La lenta agonía de una clase revolucionaria
La memoria histórica no siempre facilita la adaptación al cambio cuando el cambio se produce en el medio donde hay que sobrevivir. Los elefantes son gente, según dicen, dotada de gran memoria, y se trata de una especie en peligro de extinción. Los sindicatos de clase se las ven y se las desean para reconvertirse y acomodarse y, al propio tiempo, conservar la memoria de su historia de lucha de clases, y si la conservan, recuperar los patrimonios que les arrebataron, y aun no perder sus fuerzas y sus militantes.Las elecciones sindicales que se abren con el eslogan institucional de La mejor herramienta es tu voto y una generalizada estrategia defensiva nos van a dar la medida de la compleja relación inversa que existe entre la memoria histórica de la clase obrera y la diferencia de vitalidad que tienen las distintas organizaciones sindicales de la clase.
Uno podría pensar que, conquistado el ejecutivo, dominado el legislativo con una cómoda mayoría parlamentaria, abiertas importantes brechas en el judicial y sacudidas las fuerzas de oposición conservadora por factores de disgregación que las mantiene inoperantes sumidas en sus riñas familiares, nos encontramos ante una etapa ofensiva, en el punto de partida para dar un paso adelante. El estado de la crisis económica, que acusa los primeros síntomas de reactivación, también parece que puede permitir a las fuerzas sociales, y entre ellas a los sindicatos obreros, establecer programas más audaces sin limitarse a defender posiciones frente a una patronal que agresivamente exige una patente de corso para enfrentarse con la europeización de nuestra economía.
. Lo malo es que para dar un paso adelante hay que saber hacia dónde queremos caminar, cuál y dónde es y está el lugar adonde queremos llegar. En una democracia representativa, el voto sindical, como la brújula, es una herramienta que podría quizá servir para, señalar, entre los distintos caminos que se proponen, cuál es el que hay que tomar para llegar al objetivo que se supone común para la clase obrera.
El paro, y de una forma muy especial el que afecta a los jóvenes y a las mujeres; la quiebra que amenaza al régimen de pensiones y aun a la Seguridad Social; la pérdida progresiva del valor adquisitivo de los salarios; la inseguridad de los empleos que provoca la ofensiva patronal para conseguir la libertad de despido, son los problemas que se agarran al cuello de los trabajadores, y marcan las prioridades de las estrategias ofensivas de los sindicatos que señalan, sin duda, los ejes de los programas y de las campañas en las elecciones sindicales.
Comisiones Obreras y otros sindicatos minoritarios no dejan pasar la ocasión para poner en evidencia el incumplimiente, por parte del PSOE de sus programas y promesas electorales, los retrocesos que durante el período de su mandato hayan acusado las posiciones obreras en cada uno de estos puntos y la parte de pasividad complaciente, cuando no complicidad, que haya podido tener UGT, que, prácticamente en solitario, se ha sentado a la mesa de las negociaciones con la patronal y el Gobierno no sólo en la concertación social del período, sino también en cuantas ocasiones ha sido necesario hacerlo para que los acueridos entre las partes implicadas hicieran Iposible que las medidas de reconversión, y en general la política económica y social del Gobierno, funcionaran sin dernasiadas dificultades.
LOS SACRIFICIOS RECHAZADOS
La Unión General de Trabajadores, aun señalando su independencia respecto al Gobierno mediante la táctica del sí, pero..., se apoyará sobre las nuevas perspectivas que se abren y cómo es el momento de aprovecharlas por la clase obrera pasando la cuenta de los sacrificios realizados, y no dejará de señalar cómo para poder hacerlo el sindcato socialista es, el mejor colocado precisamente por su proximidad al Ejecutivo y los lazos de familia que le unen a la mayoría parlamentaria.
De una u otra forma, las opciones sindicales, presentes y concurrentes en las elecciones que se han abierto este mes, salvo quizá excepciones escasamente representativas, van a ser disciplinadamente europeas, en el sentido de la aceptación del marco económico que ofrece la Europa comunitaria para la solución de los problemas y aun de la función que se asigna a los sindicatos dentro de este marco. La lucha de clases, la huelga general revolucionaria, el objetivo utópico de la clase obrera, el calificativo de irreconciliable que tiene el antagonismo que separa a los obreros de sus enemígos de clase, el carácter formal de la democracia representativa y la etapa transitoria de la dictadura del proletariado como paso hacía la sociedad sin clases en la que el poder haya desaparecido por innecesario, las relaciones entre la organización de masas y la vanguardia, no sólo han pasado a la historia, sino que son elementos de un discurso teórico y experiencias de una práctica que es preciso olvidar. Hoy somos europeos civilízados, y como tales podemos mirar desde la barrera y aun aplaudir y animar a las guerrillas revolucionarias y a las clases obreras tercermundistas en su empeño de quitarse de encima a sus tiranos y terminar con la explotación que padecen, en la que, sin embargo, aunque modestamente, participamos.
El problema es saber qué pintan los sindicatos de clase en el club de los diez o de los doce. Si la industria o la agricultura españolas tienen que reconvertirse y nuestros pescadores habituarse al uso de ciertas artes abandonando sus eficaces métodos depredadores, ¿qué tienen que hacer nuestros sindicatos con su todavía reciente memoria de clase para acomodarse a los salones y a las formas de las democracias occidentales desarrolladas? Lucha, lo que se llama lucha, hayla, pero la historia tiene posiblemente otros protagonistas y otras posibilidades de cambio para el que los sindicatos aún no se han ajustado como herramienta capaz de desencadenarlo.
"Los sindicatos alemanes", leemos en el número del 20 de septiembre de la publicación de ELA-STV, "y más, entre ellos, los metalúrgicos, están empeñados en seguir adelante en la batalla de la reducción de jornada. ( ... ) A este respecto, la IG Metal está llevando adelante una campaña defendiendo que tiempo libre es mejor que dinero, apoyándose en una encuesta de los trabajadores claramente favorable a la reducción de horas extras". He aquí una bonita historia: el tiempo libre es mejor que el dinero, afirmación que puede llevar a cambiar radicalmente no sólo los objetivos de la lucha, sino también la teoría sobre la que se apoya.
La reducción de la jornada de trabajo no sólo ha sido una constante en la lucha obrera, sino que en su origenfue la lucha; basta recordar el hecho sangriento que está detrás de la Fiesta del Trabajo y lo que afirmaba Marx al respecto al identificar la cuota de explotación con la apropiación de plusvalía por los capitalistas y a ésta con el tiempo de trabajo excedente o parte de la jornada en la que los obreros trabajan gratis para sus patronos, de lo que deducía que la explotación cesaría cuando la jornada de trabajo se ajustase al tiempo de trabajo necesario. Pero la cosa cambia, y cambia radicalmente, cuando el objetivo de la lucha no es la reducción de la jornada de trabajo para así reducir la explotación, sino el aumento del tiempo libre porque éste vale más que el dinero (téngase en cuenta que el dinero en manos del obrero es el equivalente de su trabajo necesario), ya que esto supone una ruptura con el valor-trabajo, axioma, concepto y equivalente sobre el que se sostiene toda la economía capitalista y una buena parte de la socialista.
Lo curioso de este hecho es la consecuencia que de él saca la revista sindical donde se reseña: "El número de empleos que se crearía por esta vía se estima en 300.000, apostillan, negados -me temo- a toda reflexión teórica.
EL TIEMPO LIBRE Y EL DINERO
Qué pasaría, me pregunto, o qué está pasando, si los trabajadores empezaran a valorar más su tiempo libre que el dinero? Desde luego, algo más importante que el cumplimiento de la promesa socialista de los 800.000 puestos nuevos de trabajo. Quizá sin saber exactamente lo que significa, pero respondiendo al resultado de una encuesta, el sindicato alemán occidental del metal haya acertado a formular el objetivo estratégico de una moderna lucha ofensiva.
Pero esta singular y casi posmoderna reivindicación del sindicato alemán occidental es una perla única y excepcional dentro del conjunto europeo de los movimientos sindicales, que, aunque desmemoriados, se aferran a concepciones y estrategias bastante tradicionales, aunque despojadas de toda pretensión última revolucionaria.
"Los trabajadores ya no pueden ser como ayer...", afirma Krauski, secretario general de la Confederación General, del Trabajo (CGT) francesa, en un congreso en el que se trataron los problemas de las mujeres asalariadas. En este congreso se hace un llamamiento en el que se subraya "que, con crisis o sin ella, las mujeres -no dejan de luchar por un trabajo igual y estable, por el respeto de su personalidad y el desarrollo completo en todos los planos...". Efectivamente, el tradicional machismo de los sindicatos, la virilidad de sus luchas, está siendo puesta en cuestión a lo largo y a lo ancho de Europa por una presencia activa y, militante de las mujeres, pero este aspecto del cambio de actitudes no pasa, hoy por hoy, del punto de las declaraciones de, intenciones y de principios. La Conferencia Europea de Sindicatos (CES), en su más reciente programa de acción común, en su punto B (Trabajo para todos) y apartado 15, declara su "deseo de contribuir a la puesta en cuestión de la repartición tradicional de papeles entre hombres y mujeres en la sociedad", y en los programas de la mayor parte de los grandes sindicatos de la Comunidad Europea aparecen modestas declaraciones contra la discriminación de las mujeres en el trabajo, sin que a la postre puedan constatarse acciones decididas y concretas a este respecto.
La prioridad de las prioridades para los grandes sindicatos europeos en el momento actual es el pleno empleo, y a larga distancia en el orden de sus reivindicaciones aparecen aspectos que les unen a los movimientos sociales activos y actuales, tales como el tema de la mujer, ya mencionado; la paz y el desarme, y la defensa. del medio ambiente. Su fuerza y sus presiones se sitúan y se gastan en la contratación colectiva, en la defensa de la seguridad del empleo y en el poder adquisitivo de los salarios.
El sindicato mayoritario de la República Federal de Alemania, la Confederación Alemana de Sindicatos (DGB), con más de siete millones de afiliados, señala bien en su programa lo que hoy -debe ser un sindicato europeo: "Factor integrante de la democracia y fuerza viva e indispensable para el desarrollo democrático de la sociedad". Queda lejos la movida de los sindicatos italianos, en especial del mayoritario, la Confederación General Italiana del Trabajo (CGIL), que protagonizó en- 1969 el otoño caliente en el que se contabilizaron 38 millones de días de huelga en el llamado movimiento de los delegados, con el triunfo asombroso de sus reivindicaciones frente a una patronal dura. Resulta interesante la constatación de cómo aquel movimiento y aquella lucha, en gran medida espontánea y nacida de una base que logró imponer en las fábricas sus delegados elegidos, los consejos de fábrica y las asambleas como expresión de una democracia directa, al ser asumida no sin resistencia por la CGIL, aunque modifica la práctica sindical; termina siendo-controlada per la gran central italiana. En Francia, y en la primavera del año anterior, la CGT, ante el mismo problema y el mismo, dinamismo de la base, adopta una postura mucho menos hábil, lo que le hace perder fuerza que gana la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT); pero, a la postre, el resultado es prácticamente el mismo: cambios en las formas de la práctica sindical, pero férreo control sobre la espontaneidad del movimiento.
Hoy, si quisiéramos encontrar una tendencia en el sindicalismo europeo donde se integraran, nuestros sindicatos para recuperar su fuerza como parte de la contratación social sobre -la que se apoya el desarrollo económico de la Comunidad Europea y su respuesta al desafío de los grandes de la economía internacional (téngase en cuenta que en España. los niveles de sindicación se sitúan en el 22,6%, en tanto que en la Europa. comunitaria el nivel supera el 50%.), tendríamos que señalar el movimiento hacia una unidad despolitizada y la aceptación funcional de su papel integrado en la concertación social y, económica, todo ello sobre la base de que el acuerdo no sólo es posible, sino que es necesario e inevitable para asegurar el objetivo común de las partes económicas aparentemente enfrentadas del progreso y del bienestar social.
Resulta ejemplar el caso italiano y los esfuerzos de sus centrales, sindicales, CISL, UTIL y CGIL, para llegar a una unidad de acción sobre la común medida de modificación de sus estatutos en la que se declara la incompabilidad de los cargos sindicales y políticos, paso primero para una independencia sindical basada en la despolitización de los sindicatos o su desvinculación. de los partidos políticos, ya que se constata que son las políticas situadas por detrás de cada sindicato las que los separan, pese a que todos representan en la contratación los mismos intereses, y son éstos los que les unen o deben unirles en la acción.
Llegado! a este punto se impone una reflexión sobre la relación de los elementos que están en juego en la dinámica de las organizaciones de los trabajadores en el seno de la Comunidad Europea.
1. Asistimos a la desintegración de la organización tradicional de la clase obrera basada sobre el eje partido-sindicato el objetivo del cambio de ¡a sociedad o pasaje de una sociedad capitalista a una sociedad socialista, estableciéndose la diferencia en el modo de realizarlo: reformistas / revolucionarios.
2. Se dibuja tendencialmente que a la desintegración sucede una división funcional entre partidos y sindicatos, en la que si a los primeros corresponde el necesario pluralismo que exige la democracia representativa para que los ciudadanos, mediante el voto, elijan entre las diferentes opciones presentes aquella que estimen más conveniente a los intereses comunes, los segundos, en su versión patronal y de trabajadores y su división por uniones, ramas y empresas, tienen a su cargo, en las diferentes concertaciones y acuerdos necesarios, la representación de las partes en presencia y de sus intereses, en lo que no son coincidentes, sino antagónicos.
Si el doble movimiento de desintegración y, de recomposición sobre: la división funcional expresa correctamente lo que está sucediendo en Europa, y me temo que lo expresa, estaremos. asistiendo al Suicidio de la clase obrera europea.
Quizá esta muerte sea necesaria, pero la lenta agonía de una clase revolucionaria siempre es una triste historia. aunque abra una nueva etapa, un nuevo proceso de cambio y el principio de una. nueva. esperanza. Es casi seguro, después de todo, que el tiempo libre valga más que el dinero.
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