Signos de un gran cineasta
Es difícil entender -pues si se entendiera sería buen motivo de indignación- que el filme últimos días de la víctima, del cineasta argentino Adolfo Aristaráin, se estrene en España, no sólo con cuatro años de retraso y en una pésima copia, sino poco menos que clandestinamente, casi a escondidas, como simple relleno de programación y apenas publicidad. Se merecía esta más que notable obra otra cosa, sobre todo si se pasa lista a las muchas películas mediocres, cuando no simplemente estúpidas, que se estrenan por estas fechas a bombo y platillo navideño.Últimos días de la víctima es, en la nomenclatura norteamericana de origen, un thriller, es decir, un relato de los llamados de estilo negro, de gran pureza, que sigue las muy difíciles de seguir, líneas maestras del género casi al pie de la letra, con sólo algunas poderosas y originalísimas variantes, con sorprendentes rasgos de rigor y vigor, y con la aparente facilidad con que nos zarandean de cuando en cuando esos insólitos ejercicios de estilo cinematográfico que parecen a primera vista simplotes y que en realidad encubren mucha inteligencia y el riesgo de la elaboración.
Últimos días de la víctima
Director: Adolfo Aristaráin. Guión: Aristaráin y José Pablo Feinmann, según la novela de este último. Fotografía: Horacio Maira. Música: Emilio Kauderer. Argentina, 1982. Intérpretes: Federico Luppi, Cecilia Ravenna, Julio de Grazia, Ulises Dumont, Arturo Maly, Enrique Liporace, Elena Tasisto, China Zorrilla. Estreno en Madrid: cine Picasso.
Lo imposible como real
Es Últimos días de la víctima un relato de gran sequedad y extremada dureza, una historia de fría y crispada violencia en espiral que, no obstante, mientras transcurre, se mueve suavemente sobre los rieles de la credibilidad y la inmediatez, esa absorción de tonalidades realistas que se produce a veces en narraciones y composiciones fílmicas que bordean el privilegio imaginario de lo imposible.La conjunción del horror con el principio de verosimilitud se produce en esta película con envidiable soltura, sin un solo forzamiento arbitrario de las imágenes, y cuando tal forzamiento tiene lugar -por ejemplo, en el inesperado y violento encuadre en contrapicado del final de la primera escena-, su necesidad dramática salta como una evidencia a la vista, una vez que ha pasado. De esta manera, Aristaráin nos cuenta una feroz, terrorífica y sanguinaria parábola de muerte como quien ofrece un documento directo, sumamente verista, sobre los mecanismos de depredación en los abismos morales de las selvas urbanas.
La creación de personajes es nítida. Federico Luppi en el asesino profesional Mendizábal; Cecilia Ravenna en el personaje de la prostituta de la carretera; Ulises Dumont en el tremendo personaje del Gato Funes, un ciego dedicado a trabajos de felino; estos y otros actores dan esa materialidad que, en los bordes de lo inimaginable, requiere un genuino relato negro para superar el estadio especulativo y alcanzar la incardinación en la imagen.
Tras ellos hay una planificacíón dramática del filme en la que no hay rastro de imprecisiones. La caligrafía es sobria, eficaz y huye de florituras. La pobreza de medios es evidente, pero superada por la riqueza de salidas imaginativas de Aristaráin, cuyo trabajo debe ser valorado en razón directa de la enorme dificultad que entraña, ya que requiere para ser convincente los signos de un gran cineasta.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.