_
_
_
_
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Actitudes del elector

Acabo de leer con discreta atención -como leo siempre los periódicos- la colaboración de Rafael Arias Salgado titulada Los errores de la derecha (EL PAÍS, 13 de diciembre), en la que el primer secretario general de UCD investiga por su cuenta (o analiza) el tema político objeto de la titulación de su artículo. Yo ni entro ni salgo en su trabajo, que -sin ninguna autoridad para opinar- me parece correcto y bien llevado. Ahora bien, como alude en algunos párrafos al electorado, le tomo como punto de partida para exponer mis probablemente frívolas actitudes de elector, que muy posiblemente son harto compartidas por amplios sectores de la sociedad española.Como esta sección de Cartas al director (a donde irá a parar si paso la papelera) es muy sucinta, quiero hacer público mi modo de actuar de cara a las urnas con los siguientes ejemplos:

A UCD la vi como un conjunto de majos chicos con traje de alpaca, peinados a navaja, excitantes sonrisas y palabrería elaborada. No creí que aquel puñado de ejecutivos políticos cubriera mis apetencias. No les voté nunca.

Al PCE lo vi como unos falsos héroes barbudos y arrebatacapas, presumiendo de clandestinos y luchadores y muy seguros ellos de ofrecer Ia alternativa -más bien literaria y cinematográfica- de la conquista del Palacio de Invierno y "las justas reivindicaciones de los trabajadores". Ni les tuve miedo nunca ni les voté. Para mí estaban pasados.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

A los populares los vi como gente de dar risa sólo con presentarse a las elecciones. Sus anquilosados conceptos de todo tipo (económicos, culturales, políticos), transmitidos Ocon evidente éxito a sus jóvenes hijos, más los célebres cuarenta años me llevaron a hacerles una firme pero condescendiente pedorreta electoral.

A los psoe les voté. Mejor dicho, les he votado ya dos veces; esta última, con menos convicción. Me gustaron sus jerseis, su descorbatamiento ciertamente demagógico pero simpático, sus promesas, su tono discretamente intelectual, las ironías sin hiel de algunos de sus más destacados miembros y sobre todo su término medio. (Ya se dice que en el término medio está la virtud.) Les creí (aún les creo) y les voté; mejor dicho, les bivoté. Me siguen cayendo bien y aún me hacen albergar esperanzas.

Estas fueron, en bloque, mis actitudes esenciales frente a las urnas, tanto antaño como hogaño. No se me da el raciocinio ni el

Pasa a la página siguiente

Viene de la página anterior

estudio de promesas electorales o programas. Yo me guío por la intuición. Y por eso, y para terminar, si me deja el dire, me gustaría cerrar este escrito con una breve lista de políticos, personalizada, y lo que me dice cada uno de ellos.

Advierto que existe verdadero peligro de que este modo de actuar ante los políticos no sea cosa meramente personal. Como digo antes, los electores españoles me parecen escasamente rigoristas y cartesianos, y hay muchos que nos parecemos. En la barra del bar lo hablamos a veces y casi siempre coincidimos.

Ahí va mi lista:

Manuel Fraga. Siempre me pareció que tenía cara de presidiario y vigor suficiente para amotinarse contra el alcaide haciendo pareja con James Cagney. Imagínenlo con el traje a rayas y arrastrando una bola. ¿A que queda bien?

Adolfo Suárez. Me parece de lo menos convincente. Esos dientes blancos y en perfecta hilera (que creo que le costaron cerca del millón de pelas), su modo de hablar de actor de doblaje y su habitual indumentaria (bien cortados ternos, chaquetas de cuero demasiado actualizadas) le alejan de mi voto, diga lo que diga. Le encuentro un tanto hortera.

Herrero de Miñón. Se me aleja totalmente por la imagen. Su conjunto de pelo y frente, sus vulgares gafas, boquita pequeña y estridente voz de seminarista prohijado por el obispo están lejos del concepto que tengo de los que han de ser mis representantes. (¡Échese el pelo a la frente y déjese bigote al menos, hombre ... !)

Agustín Rodríguez Sahagún. Ha hecho lo que ha podido con la cosa del pelo, pero ¿y la voz? ¿Cómo puede uno atreverse a hablar en el Parlamento con esa voz? A mí me recuerda a un Cristobita que actúa manejado por una mano invisible por debajo de su escaño.

Nicolás Redondo. Habla muy bien y pronuncia mejor. Qué pena que le depilen las cejas y le pinten las ojeras antes de sus peroratas. Pierde credibilidad.

Marcelino Camacho. Guapo hasta la muerte y redichito él, pero siempre con el mismo jersei jaspeado. Me aburre verlo. ¡Palabra!

Alfonso Osorio. Engreído y pedante lo veo. Repeinadito y con una pulcritud en el vestir que empalaga. Sus gestos de superioridad, de saberlo todo, me cargan. Ni un voto para nada.

Alfonso Guerra. Pretenden que sea el malo de la película, pero no tiene más que una pinta de mala uva que no se lame. Le gusta incordiar, es presuntuoso y para mí que tiene talento de actor consumado. Este hombre resiste formidablemente los primeros planos.

Pilar Miró. No me gustó nunca. Su gesto, su mirada me resultan de una frialdad icebergiana. Si encima de todo promueve en televisión la producción española, la condenaría a pasar unas largas vacaciones con José Luis Moreno y sus cuervos.

Felipe González. Tiene a la vez carisma y cara de mono. Parece buena gente cuando adopta un tono grave leyendo un discurso. Las patillas que le han colocado entre Feo y la Miró le dan un aire un tanto extraño de propietario de La Ponderosa. Parece que hasta el momento lleva el timón discretamente bien. Pero que no se fie, que somos muchos más, además de mí.

Sólo me queda pedir a estos protagonistas perdón por estas bromas.- José de Juan Tamayo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_