Los problemas del edificio vacío
El primero de todos los problemas del Centro Reina Sofila, del que más se ha hablado, el más importante pero no el único, es que el centro es un edificio vacío, un centro de arte que carece de colecciones, de fondo alguno, aunque su departamento Galerías de Arte del Siglo XX se conciba como un museo vivo de arte cntemporáneo.Este asunto es difícil de resolver. Formar una colección de arte contemporáneo es tarea larga y .muy costosa, tanto que cabe dudar de la capacidad de nuestro Estado para llevarla a cabo. Y la tan traída y llevada política de donaciones no parece muy esperanzadora, dada la reducida dimensión de las colecciones españolas. Por otra parte, no son tantas las personas idóneas para llevar a cabo una política de compras y, hasta el momento, el Ministerio de Cultura no parece muy interesado en contar con ellas. Una expectativa reciente, quizá la única posible, se ha visto inexplicablemente frustrada. .
Pero éste, con ser grande, no es el único problema. Hay otros que afectan al edificio mismo, evidentes con sólo visitarlo. En la parte inaugurada del edificio, las salas inferiores, del sótano, se han dedicado a la exposición de pintura, mientras que las superiores, grandes salas corridas, se destinan a escultura.
Las inferiores son salas abovedadas de tamaño y altura considerables, como es propio de todo el edificio, pero su adecuación para salas de exposiciones de pintura es, cuando menos, dudosa. En primer lugar, la extraordinaria humedad que allí se percibe obligará a nuevas obras que la eliminen. Esto no me parece, sin embargo, lo más importante.
La resonancia en salas abovedadas vacias -vacías incluso cuando están colgados los cuadros- es muy elevada e impide una contemplación tranquila de las pinturas, pues los ruidos de cada sala se escuchan en las restantes.
La distribución de las salas, y esto resultaba muy evidente en la exposición celebrada, "Referencias, un encuentro artístico en el tiempo", hacen de cada una un recinto singular, sin que las reducidas puertas que las comunican eliminen esa sensación. Bien al contrario, la intensifican, produciendo cierta claustrofobia e impidiendo relacionar lo que se ve en cada una. La terminación brutalista de los dinteles de las puertas y diversas partes del muro, con granito visto, acentúan ese aspecto entre claustral y carcelario que es propio de sótanos o depósitos, pero no de salas de exposiciones. La falta de amueblamiento aumenta ese brutalismo. Mucho me temo que corregir alguno de estos defectos implique tocar la estructura. misma.
Por lo que hace a las dos grandes salas superiores, dedicadas a escultura, los problemas no son menores. Se trata de dos espacios en sí mismo magníficos y gigantescos divididos centralmente por un muro abierto, de tal manera que las aberturas hacen juego con las ventanas laterales. Ahora bien, esas ventanas y ese muro, por sus dimensiones y número, establecen un ritmo dominante en la visualidad de los espacios en una sola dirección longitudinal.
Las esculturas de Chillida y Serra habían sido dispuestas en tales espacios, pero frente a ellas salían perdiendo. Las de Serra, realizadas al parecer expresamente para ese lugar, se convertían en obstáculos para la mirada y la circulación.
Las mesas de Chillida no podían verse: al mirar siempre se veían personas entre las esculturas. No creo que esculturas, como las habituales en el arte contemporáneo, que en gran medida apoyan su fuerza significativa en la masividad y el volumen, puedan competir con las dimensiones y el ritmo de esos espacios. Si las esculturas de Serra eran obstáculos, las de Chillida bailaban. Sólo las que estaban en una sala lateral, de dimensiones más reducidas y organización espacial más compleja, podían verse adecuadamente.
Al igual que sucede con las salas inferiores, alterar la configuración de estas galerías afectará a la estructura del edificio y exigirá, además de un arquitecto riguroso, elevadas sumas de dinero. No creo, sin embargo, que el resultado sea todo lo completamente satisfactorio que con esa iversión puede obtenerse en otro lugar o construyendo otro espacio nuevo.Cambiar la entrada
Hay otros aspectos que pueden mencionarse pero que implicarían intervenciones aún más radicales. Por ejemplo, cambiar la entrada y organizar todo el edificio en atención a la plaza de Atocha, lo que supondría una racionalización y adecuación funcional de la que actualmente carece. Es, a pesar de su elevado coste, una propuesta de notable coherencia.
Como no soy quién para ello, me guardaré mucho de hacer propuestas, pero no me resisto a citar las tres posibilidades que hay ante el Centro. La primera, la más radical, abandonar la pretensión de que sea un centro de arte y destinarlo a otras actividades, no sé si biblioteca, centro de animación cultural, centro para la tercera edad (lo que no se diferencia mucho de lo anterior), etcétera.
La segunda, adormecer el ritmo del centro, empezar la casa por los cimientos, es decir, iniciar una política de compras que permita formar unas colecciones presentables y proceder a los estudios arquitectónicos que hagan de ése un espacio adecuado a la finalidad pretendida. La tercera, echar para adelante, nombrar un director de museo o similar para un espacio vacío e inadecuado y llenarlo con lo que se pueda encontrar y lo que alguien aporte. Esto último implica dar por bueno lo hecho.
Éste es tan buen momento como otro cualquiera para reflexionar sobre el asunto, sobre todo si se tiene en cuenta que no contamos con un museo de arte español del siglo XIX, pues el almacén del Casón no se puede considerar tal, el Prado no termina de ampliarse y acabar sus obras eternas, y carecemos de museo de arte contemporáneo, porque la política del Ministerio de Cultura y del MEAC poco han hecho para convertir aquello en un museo, a pesar de algunos esfuerzos individuales conocidos y laudables. No parece que sea inadecuado, tampoco excesivamente atrevido, pedir una política racional y razonable en este campo.
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