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La Cruz Roja se viste de gris

Los vientos del cambio llegan a una institución anclada en el pasado

Un mando de las tropas de socorro de Cruz Roja, con su uniforme paramilitar, se cruzó con unos soldados en una calle cualquiera de una ciudad española. Como los soldados no le saludaron militarmente -a él que, como muchos de sus compañeros, se hace llamar coronel, teniente coronel, comandante o capitán, aunque sea un civil-, tomó nota de sus nombres y destinos y elevó un parte a los superiores de los soldados. El parte no fue tenido en cuenta y acabó en la mesa del presidente de Cruz Roja. Ésta es una de las muchas anécdotas de comportamiento ridículo que se cuentan a menudo en los pasillos de la institución.

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Leocadio Marín, un joven socialista que tomó posesión de la presidencia de la Asamblea Suprema de Cruz Roja hace ahora un año, considera que se trata tan sólo de anécdotas, "que pueden tener una base cierta, pero me niego a generalizar". Marín, de todas formas, ha acometido un ambicioso plan que pretende un cambio profundo de esta institución, a la que no habían llegado los aires renovadores de la democracia y que aún funciona con unos estatutos, aunque retocados, aprobados por una orden de la Junta Técnica del Estado (franquista) del 10 de diciembre de 1936. El presidente de Cruz Roja recibe, de tanto en tanto, escritos anónimos de veteranos voluntarios de Cruz Roja que no admiten que se quiera desmilitarizar a las brigadas de tropas de socorro, pero también recibe llamadas de jóvenes de la institución que se desesperan porque consideran que los cambios van demasiado lentos. Marín pide paciencia y prudencia, pero reivindica también la firmeza y la irreversibilidad de las reformas.Marín ha sustituido a 18 presidentes provinciales. Sólo uno de ellos, el de Albacete, dimitió en protesta por el nombramiento de un socialista al frente de la entidad. El de Barcelona dimitió antes del relevo de Enrique de la Mata por Leocadio Marín. Otros dos fueron relevados porque se negaban a mantener relaciones con las autoridades civiles de su provincia, a las que tachaban de rojos. De los restantes, Marín sólo señala que fueron relevados en función "de las necesidades de cada provincia".

Marín se sorprende de que los que antes aceptaban sin rechistar los ceses y nombramientos de sus antecesores, ahora intenten crear polémica cuando él ejerce sus potestades y traten de contabilizar la adscripción política de los nuevos. "Siempre había existido un sesgo hacia la derecha en la entidad y yo, lógicamente, me siento más tentado a confiar en personas de talante progresista", afirma.

El proyecto de reforma de los estatutos, para democratizarlos (véase EL PAÍS del 8 de noviembre), está a la espera de que el Gobierno y la Liga de Sociedades de la Cruz Roja den su opinión sobre el borrador.

Desmilitarizar la brigada

"Vamos a cambiar la concepción misma de la brigada; un cambio total, no sólo de uniforme", asegura Marín. Los voluntarios adoptarán un uniforme que no se asemejará al de ningún cuerpo militar o policial actual. En principio, se ha aceptado el color gris -"una empresa textil catalana se ha ofrecido a crear para nosotros un color gris cruzroja, específico para nosotros"- y los mandos no podrán utilizar nomenclatura militar. Los militares de carrera dejarán de ostentar mando en Cruz Roja; hoy, el cargo de inspector general de Tropas y Operaciones de Socorro es un militar. Sólo se conservará la figura de un vocal militar, que actuará de enlace entre la institución y el Ministerio de Defensa. Este cargo lo ocupa el teniente general Joaquín Arozarena.Los cambios quieren acabar con situaciones bochornosas como la que protagonizaba el coronel jefe de una brigada provincial, ya destituido, que cada mañana llegaba a la sede de Cruz Roja, uniformado y con el banderín de la institución en su autómovil, pasaba revista a sus voluntarios, hacía izar bandera, y luego se cambiaba de ropa y acudía a su trabajo en una entidad bancaria. O el de aquellos otros que, alegando ser mandos de Cruz Roja, obtuvieron permisos de armas.

Esta reforma cuenta con el apoyo de los propios militares. En 1984, el gobernador militar de Barcelona, siguiendo instrucciones del capitán general de la región, dio instrucciones a los jefes y oficiales de la Sanidad Militar para que rechazaran, "con cortesía pero con firmeza", que los mandos de Cruz Roja utilizaran en su presencia categorías correspondientes a los empleos de oficiales del Ejército, "lo que da lugar a equívocos e incluso a malestar entre el personal militar".

En ninguna Cruz Roja del mundo existe un parangón con las militarizadas tropas de socorro españolas, que hasta el nombre cambiarán por el de Unidades de Socorro y Emergencia.

Marín aspira a que los objetores de conciencia cumplan su servicio sustitutorio en Cruz Roja, si así lo deciden libremente, pero lo considera imposible mientras las brigadas no se desmilitaricen.Las actuales tropas de socorro atienden básicamente los puestos de primeros auxilios en carretera o de salvamento en las playas, pero los nuevos directivos de la institución quieren ampliar sus funciones para convertir estas unidades en una red de urgencias de carácter rural, y no únicamente en el caso de accidentes de tráfico. Los puestos de socorro deberán ser ampliados en número, pero también ubicados de nuevo, porque se habían instalado sin ninguna planificación previa y respondiendo a menudo a presiones locales.

El objetivo que Marín acaricia con más cariño es la potenciación de los servicios no estrictamente sanitarios, potenciando el voluntariado social en número y en diversidad.

"Como no van uniformados", se lamenta, "no se les conoce y pocos saben que voluntarios de Cruz Roja están presentes, por ejemplo, en barrios marginados, en la atención a la tercera edad, asistiendo a los refugiados políticos y, en el futuro, a los inmigrantes ilegales".

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