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Víctor Soler Sala

Un español, discípulo de Mayo del 68, dirige la delegación europea de Unicef

Hombre de acción, Víctor Soler Sala ha encontrado en su trabajo de Unicef una fórmula aceptable para combinar aventura e inquietud social. Nacido en Barcelona hace 53 años, Soler Sala mantiene un espíritu jovial que permanece en él al margen de la cronología, unido a cierto optimismo sobre las posibilidades de cambiar el mundo. Impregnado de la filosofía de Mayo del 68, que él trasladó al campo social del subdesarrollo, este licenciado en Derecho que intentó compensar su extracción burguesa con la redención del Somorrostro barcelonés, no cree que Unicef sea sólo una organización paliativa.

Gracias a la existencia del Somorrostro, barrio donde confluía la migración interior, Víctor Soler Sala aprendió a discernir sobre el terreno lo que era la pobreza. Experiencia muy instructiva para él, que ya a finales de los cincuenta se había integrado en el grupo de estudios de Jaume Vicens Vives para conocer "la realidad de España", y que, por parecidos motivos, mantenía contactos con el círculo del economista Fabián Estapé. De ese modo, "los tugurios del Somorrostro fueron sólo los primeros escenarios de la sucesiva miseria que he ido conociendo por mi trabajo en Unicef"."Yo vivía entonces dos vidas: una estaba volcada a lo social y la otra centrada en los negocios. Pero comprendí en seguida que no me apetecía esa vida de agasajar a ejecutivos con visitas nocturnas al Pasapoga para que invirtieran más. Así que me fui a Estados Unidos como meritorio de Unicef, y luego, ya seleccionado y con contrato, estuve en Colombia hasta el 61", rememora.

En Bogotá fue testigo de la violencia social y política en que se desgarraba el país, pero también tuvo ocasión de asistir a las reuniones del Comité de los 21, embrión de los programas de desarrollo posteriores."Era una época, la de los sesenta, llena de progreso y de optimismo, en la que se veía posible cambiar el mundo, como luego corroboró la revuelta del 68".

Una beca en Harvard para estudiar planificación le catapultó a Soler Sala a trabajos de mayor envergadura. Estuvo destinado seis años en la India y Nepal, y regresó a Colombia y al Caribe, para luego pasar a dirigir una zona conflictiva: la ancha faja que va de Irán a Marruecos. Desde mayo del 86 ha sido elegido, sin embargo, director de Unicef para Europa, un cargo más relajado y "también más burocrático".

Confiesa Víctor Soler que teme más a la diplomacia que a las zonas de emergencia. Viajero incansable, Víctor Soler Sala, casado con una norteamericana, pertenece a esa elite político-social que hace turismo internacional siguiendo los itinerarios del desastre y del poder en vez de los del lujo.

La semana pasada presentó en España el informe de Unicef sobre la situación de la infancia y se esforzó en que los periodistas que le escucharon fueran más allá de la mera transcripción de cifras. "Unicef tiene sus estrategias a largo plazo y no se limita a aplicar oxígeno a los que se están ahogando. No somos un sucedáneo; buscamos transformaciones a largo plazo". Su vitalidad parece decaer, tal vez con un toque de sobreactuación, cuando se le insinúa que Unicef es una organización aparentemente paliativa. Pero en seguida se repone y asegura: "Somos pura acción. Nos preocupa tanto la desnutrición infantil como los maltratos que padecen algunos niños en países desarrollados. Luchamos por la calidad de la vida".

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