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UN CENTRO POLÉMICO EN UNA VIEJA ESTACIÓN

Mitterrand inaugura en París el Museo de Orsay, reflejo de la unidad de la cultura francesa

Lluís Bassets

El presidente de la República, François Mitterrand, abre hoy la semana de inauguración que se ha organizado en el Museo de Orsay, de París, una de las grandes obras públicas culturales de la Francia moderna. El 9 de diciembre, después de la apertura oficial, el polémico museo -en el que se quiere reflejar la continuidad y la unidad de la cultura francesa- abrirá sus puertas al público, tras una campaña de imagen que llevará a miles de visitantes a agolparse en las puertas de la antigua estación. El museo quiere ser una exposición integral de las artes, de la comunicación y de todos los fenómenos de la animación cultural, desde la pintura a la Prensa.

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François Mitterrand, en uno de los textos de presentación, ha precisado el sentido histórico de los fastos que hoy empiezan: "Éste es el sentido de los grandes proyectos, más allá de cualquier determinación política, ilustrar la continuidad de una ambición, la de la colectividad nacional toda entera".La primitiva idea de salvar la estación de Orsay y dedicarla a algún gran proyecto cultural fue de Georges Pompidou. El proyecto se gestó bajo la presidencia de Valéry Giscard D'Estaing, que quiso limitar el concurso arquitectónico a los creadores franceses para subrayar el carácter nacional de la empresa. Poco después rectificó en algo su restricción al incorporar a la italiana Gae Aulenti a la creación de la arquitectura interior del proyecto.

El presidente socialista ratificó la idea, después de dos meses de vacilaciones, de que el entonces ministro de Cultura, Jack Lang, albergó dudas sobre su contenido ideológico y su financiación. Por si alguien todavía compartía esas dudas, el primer ministro socialista Pierre Mauroy las despejó públicamente en agosto de 1983, cuando destacó que el período elegido para el museo "ha vistó la revolución industrial y el nacimiento de las ideas socialistas".

La unidad y la continuidad política demostradas en la compleja gestación del museo, bajo tres presidentes, con gobiernos de prácticamente todas las tendencias políticas de la actual escena francesa, tiene su correlato en la misma concepción histórica y artístca. Giscard D'Estaing ha escrito a propósito del proyecto: "Pensaba, desde el principio, que había que buscar la unidad de la creación francesa del siglo XlX". Frente a los museos que privilegian períodos cortos o tendencias muy marcadas del arte, sé ha elegido un período apropiado para ofrecer una imagen de continuidad y de unidad de la propia cultura francesa. Desde el punto de vista museográfico, cubre la laguna histórica existente entre el Louvre y el Centro Pompidou, pero desde el punto de vista estético, permite resaltar, capitalizar y finalmente bendecir todas las ideas, tendencias y creaciones producidas en el período histórico que va desde la revolución de 1848 hasta la guerra de 1914.

La continuidad y la unidad de la cultura francesa es, en consecuencia, el objeto central que surge de esta nueva disposición de obras de arte hasta ahora dispersas, que se articulan por primera vez en una visión-nacional, e incluso nacionalista, si atendemos a las propias declaraciones de los dos presidentes implicados en el proyecto.

Un museo integral

El museo de Orsay quiere ser, según sus responsables, una muestra integral y armónica de toda una época, por lo que no se limita a un único arte. Pintura, escultura, arquitectura, artes decorativas y fotografía están presentes en los distintos espacios, con acompañamientos en paneles dedicados a la historia y al periodismo, y actividades trimestrales sobre temas especializados en el mismo período histórico.El repertorio de las obras recogidas es tan impresionante como heterogéneo: la escultura del último romanticismo, pintura de Ingres y de Delacroix, posterior a 1850, el eclecticismo pompier de la segunda mitad del XIX, las artes decorativas conocidas con el nombre de Arts and crafts, el naturalismo y el realismo agrario, la escuela de Barbizon, el orientalismo, la pintura de aire libre y todo el impresionismo, con espacios dedicados a los artistas y movimientos más destacados, puntillismo, nabís, naïfs, simbolismo, artes gráficas y fotografía desde Nadar, libro ilustrado y prensa, la arquitectura (con la maqueta del Palacio de la Opera) el Art Nouveau, y los últimos gestos artísticos antes de la época de las vanguardias.

Todo ello está presentado como un descubrimiento. Parece que los pompiers, la escultura oficial o los impresionistas sean una novedad que se le ofrece al visitante. El discurso histórico que articula colecciones hasta ahora dispersas y en algún caso desvalorizadas, como es el caso del arte oficial, ilumina de una forma nueva todo el conjunto. Un cierto eclecticismo estético y algunas amalgamas del gusto aparecen en consecuencia, en esta nueva panorámica. El acondicionamiento del edificio ha respetado partes muy importantes de la vieja estación, a la que se ha dotado de un mobiliario y de una arquitectura interior que contrasta por su modernidad y por los mismos materiales elegidos, que nada tienen que ver con la estética ferroviaria del XIX.

La gran nave de la estación, con una luz cenital magnífica, proporciona una visión limpísima del enorme parque de estatuas. En ella se ha construido, como edificios dentro del edificio, una auténtica avenida, donde las construcciones de paredes desnudas y frías, de aire egipcio, babilónico o incluso musoliniano son salas de exposición principalmente pictórica.

Espacio íntimo

Al espacio abierto de la nave escultórica, en la que no faltan trucos escenográficos para acentuar las perspectivas, se contrapone el espacio íntimo de las salas escondidas, donde se combina de nuevo una luz cenital creada a partir de linternas o claraboyas nuevas, o una luz tamizada por cortinas blancas sobre las ventanas sencillas del antiguo hotel.La presentación de todo el conj unto constituye una apuesta de tal dureza y energía que cualquier polémica que desencadene, y las está desencadenando ya todas, será beneficiosa para el museo. La calidad deslumbrante de las colecciones permitirá la reafización de recorridos personafizados, en los que el arte más discutible puede jugar más como un guífio irónico que como un elemento relevante. Los servicios de atención al público y a los escolares, y todo el conjunto de actividades de animación cultural, prometen convertir la vieja estación en uno de los centros de atracción artística más importantes del siglo XX, a pesar de la luz nostálgica, teñida por los reflejos del Sena, que parece caer desde las vidrieras ferroviarias.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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