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El español y la caza

Edgar Morin: "No es que el hombre se hiciera cazador, sino que el cazador se hizo hombre" / Ecologistas: "La naturaleza hay que conservarla por lo que vale en sí misma, y no por lo que reporta a economías poco necesitadas" / Las ratas, gran novela de Delibes, deja documentado que en Castilla se cazan ratas de río para venderlas, para comerlas, para vivir / Los únicos ecologistas son los niños, que han celebrado multitudinariamente el cumpleaños del panda del zoo madrileño / Lo que se lleva: apuntillar un toro desde una excavadora / El gran cantante: Sergio de Salas tiene un perro ciego: lo que uno ama más en el mundo es ese perro / Dostoiewski llega a justificar el homicidio, pero Borges ironiza sobre Dostoiewski / Hemingway iba a un safari fotográfico y escribía una novela sobre la caza de leones / Los cazadores legales, que matan dentro de un orden, son los peores / El águila es el modelo teológico del ángel.

La caza, naturalmente, no es una obsesión exclusiva del español.Lo dijo Edgar Morin:

-No es que el hombre se hiciera cazador, en determinado momento de la prehistoria, sino que el cazador se hizo hombre.

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Quiere decir Morin, es obvio, que el ahilamiento es un menester -la caza, la guerra, el sexo, el trabajo-, es lo que ha ido haciendo hombre al hombre. Pero la caza de hoy es una caza lujosa, cruel, gratuita, sanguinaria, innecesaria., asesina, irracional. Grupos ecologistas han dificultado recientemente la caza en las lagunas artificiales del Cigüela, en el término de Ciudad Real. Las aves acuáticas se mueven por Quero y Villafranca, en el cauce del Cigüela. Una de las pocas zonas húmedas de La Mancha, bien conservada. Los ecologistas intervinieron fácticamente para impedir la caza en este lugar, pero llegó la Guardia Civil, como en los poemas de García Lorca. Parece que, en este caso, se alega algún motivo productivista, como disculpa de la caza, pero sabemos que el sacrificio y consumo de animales (inevitable para nuestra subsistencia) está hoy muy cibernetizado. Se caza por placer, por un placer rojo de sangre y confuso de prehistoria, que despierta periódica y peligrosamente en cada hombre. La apoteosis de la caza es la guerra, y mejor aún la guerra civil, para qué andarse con coñas.

Como dicen los ecologistas, "la naturaleza hay que conservarla por lo que vale en sí misma, y no por lo que reporta a economías poco necesitadas". Al hombre le gusta matar, hay que admitirlo, porque lleva millones de años matando para comer o matando, endogámica o exogámicamente, enemigos y señoritas.

Al cazador aún podemos soportarle cuando admite que le gusta cazar, pero la nueva conciencia planetaria ha creado mala conciencia entre los cazadores, y entonces nos explican que hay una, invasión de ratas en la calle de Alcalá, que las ratas se comen a los niños y otras espantosida,des. Ninguno ha leído Las ratas, la gran novela de Miguel Delibes, donde queda documentado que en Castilla se cazan ratas de río para comer, para vender, para vivir. Por el contrario, la teoría de la rata se extrapola al zorro o el lobo, que se comen gallinas y personal, con lo que el placer cainita de la caza se ha conveirtido ya en un servicio público y altruista a la comunidad. Graham Greene cuenta que Hemingway iba a los safaris fotográficos de África, mataba viejos leones y luego escribía una novela sobre la caza del león.

Los verdaderos ecologistas son los niños, claro. Miles de niños han celebrado en el zoo madrileño el cuarto cumpleaños del oso parida Chu/Lin, nombre que le puso Taziana Fisac, hija del arquitecto Miguel Fisac, y que es una señorita que sabe chino (el panda, corno se recordará, lo trajo Tierno de China). Ocho mil niños jugaron con el panda en su cumpleaños. El panda ha tenido diabetes, pero parece que ya está curado. Pero el niño es complejo, más complejo que el hombre (el hombre no es sino un niño estilizado, racionalizado), y otros días se dedica a ahogar gatos recién nacidos, atar botes en el rabo de los perros, perseguir por las traseras arañas y lagartijas, exterminándolas lenta y minuciosamente. El niño es cazador, como el hombre prehistórico. El niño es cruel, como el hombre de siempre.

Ahora lo que se lleva es apalear y apuntillar un toro desde una excavadora, hasta que el animal queda extenuado. La cosa pasa en Fuenlabrada, un suponer. Tres vaquillas y dos toros han sufrido el otro día esta divertida suerte, porque el tiempo de los asesinos es que no termina nunca. Es un tiemplo regido por los golpes al toro. Este año, un marroquí murió en el trance, porque el toro supo defenderse, y otra persona resultó herida. Algunos periódicos han escrito "un marroquí y una persona". Ninguno de los dos merece ser persona ni merece ser marroquí. Durante tres horas y media, el personal se culturiza hostigando y asesinando a medias un toro o una vaca. Luego, llega la excavadora con seis policías municipales y un puntillero, que remata airoso al último toro que aún queda con vida.

Mi vecino, el gran cantante Sergio de Salas, tiene un perro lobo casi ciego. Parece que quizá le van a operar de cataratas. Yo amo mucho a ese perro. Y no sólo porque sea ciego. El español, cuando no tiene adónde tirar, tira a las avutardas. El caso es matar algo. El español tiene algo ancestral contra el bicho. El español está preso en mil odios pequeños y sucios. Los animales son sagrados ensí mismos, por su belleza y su inocencia, porque dependen de nosotros, incluso los más fieros. Elseñor de Montaigne se entretuvo en explicarnos cómo hay una inteligencia animal, sutilísima, que no es sino lo que en el hombre llamamos alma. Francis Franco mataba ciervos con telerrifle, deslumbrándolos con los faros del coche, en la nocturnidad del Pardo. No creo que por eso sea más vil que el resto de los cazadores.

Se caza en todo el mundo, claro, pero no en todo el mundo se ensaña el personal con los toros, los perros y los gatos. Aparte de que no cree uno en absoluto, por haber vivido entre ellos, que los ingleses o los franceses sean más estilizados de alma que nosotros.

La última coartada de los cazadores inteligentes es "cazar, pero salvando y protegiendo la especie". Esto nos recuerda la doctrina de los esclavistas, que mantenían a los esclavos gordos y lucidos, para que trabajasen más y produjeran más niños, futuros esclavos. Aparte la especie, a uno también le preocupa el individuo, y el oso blanco (en torno del cual se hace un mapa desde los helicópteros, hasta tenerle sitiado), no es sólo una especie, sino un individuo feliz entre sus hielos. Interrumpir esa felicidad individual en favor de la nuestra, egoísta y sanguinaria (el placer de matar) no tiene otro nombre que el de crimen. Dostoiewski puso en juego todo su conocimiento del alma humana (que tan irónicamente glosa Borges) para justificar el homicidio. Ni siquiera el genio de Dostoiewski hubiera podido explicar el crimen contra los animales. El escritor galaico Carlos Oroza, poeta maldito del Café Gijón de los 60, se bajó del coche de su suegro cuando éste, atravesando un pueblo, atropelló voluntariamente una gallina:

-Usted es un asesino y yo me voy.

Y se acabó su ventajoso matrimonio.

Algún crítico de arte, aspirante a la Embajada de Méjico y otras artes, entre ellas la poética, hoy difunto, me explicaba una vez el placer de atropellar un ciervo con el automóvil, en los viejos caminos de España. Viajando muy recientemente por la provincia de Soria, he encontrado esta pintada. ecologista en los escasos bosques:: "Corzos vivos". O sea que a Soria va la gente a matar corzos.

Ya comprende uno que los cazadores profesionales y legales (también hay asesinos legales) se acogen a un reglamento y matan dentro de un orden. Son los peores. Se han inventado una prosa para tranquilizar su conciencia. Ahora, que es tiempo de licencia, me parece, para matar muchas especies, no tiene uno más remedio que escribir estas cosas o reventar de asco. En el fondo de la caza no hay sino el placer de la sangre, heredado de Cuando el hombre era una bestia cazadora, antes que un hombre. La depredación es necesaria para la vida, y los animales nos dan ejemplo de ello, claro, pero los buenos cacheteros tecnificados hacen todo eso anónimamente, sin deleitarse en la suerte. Lo que a uno le asusta de la caza, aparte el sufrimiento del individuo/perdiz o el individuo/oso blanco, es la, pervivencia del homínido de Grossetto entre los ejecutivos del fin de siglo. Sabemos que el hombre, moralmente, no ha evolucionado un milímetro, desde las cavernas, pero sí ha aprendido a. disimular sus voliciones. Del mismo modo) que uno no se lanza sobre la sustanciosa amante del jefe, que va a buscarle a la oficina, uno debiera aguantarse las ganas de cazar, si es que no ha entoñado en él naturalmente el amor a los bichos, que son sin duda el modelo estético de los ángeles, y su modelo teológico, los únicos seres puros y perfectos (cualquier especie da menos imperfecciones físicas que la humana) que pisan este planeta azul o navegan su aire verde, su cielo de oro o sus mares rojos y blancos, eternos.

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