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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Copiar un humor añejo

La razón por la que Gene Wilder ha rodado esta película hay que buscarla en un cierto espíritu de investigador, en una variante de la curiosidad cinéfila. Para él la cuestión era la siguiente: "¿Sobrevive el humor de los años cuarenta?". Una respuesta fundada en la práctica nos la proporciona el éxito de los continuos pases televisivos de algunas de las mejores comedias de la época, pero ese mismo éxito a veces se troca en indiferencia cuando la cinta abandona la pequeña pantalla y prueba fortuna en una sala comercial.El televisor predispone a la condescendencia, admite o di simula lo que de museístico tienen algunas piezas y, en definitiva, favorece el consumo in discriminado y crea espejismos culturales. Terrorífica luna de miel es algo muy parecido a El gatoy elcanario o a BudAbboty Lou Costello contra los fantasmas, casi una copia de unos productos pensados como parodia.

Terrorífica luna de miel

Director: Gene Wilder. Intérpretes: Gene Wilder, Gilda Radner, Doni DeLuise, Jonathan Pryce, Paul L. Smith, Eve Ferret, Peter Vaughan, Jim Carter. Guión: G. Wilder y Terence Marsh. Fotografía: Fred Sculer. Música: John Morris. Estadounidense, 1986. Título original: Haunted honeymoon. Estreno en Madrid en cines Gayarre, Madrid-2, Minicine 1, Pompeya y Sainz de Baranda.

Además, Wilder ha rodado sirviéndose de técnicas casi idénticas a las de la época de los grandes estudios, reapareciendo trucos como los que Fred Astaire hiciera célebres en Royal wedding -y que ahora Lionel Ritchie ha desempolvado también para su videoclip promoclonal de Bailando en el techo-, una manera de concebir los efectos especiales que debe mucho más a la mecánica que a la electrónica.

'Gags' elípticos

Pero ese humor de entonces, ¿sobrevive o vivió alguna vez realmente? Cuando Wilder se embarcó en este proyecto sin duda lo hizo pensando lo mucho que le habían divertido a él, cuando era pequeño, las esperpénticas andanzas de Bob Hope, Abbot, Costello o Skelton, y convencido de que a las criaturas de ahora es posible hacerlas reír con lo mismo. No es cierto. Al margen de otras consideraciones sobre la infancia, la primera y más evidente es que el ritmo de lectura visual de los niños de hoy es mucho más rápido que el vigente entonces, que técnicas teatrales como la del aparte han perdido toda su eficacia y que los gags verbales que funcionan satisfactoriamente son más elípticos.Pero si los gustos y hábitos infantiles cambian, ¡qué decir de la memoria de los mayores! En las pocas ocasiones en que la curiosidad ha hecho que me interesara por los bromazos paródicos de los cuarenta, el estupor se ha apoderado de mi persona. Entre aquellos actores americanos y nuestros denostados Esteso y Pajares sólo hay unos cuantos millones de dólares de distancia, un foso monetario que, de vez en cuando, Antonio Ozores cruza con elegancia para tirarle de los faldones del frac a Groucho Marx. Y con esto no se trata de elogiar a los cómicos locales, sino de hacer constar lo mal que elige sus modelos este actor con cara de oveja teñida de rubio y con los ojos pintados que es Gene Wilder. Si se quiere copiar, homenajear o inspirarse, son mejores los Marx o Fields, las comedias como La fiera de mi niña o la gran mayoría de los reyes del cine mudo. Quizá entonces, partiendo de un buen origen, la aplicación de Wilder al cine cómico obtenga mejores resultados.

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