El dilema
Las principales actitudes de los ciudadanos en esta cuestión del aborto se pueden reducir a tres. Una es la que podríamos llamar liberal-positivista. El positivista está seguro de que el feto no es persona. El aborto no es para él problema ético, y su legalización le parece un asunto trivial. La actitud contrapuesta, típica de los católicos tradicionales, es que el feto no es manipulable, porque tiene alma, y el orden natural debe ser respetado.Una tercera actitud es la de los indecisos. El indeciso puede no estar tan seguro como el positivista de que el feto no sea persona. Sin necesidad de acatar el dogma católico, puede pensar que las personas o seres humanos tienen una dignidad especial (por ejemplo, como sujetos de derechos). Supongamos que se proyecta hacia atrás la película ,de la vida de un organismo humano adulto. ¿Cuándo dejaría este organismo de ser persona? ¿Acaso cuando ha disminuido lo bastante para poder zambullirse en la vagina de una mujer? Si el accidente del nacimiento decidiera la cuestión, un feto de seis o siete meses podría convertirse automáticamente en persona por la fortuita circunstancia de que un susto o una caída de la madre precipitase el parto. Más práctico parece tomar como criterio la viabilidad o capacidad efectiva de que sobreviva el nuevo organismo fuera del claustro materno (aunque aún esté dentro). Pero entonces será la tecnología la que diga la última palabra. Porque, presumiblemente, cuanto mayor sea el grado de sofisticación que vayan adquiriendo las incubadoras artificiales, más seguro será que garanticen la supervivencia de fetos menos desarrollados.
Wittgentein escribió una vez que el alma del hombre se refleja en su cuerpo. La profesora Judith Jarvis Thomson, para la cual un óvulo recién fecundado, un grupo de células recién implantado no es más persona de lo que una bellota es un roble", recuerda, sin embargo, que en la décima semana se puede detectar ya en el feto actividad cerebral.
El paradigma de ser humano es el adulto normal, y para el positivista los modos deficientes -o tenidos por tales- de nuestro desarrollo cuentan poco. Ha habido épocas en el pasado en que una elite culta y poderosa ha establecido falsamente el paradigma humano, dejando fuera a los esclavos, las mujeres o los negros. Y ha habido sociedades que no penalizaban el infanticidio. En la moral de Occidente ha prevalecido, sin embargo, la llamada hipótesis de potencialidad, según la cual el concepto de persona se debe aplicar a un hombre independientemente de sus condiciones de hecho, tanto si está despierto como si está dormido, tanto si es viejo y hemipléjico como si es niño o, tal vez, embrión. Al indeciso le cuesta trabajo renunciar a esa hipótesis.
Pero si la actitud liberal-positivista pone demasiado fácil el problema del niño, la actitud conservadora pone demasiado dificil el problema de la madre La teoría clásica resuelve mecánicamente la mayoría de los conflictos de interés entre el feto y la mujer embarazada a favor del primero, alegando el derecho del nuevo ser a la vida y el principio de sujeción de la mujer a la naturaleza. Destacados moralistas han analizado las implicaciones éticas del embarazo no querido para la madre tomando como referencia la alucinante ficción conocida como el caso del violinista inconsciente.
Violinista inconsciente
Imagine el lector o lectora que es víctima de rapto y al despertar encuentra en la cama el cuerpo de un hombre inconsciente físicamente conectado al suyo, espalda contra espalda, por tubos que comunican los respectivos riñones. Individuos que dicen pertenecer a la Asociación de Amantes de la Música le explican la situación: -el hombre inconsciente es un gran violinista que necesita por un período pasajero de tiempo, tal vez nueve meses, parasitar los riñones de otra persona para sobrevivir. No habiendo otro remedio, se ha recurrido al rapto de alguien con el grupo sanguíneo adecuado. Aunque el hecho está ya consumado, los Amantes de la Música advierten a su víctima que es libre de ordenar que se interrumpa la conexión con el violinista. Pero debe cargar con la responsabilidad, moral y legal, de haber matado a un hombre y privado de una gloria a la humanidad. Los médicos de la sala se niegan a cortar esa conexión alegando que no son asesinos.
La teoría clásica -que acostumbra a ser más indulgente con la muerte del prójimo en caso de guerra- prohíbe atentar directamente contra la vida de un tercero inocente. Las intelectuales feministas han procurado sugerir un enfoque diferente. Un embarazo tramitado contra la voluntad y el deseo expresos de la persona que lo aloja altera drásticamente el programa de vida individual, familiar y profesional de esa persona y la priva por un tiempo del elemental derecho a disponer de su propio cuerpo. Cuando un extraño irrumpe, aunque sea involuntariamente, en una propiedad privada, se le considera un intruso. ¿No es una intrusión más desestabilizadora y de más graves consecuencias para la persona de una mujer la irrupción de un organismo no deseado en su intimidad somática, que es aún más entrañable que la doméstica? La respuesta a la irrupción de un extraño en el propio hogar puede ser un acto de legítima defensa. Y el acto de legítima defensa es, según Tomás de Aquino, estrictamente más moral que su contrario. ¿Por qué no interpretar como legítima defensa la acción de pulsar un conmutador que interrumpiera la comunicación de nuestros riñones con los del violinista?
Y algo así sucede con el problema del aborto. Después de sopesar los pros y los contras, el ciudadano indeciso puede inclinarse a opinar que ese problema es un dilema de conciencia. Y no puede menos de aceptar el argumento feminista de que si la legislación de un país prohíbe el aborto, la consecuencia es que se obliga penalmente a la mujer a desempeñar, en muchos casos contra su legítima voluntad, el papel del buen samaritano. Pero parece dudoso que sea equitativo imponer por la fuerza de la ley a las personas de sexo femenino el ejercicio de un heroísmo moral que, según la enseñanza evangélica, no todo el mundo practica, sino sólo quienes en conciencia deciden hacerlo.
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