_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Máquinas sentimeintales' buscan emperador

Medio centenar de esculturas robot y máquinas sentimentales se reunieron en cónclave reciente bajo las bóvedas de un laberinto medieval. Al visitante de la cartuja de Villeneuve-lez-Avignon se le obsequiaba con un paseo por la maravilla, el encantamiento y el estupor. El raro elenco en exposición representaba el último grito del arte aliado con la electrónica y la ironía. Allí, Marilyn Monrobot desposada con Monsieur Futura; un Hombre de vidrio sensible a los estímulos; la obscenidad cibernética de un Priapo 86, un grupo de androides conversando; Incubo y Súcubo movidos por energía solar, con el infierno en perspectiva; el mayordomo que pasa el aspirador y sirve el té; la Máquina protésica, ingenio de amor con mecanismo de alta precisión, concebido para el cuerpo de la mujer y los fantasmas masculinos; un híbrido de insecto y máquina de coser (explícito homenaje a Lautreamont); la filantropía de la Máquina de soñar y de la Máquina de la felicidad (otra, concebida por un chinoamericano, nos promete vibrar de placer); Zed, refinada criatura que habla, canta y recita poemas; un narcisista Anticristo logarítmico (hace el milagro de respirar en cuanto advierte presencia próxima de humanos); robots musicales con arpa eólica y robots poetas que crean conforme a la demanda y recitan con mayor sentido que algunos actores...No se trataba, obviamente, de presentar en sociedad a obreros de cuello de acero, los robots industriales de la última generación. Más que una luterana devoción por el trabajo, esta familia cosmopolita proclama su condición lúdica y su absoluta inutilidad productiva, y reclama un derecho a la pereza. Avanza, con sarcasmo, el sarcasmo de la sociedad de ocio venidera, en un mundo cada vez más condenado a desempleo forzoso, y, evoca como nada la época manierista (siglos XVI-XVII) que abominó de algunas normas renacentistas y alentó libertinas explosiones de extravagancia. Estos seres, citados al otro lado del puente de Aviñón -"sur le pont..., on y danse, on y danse..."-, son los solteros juerguistas, los garbanzos negros de la fámilia cibernética. Imposible sacar partido industrial de ellos.

Resulta ineviltable imaginar cómo hubieran gozado, vagando entre esos manojos de cables y parpadeos fluorescentes, aquellos emperadores Habsburgo amantes del reloj y la matemática, coleccionistas de todo lo dispar y, a su manera, posmodernos, con esta muestra de Aviñón; como ese Rodolfo II en cuyos gabinetes de arte y curiosidades convivían autómatas, linternas mágicas, juguetes magnéticos, gusanos gigantes, hermanos siameses, enanos, animales y plantas fosilizados, relojes cantantes, instrumentos ópticos, espejos y otras rarezas traídas de la India, China y Perú. Corte prodigiosa de Praga (1576-1612) que compartieron el astrónomo Juan Kepler, el genial hombre-orquesta Athanasins Kircher, el pintor hortofrutícola Gitiseppe Arcimboldi... -por citar sólo a los menos desconocidos hoy-, junto con los mejores, relojeros del momento, y en la que se ensayó la utopía desde el poder como rara vez conocieron los siglos.

La imagen de un emperador jugando a los muñecos, diseñando horóscopos con Kepler o posando para un pintor de cámara tan irreverente como Arcimboldi destruye los esquemas de cualquier historiador académico que busca en el tiempo hechos trascendentes (con preferencia, batallas y esponsales). Un monarca más bien andrógino, que ni siquiera se casó, que acabó siendo destronado y que murió loco, suele merecer el menosprecio de un mediano cronista de cátedra, para el cual este Rodolfo representa sólo ese conjunto de cebollas, peras, plátanos, uvas, nabos y berenjenas con que fue inmortalizado por su pintor favorito. O sea, más que un emperador, un artículo de broma deslizado con cínica impostura en la grande y general historia de Europa. Que todo su juego excéntrico respondiese a una intuición de modernidad y a un sincretismo de arte y ciencia coincidentes, que tuviera como modelos a imitar la Roma de Adriano o la Alejandría del museo, que concibiera la vida como un todo de racionalidad e irracionalidad o que entre sus sueños figurara en destacado lugar la unidad espiritual y cultural de Europa no les parece a esos historiadores títulos suficientes para legitimar la trascendencia de tan divertido gobernante.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Pero no ha habido monarca cuya liberalidad fuese tan vasta como para nombrar pintor de cámara y colmar de honores a un caricaturista excesivo que presintió el superrealismo de Ernst, Dalí o Magritt casi cuatro siglos antes. Este milanés, que residía en la corte alemana ya con Fernando I y Maximiliano II, fue una figura decisiva en la recolección de tanta maravilla dispar, y su influencia sobre Rodolfo es casi pareja a la que ejerció sobre el arte moderno.

El gusto por la extravagancia del objeto ¿iba impreso en el código genético de los Habsburgo? No es descabellado pensarlo si se tiene en cuenta que ya el padre de Rodolfo, Maximiliano, había convertido su corte en centro mundial de rarezas y modernidad, o que, y esto puede resultar más sorprendente, nuestro Carlos V -por cierto, abuelo materno de Rodolfo- pasara sus últimos días en Yuste construyendo robots junto a su fiel relojero Juanelo Turriano, al que había pescado en uno de sus viajes a Italia. Turriano es -más que Tiziano- el Arcimboldi de nuestro emperador; a él dedicó un excelente libro de investigación García-Diego (Los relojes y autómatas de Juanelo Turriano). Es otra figura fascinante sobre la que se cebaron la ignorancia y la incomprensión de historiadores. Con un tonillo desdeñoso, Vicente Silió le tilda de "italiano listo" al aludir implícitamente a la chochez, en Yuste, del emperador, el cual "llegó a construir relojes y unos raros muñecos con curiosos resortes que irriítaban los gestos y algunas tonterías de los seres humanos".

Ese italiano listo, autor entre otras cosas de obras de ingeniería tan prodigiosas como la que hacía subir el agua del Tajo hasta el Alcázar toledano, una vez muerto el emperador volvió a Toledo, donde tenía a su servicio un robot que le iba a por el pan y la carne. El hombre de palo (ahora en Avinón presenciíLbamos las habilidades, menores, del Hombre de vidrio, engenoirado por el norteamericano Wertz) acudía todas las mañanas él solo al palacio arzebispal, donde alguien que le esperaba a la puerta colocaba en su zurrón las viandas. La extraña criatura de Turriano, que por bien nacido era agradecida, hacía una reverencia y volvía por la acera a la casa de su amo y progenitor. Es la razón por la que hoy esa arteria toledana se llama calle del Hombre de Palo.

Sería casi ocioso añadir que el relojero piamontés tuvo problemas con la Inquisición de Felipe II y que estuvo a punto de ser llevado a la hoguera. Pronto pudo percatarse Turriano de que aquello ya no era lo que fue: Felipe II no amaba los relojes. La historia había dado al fin con un rey prudente, y los Habsburgo, con un pariente sensato. Lo paradójico del caso es que Rodolfo, el más insensato de la familia, pasara sus años mozos con la corte española de Felipe.

El tiempo parece haber dado la razón a los emperadores aquejados por la concupiscencia del artificio. Su pasión por el juego les redime de sus hechos de armas. Esa línea de sombra maldita de la histeria, hecha de mistificaciones inofensivas y de máquinas sentimentales solidarias con el hombre, difiere del gabinete de horrores amenazante -arsenal barroco lo ha llamado acertadamente alguien- con que nuestros emperadores de hoy alimentan su vicioso coleccionismo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_