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MÚSICA CLÁSICA

El Brahms de Gulini

La Orquesta de la Scala se presentó el sábado en el Real bajo la dirección de Gian Carlo Giulini, con un programa muy del gusto y la sensibilidad del maestro italiano: Schubert, en la Incompleta, (o así llamada), y Brahms, en la Primera sinfonía.Recuerdo como una de las grandes emociones de mi vida musical el ciclo Brams dirigido por Giulini, como recuerdo el de Schuricht y el de Karajan. Todos a un nivel tan alto de belleza que raya lo insuperable, y los tres obedientes a criterios radicalmente distintos. El Brahms de Giulinmi -y no digamos su Schubert, que aparece tan conectado al íntimo cantar del hamburgués- posee un impulso lírico que ilumina el largo melodismo, la expansión de ciertas frases ampliamente diseñadas, el hondo e incorporado "respiro" y la brillantez que, por interior, se niega a apoteosis espectaculares.

Orquesta de la Scala de Milán

Director: Giulini. Obras de Schubert y Brahms. Teatro Real. 11 de octubre.

Para Giulini, toda música supone una forma de vida. Cuando canta el tercer movimiento de Brahms, cuando reposa su ánimo -y el nuestro- en el segundo de Schubert, se transparentan años de música vivida, de vuelta a unos mismos pentagramas hasta arrancarles el último secreto.

Como los músicos de la Scala milanesa son flexibles y expresan con elevación los resultados de este Brahms, que desde el pino parece soñar con la palmera y desde el bosque entrevé "la tierra donde florece el limonero" resultó, por arte casi mágico de Gitilini, hondamente convulsivo. Así, la respuesta del público fue clamorosa y sólo se aquietó ante la serena y feliz sencillez de Rosamunda. ¡Bravo, maestro Giulini!Pertenece Giulini a la generación de directores de 1916, junto con Kempe, Markevitch, Solti y Celibidache, de 1912, Fricsay y Kubelik, de 1916, y Leonard Bernstein, de 1918. Herederos de las tradiciones que encarnaron los Furtwangler, Toscanini, Reiner o Knapertsbusch, tras esta generación se inaugura un nuevo estilo con la llegada de los Boulez, Davis, Haitink, Maasel, Abado, Kleiber y Mutti. Al borde mismo de la generación de Giulini y formando constelación con la anterior, podemos situar la figura de Karajan.

Influidos por la herencia germana, los maestros italianos presentaron notas distintivas generales además de las personales, tan fuertes en el caso de Giulini, tanto como director operístico como sinfónico. Para Giulini, discípulo del grandísimo Bruno Molinari, el acercamiento a la música es un acto de amor y de humildad a la hora del estudio de las partituras, de la adivinación y asunción de su contenido. Luego -afirma-, una vez en el podio, "la música soy yo".

La juntura de tal seguridad y una intensa emocionalidad hacen del técnico artista, y viceversa, y convierten al director en adivinador de las pulsaciones que sintió el compositor mientras creaba. Al igual que el pintor con los colores, el primero y gran cuidado ha de ser el de elegir la materia a través de la cual la obra de arte se hace acto de comunicación. Esto es, el sonido, siempre transparente e intenso, vibrado y profundo en el arte de Giulini. El público madrileño ha tenido la ocasión de acercarse a uno de los capítulos importantes de la historia de la dirección de orquesta. Quizá por ello sus ovaciones tenían un sello diferente.

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