria del genio pictórico de Van Gogh, sus tardíos años de aprendizaje, en los que Kirk Douglas, amigo como Minnelli del exceso, se mueve con energía, en órbita de mayor alcance que la de Anthony Quinn en su composición de Paul Gaugin. Es esto lo que da peso al platillo de las bondades de esta irregular película.
Babelia
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