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EL LUGAR DEL PENSAMIENTO / 1

Los tres pisos del búho

Manuel Garrido tiene el hablar parsimonioso y reflexivo que se les supone a los filósofos, y al amparo de esa entonación de lluvia va soltando frases crudas que suponen una gran capacidad para doblegar el prejuicio y el lugar común.Vive entrando y saliendo de tres pisos cercanos al campus. Están en un mismo edificio, conectados entre sí sólo por teléfonos, no por puertas, y en cada uno de ellos Garrido vive una faceta de su vida: en uno duerme, en otro guarda sus libros -una imponente biblioteca blanda, iluminada por una serpiente de focos que va dibujando todo el perímetro del piso-, y en el tercero sitúa los ordenadores en los que investiga las paradojas de la lógica.

Garrido comienza a trabajar después de medianoche, "cuando se ha acabado la televisión y la lectura de los periódicos ya no tiene sentido".

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En la distinción de personas entre jilgueros o búhos, según estén depiertas más de día o más de noche, Garrido es claramente un búho. Nunca ha podido trabajar de día. "El pensamiento, para mí, está ligado a la soledad, al silencio. Eso significa que trabajo más de noche que de día". Cuando puede se levanta tarde. Cuando no, da su clase con sueño, "lo que no quiere decir que vaya dormido". (Tiene la reputación de ser un profesor concienzudo.) "La factura de trabajar de noche se paga durante el día", dice.

Ciudad, no parroquia

Se podría creer que Garrido es el tipo de pensador-anacoreta, que se, aísla en lo alto de un monte, como Zaratustra o como el Pensador de Rodin. Pero no lo es: catedrático de Lógica, materia que prefiere enseñar por no permitir que el profesor exhiba su , intimidad, a Garrido le "estimula la gran ciudad", y considera que Oxford y Cambridge, frecuentes paradigmas para muchos de escenarios propicios al pensa miento, "tienen algo de parroquial: todo el mundo se conoce".

Aprecia, así, el anonimato de la gran ciudad, aunque añora la posibilidad de escapar. En Granada, de joven, lo hacía en una moto, ya fuera hacia el monte, ya hacia el mar. Ahora, en Madrid, sé consuela con el pobre sucedáneo de paseos por la Casa de Campo. No le gusta demasiado pasear por el campus relativamente grande y verde de su universidad madrileña, también anónimo y con desagradables sorpresas de edificios bastante feos, pues desea permanecer lo más posible al margen de las connotaciones profesionales. Cómo descansar "es algo que no tengo resuelto", dice.

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