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Tribuna:LA CAMPAÑA DE LAS ELECCIONES VASCAS
Tribuna
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El pesimismo de la violencia y el optimismo de la voluntad

Es sabido que las características singulares de la economía vasca la han hecho más vulnerable a la crisis que el resto de la economía española.Las consecuencias del mismo son tan visibles como traumáticas: una reconversión industrial de alcance inusitado, y que probablemente aún no ha terminado de hacer sentir sus efectos negativos; un paro superior a la media española, que se encuentra entre los más altos de todas las regiones y que oficialmente se reconoce como irreductible a medio plazo; una prolongada caída de las inversiones durante casi una década, que sólo recientemente ha comenzado a detenerse. Todo ello y otros datos más configuran el cuadro más negro que ha vivido la economía vasca en lo que va de siglo.

El exponente más visible de esta sacudida es la cuenca del Nervión. El desfallecimiento reciente de la antaño poderosa ría es fácilmente perceptible con un breve repaso de los indicadores económicos o con una fugaz visita. Este deterioro tiene además gran trascendencia cualitativa, Las empresas de esta zona habían sido el Inicio y el motor del crecimiento industrial vasco. La pérdida de fuerza e influencia económica del área metropolitana de Bilbao -Insustituible como dinamizadora de la comunidad autónoma- tiene efectos destructores sobre los servicios especializados de apoyo. Lo que a largo plazo puede acarrear la pérdida de funciones motrices vitales para el desarrollo regional en su más amplia acepción.

Como consecuencia de esta evidencia, la sociedad vasca ha comenzado a tomar conciencia de que por ahora los altos ritmos de crecimiento sostenido son un recuerdo del pasado. Se sabe que esto responde a un cambio estructural que no se resolverá por sí solo, ni tan siquiera con la ayuda de una expansión de la coyuntura mundial, sino que para ello será necesario realizar el esfuerzo adecuado.

Una parte importante del mismo se está realizando por el sector público, tarea facilitada por la consecución del estatuto de autonomía. Sería muy desagradable imaginarse qué habría sido de la economía vasca sin la amortiguación que en su caída ha introducido el concierto económico y la actuación de los Gobiernos, español y vasco, o las diputaciones forales, cada uno en la medida de sus posibilidades. Ni siquiera los partidarios de -la economía ultraliberal serían capaces de defender las consecuencias prácticas de este ejercicio intelectual. Además, el poder autonómico ha podido poner en marcha algunas medidas adaptadas a las necesidades concretas de la industria vasca, entre las que destaca por su amplitud y resultados la política tecnológica.

Esto, unido a la mejora de algunos indicadores coyunturales recientes, puede llevar a afirmar que la economía vasca ha tocado fondo y ha emprendido ya definitivamente el camino de la expansión sostenida y la modernidad. Este planteamiento se apoyaría demasiado en el corto plazo, y adolece, en consecuencia, de falta de perspectiva. Situados a dos palmos de la vía, se percibe el paso del tren, pero es muy dificil calcular su velocidad de crucero, el contenido de su carga y especialmente la dirección exacta de su recorrido. A pesar de todo, sería erróneo afirmar que no han mejorado algo las cosas o, mejor, que la situación no sea menos mala, aunque pueda atribuirse a causas coyunturales y no se perciban aún repercusiones en el empleo.

Ahora bien, ¿se puede pensar que se dan hoy las condiciones objetivas en Euskadi para configurar un clima inversor que introduzca nuevas actividades suficientemente atractivas como para relanzar su economía? No parece que sea éste el caso. Además de las dificultades económicas aún no resueltas, el contexto sociopolítico influye negativamente. En un país donde se asesina o secuestra a empresarios, y en el que se les extorsiona en medio de una población que todavía no reacciona decididamente contra la situación, no debe sorprender que los nuevos empresarios sean un recurso muy escaso. O que Euskadi sea considerada a efectos prácticos como zona de alto riesgo por las empresas multinacionales.

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La violencia, además, acaba desbordando sobre el conjunto de los comportamientos sociales. Propicia el sectarismo y dificulta la búsqueda de consensos en el esfuerzo económico. Además, confiere una especial virulencia a unos conflictos laborales que ya de por sí hubieran sido duros debido a la profundidad de la reconversión. Por eso la conflictividad laboral supera con frecuencia a los sindicatos, acabando en numerosos casos en enfrentamientos que paralizan durante horas la vida cotidiana.

En este contexto es dificil conseguir las condiciones suficientes para que se invierta en las cotas necesarias para resolver los problemas inherentes al desplome del sector industrial y para frenar la pérdida de empleos en el mismo, que ha llegado a ser del 30% en la última década.

Todas las experiencias europeas recientes demuestran que las regiones de antigua industrialización tienen graves problemas para generar nuevas empresas. Al añadirse a las dificultades económicas la situación de violencia política, los vascos nos vemos obligados a levantar piedras más pesadas si queremos reindustrializar el país.

El Gobierno vasco afirmaba la pasada primavera que el deterioro del empleo "no tiene paralelismo en ningún país de la OCDE". Por eso se va generalizando la conciencia de que nuestra economía ha llegado a un nivel de desintegración que hace necesario reaccionar colectivamente contra todas las causas que lo originan y establecer un pacto entre todos los sectores sociales y económicos que permita, al igual que ya pasó en los inicios de nuestra industrialización, polarizar todas las energías colectivas en conseguir la aparición de nuevas actividades económicas.

El pesimismo de la inteligencia lúcida nos permite detectar las dificultades que tenemos delante. El optimismo de la voluntad de cambio nos permitirá vencerlas. Amén.

Jaime del Castillo es profesor de Economía Aplicada en la universidad del País Vasco.

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