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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sade-Mishima, una reverberación

Mishima es un personaje que se nos ha venido encima en poco tiempo. Sus novelas, de una fina violencia desesperada, acompañadas de estudios, películas y biografías que se detienen en su muerte con el harakiri ritual, dentro de una protesta política nacionalista o -traduciendo a nuestros significados- de extrema derecha, han convertido su calidad literaria en una moda. Con ella llega la única obra de teatro escrita por él a la manera occidental, Madame de Sade. Se puede decir que es una reverberación de dos maneras de crueldad reivindicada, de dos maneras de moral del fuerte, de reflexión sobre el bien y el mal. Como reverberan el nombre y la leyenda de Sade los de Mishima. Y en este montaje se hace también el tenue equívoco entre lo oriental y lo occidental, sus puntos de parentesco.Lo que se desprende de la obra vista, tras la adaptación de Melgares -que, dice él, ha sintetizado conceptos, ha abreviado formas verbales: su literatura y su castellano son siempre fiables- es la simplicidad de que la moral tradicional, representada por la suegra de Sade y por una clase aristocrática, es más dañina y más cruel que la que el marqués representaba en sus escritos y practicaba en su vida.

Madame de Sade

Autor: Yukio Mishima. Versión española de Francisco Melgares. Intérpretes: Herminia R. de Lamo, Magüi Mira, Celia Ballester, Berta Riaza, Carmen Elías, Flora María Álvaro.Escenografía y figurines: Helena Kriukova. Dirección: Joaquín Vida. Centro Cultural de la Villa de Madrid, 8 de enero.

Sade no aparece nunca en escena: está presente en el reflejo sobre las seis mujeres parlantes, cada una con su pequeño símbolo encima -la pura, la religiosa, la libertina, la leal...-, cada una con la pretensión de que Sade es ella misma. La acción es meramente interna: es decir, en escena sólo pasa lo que se dialoga, lo que se refiere, lo que se filosofa. No siempre alcanza al público, no siempre está tan repleto de dramatismo verbal como para interesar demasiado. La supuesta paradoja se ve muy pronto y se agota antes de llegar a término. Se reconoce la literatura de Mishima y se piensa que su ensayo teatral se quedó en ensayo.

La obra tiene buen reparto. Pero la calidad de las actrices, de las que brota con más fuerza Carmen Elías y no pierden su prestigio Berta Riaza o Magüi Mira, acompañadas por Herminia R. de Lamo, Celia Ballester y Flora María Álvaro, no sale de la opacidad general. El director de escena y la figurinista y escenógrafa han estado atentos a los matices, a las finuras del doble sentido, y quizá dejaron escapar alguna teatralidad. Pero el texto puede que no diese para más.

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