El muro
A estos jóvenes de 25 años los atiborraron de vitaminas en la infancia; fueron vacunados con la trivalente a su debido tiempo; unos padres que empezaban a ser modernos les cambiaron los pañales cantando una balada de los Beatles; crecieron entre juguetes didácticos, a la sombra de unos profesores de barba progresista y represaliada. Luego, en la adolescencia, ensayaron la primera marihuana, tocaron la guitarra sentados en el alféizar de la ventana, montaron una motocicleta para llevar en el sillín a la novia, estéticamente andrajosa a tomar una piña colada. Tal vez pasaron por la Universidad, o no hicieron nada. Hoy están frente al muro de cemento que los propios padres han levantado para protegerse de ellos. A este lado del muro hay una explanada, y en ella se concentran nuevas promociones de adolescentes según van llegando a la puerta de una ciudad habitada por gente mayor, honorable e instalada, que regula la entrada de los otros después de examinarles las encías.Al pie del paredón, una multitud de jóvenes entretiene la espera bebiendo cerveza en corro, pintándose el pelo de escarlata, engarzándose las mejillas con imperdibles a la antigua usanza. No obstante, en medio de este gentío aún existen pequeños héroes que preparan notarías, o quieren ser asesores de mercado de una empresa de uralita, o tratan de convertirse en guapos neoliberales con corbata y garfio de acero bajo el guante. Pero hoy la mayoría de los jóvenes se divide en dos: unos no pueden saltar el muro y otros se niegan a hacerlo. Son éstos los que están creando la nueva sociedad con una forma estética de vivir imprevisiblemente. El testigo de nuestro tiempo será ese'tipo de joven que no encuentra un puesto de trabajo porque éste lo ocupa su padre: el señor que en la infancia lo cebó con vitaminas y en la adolescencia le compró una guitarra y después se esforzó para que fuera a la Universidad y finalmente le mandó a Londres a aprender inglés. Hoy ese señor ha levantado un muro para no ser arrollado por su propia criatura.
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