¡Viva la mugre!
Las ciudades deben cambiar, deben adaptarse a su tiempo, aunque hoy nostálgicos y reaccionarios pretendan confundir a la opinión identificando el inmovilismo con la cultura de la conservación o con la transmisión de los valores históricos.Debemos asumir la contradicción entre la vida actual, con su desarrollo técnico y sus enormes ventajas, y la permanencia de toda una serie de manifestaciones arquitectónicas y urbanísticas del pasado, que debemos saber integrar sin caer por ello en la tramoya urbana o en valores definidos como castizos y que son con frecuencia tapadera del atraso o de la reacción romántica de quienes quieren imponer la taxidermia de sus propios fantasmas al resto de una sociedad más joven, con derecho a la, información y la cultura.
Lo típico y lo histórico
Todas las reformas urbanas del siglo pasado en tantas ciudades, europeas y en nuestro país significaron un cambio sustancial e irrecuperable de determinadas características populares. El barrio de Salamanca, el Plan Cerdá de Barcelona, la ciudad lineal de Arturo Soria fueron intervenciones entonces modernas Y hoy patrimonio de la historia. Hoy poseemos, por encima de aquello, una experiencia y una madurez que nos permite valorar lo irrepetible y lo digno de ser conservado y restaurado.
El problema está en no confundir lo típico con lo histórico, para no caer en una defensa de lo mugriento y atrasado por los recuerdos que nos puedan traer. Entiendo que no podemos dejarnos imponer viejas imágenes, aquellas; ligadas a historias particulares, ni podemos permitir que se les impongan a las próximas generaciones ni a la historia futura de la misma ciudad.
Tampoco podemos pretender la inmovilización de la ciudad como si se tratase de un museo. Algunos ejemplos en ciudades europeas con un valor histórico objetivo mucho mayor han puesto en evidencia las contradicciones de esta actitud.
Cuando uno lee la plaga de artículos escritos en los últimos tiempos sobre los problemas específicos de aceptación o rechazo de las nuevas soluciones urbanísticas en Madrid, una vez eliminados los de corte electoralista, se experimenta una gran perplejidad ante las opiniones vertidas. Si hay algo que caracteriza muchas de estas intervenciones, y que parece que no ha sido detectado, es una obsesión enfermiza por continuar un discurso histórico en los mismos términos de tiempos pasados y hoy inalcanzables.
Cuando las críticas parecen, frente al lector, negar la modernidad, en realidad la confunden con las manifestaciones posmodernas o de corte ecléctico. Ha sido precisamente ese aire ecléctico y pastelero lo que más daño ha producido. Sería en cambio modernidad y energía lo más necesario en todas las intervenciones. Y es en ello en lo que encuentro más débiles algunas de las gestiones urbanísticas en los últimos tiempos.
Por otro lado, cuando se califican las intervenciones defascistas se está demostrando una gran ignorancia o una ceguera voluntaria a aceptar la complejidad de la relación de las manifestaciones artísticas y su contexto social. La arquitectura mussoliniana fue de gran calidad; el problema debe, pues, resolverse en términos estéticos y no de maniqueísmo político.
Más grave es, en cambio, la frecuente amenaza o las lecciones de arte y democracia a las que nos quieren someter aquellos héroes del antifranquismo, como Haro Tecglen en un artículo reciente en este periódico, demostrando en el fondo un miedo aún vivo en todos sus esquemas de comportamiento. Equívoco es también hablar de humildad urbana. Cuando sobre Madrid se edifican nuevas estaciones o se piensa en la construcción sobre aquellos vertederos barojianos en San Francisco el Grande de nuevos edificios; cuando se piensa en completar la plaza de Castilla o en eliminar el famoso scalextric; cuando se realizan enormes inversiones para conseguir el saneamiento integral de la ciudad; cuando parques, espacios de deportes nuevos, alcanzan a todos los barrios, entiendo que se está haciendo en nuestra casa aquello que todo ciudadano desearía. Qué sentido tiene hablar de humildad urbana si hoy todas las grandes ciudades necesitan grandes y acertadas inversiones.
Para que muchas de nuestras ciudades recuperen sus mejores esencias deben cambiar, es decir, para que sean aquello que fueron en sus mejores tiempos deben cambiar intensamente. Sólo un ritmo intenso de cambios e intervenciones puede permitir que estas ciudades en las que tantos hemos nacido potencien sus mejores características.
Decorados de teatro
Frente a esta voluntad no cabe piedad alguna, debemos defender los valores objetivos de tina historia en la que nos reconocemos; pero en ningún caso la mogigatería de las viejas intervenciones de parterre y fuentecita de los períodos más característicos de una dictadura obsesionada por recuperar las limitadas esencias de distintos tipismos, rodeándolas de falsos ambientes propios de decorados de teatro.
Nunca como en aquel período se hicieron desaparecer más huellas de la historia de esta ciudad, incluso en los edificios que sufrieron las mejores restauraciones, realizadas con las peores técnicas y con los criterios de restauración más equívocos..
La conservación y el mantenimiento de lo histórico es lo más opuesto al disfraz. El centro de Madrid, o cualquier otro centro histórico de una ciudad moderna, no debe llenarse, de farolitos y coches de caballos, imitando lo que ya no es.
Debe ser el lenguaje moderno el que haga posible con toda rotundidad la vida más cómoda y confortable en los viejos barrios. El teléfono, la televisión, la luz eléctrica, los coches llegan a todos sitios; los trajes regionales han quedado para las fiestas, para divertirse y nada más.
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