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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El romance francés

LA VISITA oficial del jefe del Gobierno francés, Jacques Chirac, ocho meses después de la victoria electoral del centro-derecha en su país, sanciona el buen momento por el que atraviesan las relaciones entre París y Madrid. La importante operación antiterrorista, fruto al parecer de la colaboración entre los respectivos aparatos de seguridad, desarrollada en Hendaya la víspera del viaje, muestra que es precisamente la colaboración en la lucha contra ETA el terreno elegido para simbolizar el acercamiento.La coalición de centro-derecha triunfante en las elecciones francesas del pasado marzo había hecho de la revisión del Tratado de Adhesión de Portugal y España a la Comunidad Europea una de sus consignas. Sin renunciar a ese planteamiento, que no suscitó nunca la unanimidad en el seno de la coalición, el Gabinete de Chirac ha optado en la práctica por congelarlo, aunque el propio primer ministro acaba de declarar que los problemas no se resuelven aplazándolos, y que todo deberá replantearse al final del período transitorio que expira en 1991.

Ambos países comparten el campo de los grandes problemas de la política internacional, una postura favorable a hacer pesar la influencia europea, con voz propia, en el diálogo sobre defensa y desarme entre las superpotencias. Especialmente destacable es la proximidad de posiciones manifestada en la política árabe, que en estos momentos es motivo de una profunda fisura en el seno de la CE. No puede despreciarse, sin embargo, el contrapunto que ofreció el presidente del Gobierno español al recordar el reciente establecimiento de relaciones con Israel.

Pero es en el terreno de las relaciones bilaterales donde la desconfianza mutua ha cedido de manera más espectacular en los últimos meses. Durante años, la escasa receptividad de las autoridades francesas a los requerimientos españoles en favor de una más estrecha colaboración antiterrorista había enrarecido las relaciones. La evidencia de que en España existía un régimen democrático que dejaba sin la menor justificación la pretensión de ETA de acogerse al derecho de asilo ofrecido francés tardó en ser asimilada por aquellos gobiernos y por una parte significativa de la población francesa.

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Sólo a partir de los acuerdos logrados en 1984 comenzó a avanzarse seriamente en la colaboración entre los respectivos ministerios del Interior. Esa colaboración no sólo se ha mantenido tras la llegada de Chirac al Palacio de Matignon, sino que se ha intensificado. La aplicación de una decidida política antiterrorista forma parte destacada del programa de la coalición vencedora el 16 de marzo, que ha permitido al Gobierno Chirac aprobar sin mayor oposición una legislación que autoriza expulsiones inmediatas de extranjeros sospechosos de estar relacionados con grupos de activistas violentos.

Por lo demás, el buen clima en las relaciones políticas propiciado por esa actitud francesa respecto a ETA ha favorecido acuerdos sectoriales, como los logrados el mes pasado en la reunión interministerial de Zaragoza. Tales acuerdos, como el que permite el libre acceso de los pescadores vascos al caladero de Eskota, en aguas jurisdiccionales francesas del golfo de Vizcaya, implican contrapartidas, tal como es, en este caso, la libertad de tránsito para los agrios procedentes del norte de África. Las contraprestaciones son, sin embargo, habituales en las relaciones económicas y comerciales entre países soberanos. Realmente, en conjunto, puede decirse que las relaciones franco-españolas encuentran actualmente un grado de esplendor como no conoció la historia de varias generaciones. Y esto ocurre, precisamente, cuando en el país vecino el poder lo ostenta un Gobierno conservador y en España gobiernan los socialistas.

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