Bibliotecas universitarias
Quiero servirme de la carta dirigida a EL PAÍS por el director de la Biblioteca Nacional y publicada el 19 de septiembre para apuntar algunas cuestiones en torno a las bibliotecas universitarias. Ciertamente, como afirma el señor Fusi en su carta, la Biblioteca Nacional no debe en ningún modo hacer funciones de sala de lectura de apuntes o de preparación de exámenes. Una Biblioteca Nacional debe cumplir el cometido para el que ninguna otra biblioteca está ni tiene por qué estar preparada: conservar y difundir el patrimonio bibliográfico y documental del país en aras a promover e impulsar la investigación. Que por fin se le adjudique este papel de hecho a nuestra Biblioteca Nacional es digno de todo elogio, máxime cuando ésta ha funcionado durante largos años como un centro impermeable a la difusión y el conocimiento del bien cultural impreso; máxime cuando nuestro patrimonio bibliográfico se ha encontrado a expensas de la desidia, el abandono o la ira de tiempos pasados. ¿Qué hay, pues, de la Biblioteca Universitaria? Me cabe el loable, pero no menos arriesgado, cometido de dirigir una biblioteca de tantas facultades que, no tan casualmente, se encuentra en estos días cerrada a sus usuarios -mayormente desdichados alumnos- por falta de personal (sic) y de recursos, básicamente económicos. Si nuestra Biblioteca Nacional atraviesa por prometedores y fructíferos cambios en su estructura y funciones, las bibliotecas universitarias atraviesan por aciagos retrocesos y lamentables incomprensiones. Ese cometido de la Biblioteca Universitaria, como es el apuntado por el señor Fusi, de proporcionar manuales y libros de referencia orientados a la preparación de asignaturas de una carrera, pero también -añadimos nosotros- de facilitar los fondos y servicios documentales para la docencia e investigación universitaria, en estrecha colaboración con la Biblioteca Nacional y otros centros de documentación, se encuentra a años luz de verse realizado. Convertidas en meros lugares de encuentro entre clase y clase para dilucidar el aprobado de turno, abandonadas y olvidadas de los poderes públicos correspondientes, la situación de la mayoría de nuestras bibliotecas universitarias es sencillamente caótica, exageradamente lamentable, tremendamente injusta. ¿Sirve de algo decir que un país ya europeizado, o en trance, que pretende modernizar su Universidad, puede estar dotado de bibliotecas universitarias para las cuales el calificativo de tercermundistas sería elogioso?- Director de la Biblioteca de la facultad de Ciencias de la Información.
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