El 'caso del maletín"
LA DETENCIÓN en el aeropuerto de Madrid-Barajas, durante más de 24 horas, de dos ciudadanos norteamericanos provistos de pasaporte diplomático y portadores de cinco millones de dólares en un maletín plantea no pocos interrogantes sobre los límites que el sentido común debe poner a la colaboración que corresponde a dos países aliados. Las hipótesis de la complicidad se dirigen en dos sentidos: o los norteamericanos pasaron por Madrid con el visto bueno -por anticipado- del Gobierno español, o el Gobierno español, una vez el maletín puesto al desnudo con los rayos X, aceptó las razones que desde la Embajada de la calle de Serrano se sirvieron para hacer la vista gorda y dejar que llegaran al seguro aeropuerto de Zúrich dólares y ciudadanos.La cuestión exige una respuesta, máxime si este suceso tiene algo que ver, como parece obvio, con el suministro de armas y repuestos a Irán por parte de la Casa Blanca, como elemento de la política de acercamiento del presidente Reagan al régimen de Jomeini para obtener la liberación de los rehenes norteamericanos en poder de grupos libaneses proiraníes. Los extraños movimientos de extraños diplomáticos con extraños maletines en aeropuertos españoles enlazan, según parece, con la no menos extraña presencia de extraños aviones en las pistas de esos mismos aeropuertos. Ante esta acumulación de coincidencias sólo se ha producido un prolongado mutismo oficial, apenas roto por tres nada esclarecedoras declaraciones. La primera provino de un portavoz de la Presidencia, quien se limitó a decir que "no constaba" tal paso de armas; la segunda llegó desde la Oficina de Información Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores, donde se confesaba no tener "m la menor idea" del caso del maletín, y la última, del propio presidente del Gobierno, Felipe González, quien, a preguntas de un redactor de este diario, respondió con un sorprendente "me parece que es falso"
El calado político de la operación emprendida por Reagan de combatir el supuesto terrorismo de Estado en unos casos, como el de la Libia de Gaddafi, con las armas en la mano, mientras que en otros, como el de Irán, poniendo las armas en la mano de ese mismo Estado al que habitualmente Washington acusa de terrorista, es de por sí suficientemente polémica como para que fuera una operación más que dudosa la de prestar el territorio, tanto como base de operaciones o simplemente como punto de enlace. Si la operación se ha hecho con conocimiento de determinadas autoridades españolas, ya que la detención de los norteamericanos supone que al menos otras autoridades nada sabían, sería necesaria una respuesta algo más convincente que las anteriormente descritas. Si los diplomáticos, en cambio, llegaron a Barajas sin previo aviso, parece obvio que entonces nos encontraríamos de bruces con un abuso de confianza de un país aliado, quien por su cuenta y riesgo utiliza los aeropuertos españoles. Desde Estados Unidos hay suficientes vuelos a Zúrich, además de la existencia de toda una alfombra de bases estadounidenses en Europa, como para no implicar a un tercer país en tan discutible tarea de entregar cinco millones de dólares a alguien que se da por supuesto que no puede utilizar el más limpio camino de la transferencia bancaria.
La postura del Gobierno español contra el terrorismo es clara y contundente. Al parecer, las posiciones de la Administración norteamericana frente al terrorismo dependen, por el contrario, del espacio nacional en el que éste se desarrolla y de las personas que sufren las consecuencias de tal amenaza. Ésta es, al menos, la conclusión que ha de sacar buena parte de la opinión europea ante quien condena formalmente a los dirigentes de los países que supuestamente apoyan las redes terroristas internacionales y, cuando es menester, les proporciona alegremente armas. Pero, en cualquier caso, de lo que no cabe duda es de que el Gobierno español debe dar explicaciones en el Parlamento de la detención en Barajas y su posterior puesta en libertad para que siguieran viaje de dos ciudadanos norteamericanos provistos de pasaportes diplomáticos, portadores de cinco millones de dólares y un maletín; explicaciones tanto o más necesarias incluso en el caso -como pretenden los responsables norteamericanos- de que tan golosa mercancía estuviera destinada al pago de confidentes en el tráfico internacional de narcóticos.
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