El gesto de Fidel Castro
LA LIBERACIÓN de Eloy Gutiérrez Menoyo, que ha pasado 22 años en las cárceles castristas, es un hecho positivo en sí mismo, que debe alegrar al sentimiento democrático en el mundo entero. Un preso político ha dejado de serlo, y a mayor abundamiento la diplomacia española había realizado una inversión apreciable para obtener esa libertad. Por eso mismo, la flexibilidad demostrada por el presidente cubano, atendiendo finalmente los repetidos requerimientos españoles en favor de Gutiérrez Menoyo, es una buena prueba de que España tiene un papel político que desempeñar en América Latina, al margen de los condicionamientos de la estrategia Este-Oeste. Con todo, las demostraciones de clemencia son mucho más susceptibles de producirse, al menos en una situación como la actual, en aquellos regímenes en los que la legalidad está pensada para servir a los intereses del Estado y no a los del ciudadano. Una dictadura como la cubana puede permitirse el lujo de ser clemente porque antes ha restringido de tal manera el campo de la acción política en libertad que a una parte de sus nacionales no les queda otro camino que la disidencia o el exilio si quieren mostrar activamente su disconformidad con la situación. Ni Cuba es más democrática ni Fidel Castro menos dictador porque la diplomacia española haya podido abrir esa brecha en las cárceles de La Habana.
La personalidad del español de origen Eloy Gutiérrez Menoyo resulta, en ese sentido, particularmente ilustrativa para comprender lo que ha sido la evolución del régimen cubano desde que Fidel Castro tomara el poder en 1959. Gutiérrez Menoyo fue un castrista de la primera hora, de los que contribuyeron a la victoria de la revolución. No cabe dudar, por tanto, de la sinceridad del ex guerrillero cuando en 1961 optó por elegir el exilio de Miami en lugar de permanecer en el país, donde, presumiblemente, podría haber aspirado a cosechar los frutos de la victoria. En Florida, Menoyo fundó el movimiento Alpha 66, un grupo puramente militar cuyo objetivo era el derrocamiento de un régimen que juzgaba irrecuperable para la democracia. Gutiérrez Menoyo desembarcó en Cuba en 1964, donde esperaba, a tenor de lo que la contra cubana le había dado a entender, poco menos que un alzamiento masivo para secundar sus propósitos. El hecho de que no ocurriera así dice mucho también sobre la naturaleza del régimen castrista. La ausencia total de democracia no podía enmascarar los progresos materiales y la creciente igualdad conseguida en el reparto de la riqueza por los habitantes de la isla. Menoyo sería detenido tras una refriega en la que murieron dos miembros de la milicia, y en el Juicio a que fue sometido resultó condenado a muerte. Únicamente la clemencia de Castro, ejercida en nombre de Carlos Gutiérrez Menoyo, hermano de Eloy y caído en la lucha contra Batista, le permitió salvar la vida.
Así es como Gutiérrez Menoyo ha visto transcurrir más de 20 años de su vida en prisión. Durante ese tiempo no ha aceptado la menor componenda para obtener la libertad. Paralelamente, en Miami, el depósito de cubanos que abandonaron la isla en los primeros años del desencanto de la revolución había ido cambiando de naturaleza. Y si hace 20 años el español podía hallarse en sintonía con quienes movían los hilos de la acción anticastrista, el tiempo transcurrido ha empujado a ese movimiento cada vez más hacia unos intereses que piensan mucho más en acabar con Castro que en liberar Cuba. Eso explica también el tipo de utilización que en los medios más reaccionarios se ha hecho de la eventual libertad de Menoyo unida a las críticas a cualquier Gobierno occidental, como el español, que trate de mantener unas relaciones normalizadas con el régimen de La Habana.
Al mismo tiempo, hay que enmarcar la libertad del preso hispano-cubano en un cierto contexto internacional. Es verdad que la liberación se produce como pago a la reciente visita de Felipe González a Cuba, pero difícilmente se habría producido de no mediar un nuevo planteamiento soviético en lo tocante al respeto a los derechos humanos. No queremos decir que la nueva libertad de movimientos del disidente soviético Andrei Sajarov tenga una relación directa con la de Menoyo, pero sí que el deseo de mejorar la imagen de la URSS en ese terreno puede también hacer que se relajen los controles. En este contexto es en el que Castro tiende puentes para el diálogo con la iglesia católica.
Con Estados Unidos visiblemente a la defensiva en el diálogo diplomático entre las superpotencias, los gestos de distensión de Moscú aspiran ahora a llenar un vacío, y sus aliados adquieren con ello un nuevo margen de maniobra. En esa situación, la liberación de Gutiérrez Menoyo constituye un hecho afortunado.
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