Probar suerte con los ladríllos
La arquitectura española que podía ser llamada contemporánea ha podido irse haciendo un sitio, más destacado por la sobriedad que por la intensidad, en distintos acontecimientos internacionales. El articulista cree que el ingreso de España en la Comunidad Europea (CE) supone, además, un reto para los arquitectos de este país, que se disponen ahora a competir en el continente.
Llevamos, tras la firma del tratado de adhesión de España a la CE, 15 meses. Se han apagado en los medios de comunicación los ecos de la noticia. Nos queda de aquella efervescencia la sensación de que nuestra ausencia de Europa fue una postergación debida a un desgraciado accidente colectivo.Pasado ya ese tiempo en el que no se leía otra cosa en los periódicos que columnas sobre leche, huevos, verduras y otros tantos tópicos que acababan siempre abreviados en millones de pesetas (hoy ECU), vale la pena ocupar algún espacio y algo de tiempo para procurar trascendencia en los campos de la oferta y la competitividad, en el nuevo marco supranacional, a nuestra arquitectura. Me refiero a la arquitectura española que podemos llamar contemporánea y que, a pesar de muletas y barreras, pudo irse haciendo un sitio -más destacado por la sobriedad que por la intensidad- en eventos y recipientes editoriales internacionales. Sin olvidar la necesaria revisión de nuestras lagunas en medios y conocimientos, podríamos tentar a la suerte en Europa con los ladrillos.
En los años del franquismo, voces muy sofocadas por las castañuelas apenas lograron despertar curiosidad -extrañeza, deberíamos decir- más allá de las fronteras. El Zodiac 15, auspiciado por Vittorio Gregotti, dedicó sus páginas en 1964 al repaso y evaluación de una producción singularmente digna, desperdigada por nuestra geografía con una notable concentración de poblados dirigidos en los alrededores de Madrid y de nuevas fincas urbanas entre medianerías en el Ensanche de Barcelona. Por aquel entonces, los pueblos de Fernández del Amo, los pabellones de Corrales y Molezún (Bruselas) y el de Carvajal (Nueva York) apenas fueron señales de atención.
A partir de 1979, las cosas cambiaron un poco, y algunos sacerdotes de la crítica arquitectónica empezaron a hacer escalas en Madrid en sus ¡das y vueltas entre Roma y Nueva York. Un número de Controspazio logró desplazar el punto de vista desde la extrañeza hasta el interés. Una ligera sensación de despiste se apoderé de algunas redacciones prestigiosas en la Prensa internacional especializada. Hasta hoy, que yo sepa, y con especial reiteración en los últimos dos años, la arquitectura española ha venido ocupando los salones de exposición y las páginas más solicitadas y comprometidas en el debate arquitectónico mundial: las revistas que han sacado números exclusivos o que los preparan (Casabella, Lotus, Intemational Architect, Architectural Review, Architecture Architectura d´Aujourdhui, Architectural Design, SpaziolSocietá, Habitare, Archis ... ); importantes galerías de arquitectura (Francfort, Stuttgart, Londres, Amsterdam, el Pompidou, en París, y hasta el MOMA, en EE UU), dando cabida a la reciente producción, también en el campo de la crítica, de la arquitectura en España. ¿Qué ha pasado? Sería terrible contestar a esta pregunta diciendo que simplemente estamos de moda.Actividad mediocreTantos años en los que la especulación y la desinformación generalizadas fueron el soporte de una actividad francamente mediocre en la construcción y destrucción de nuestras ciudades también permitieron que se mantuviera en determinados sectores una guía del sentido del ridículo que ahora puede que comience a dar sus frutos. Al menos tuvieron esos años la consecuencia positiva de algunas oportunidades para comprobar hasta dónde era posible llegar en calidad con recursos pobres y pobres -a veces impresentables- proyectos de futuro.
A lo largo de aquel aislamiento en un ámbito enlutado y quejumbroso -en el que hasta la pintura era también negra- coincidió en la arquitectura una común preocupación por el resultado final de la ciudad y el paisaje por parte de sectores profesionales que ideológicamente podían estar muy distantes por su rechazo o adhesión al franquismo. En las aulas universitarias de la arquitectura, por ejemplo, en los años sesenta y setenta, coincidieron algunos de los que conservaban la sensibilidad para construir y quienes con un idealismo que hoy recordamos como un tanto candoroso, deseaban mover a este país desde los flancos universitarios hacia una sociedad distinta. A pesar de las enormes divergencias políticas, la búsqueda de una salida digna para la arquitectura fue una ambición bastante compartida en las aulas de entonces.
Hoy, por suerte, aquí en España parece que el protagonismo de la obra construida -no sólo proyectada- es mayor que el de las quimeras que el papel puede soportar sufridamente y que provocan la tinta desde los epicentros neovanguardistas. Es posible que bastante energía haya logrado no desperdiciarse por la espiral de la fantasía historicista o monumentalista. Incluso la inevitable transposición de las claves de la moda al terreno ya abonado en nuestro suelo se realiza con temor y una dichosa timidez que constituyen parte de nuestro utillaje para proyectar. Aquí todavía no hemos despilfarrado el legado de los movimientos arquitectónicos más fundamentados de este siglo, ni tampoco hemos conseguido eliminar la presión de nuestra idiosincrasia, las referencias a nuestros lugares, ni el seguir haciendo algo de caso a nuestra tradición constructiva.Fin de sigloGrandes ciudades, como Viena, Amsterdam, París, Londres, han llegado al presente singularizadas por la arquitectura como consecuencia de los movimientos que ampararon e impulsaron, coincidiendo con profundas transformaciones sociales y acertadas directrices políticas. La intuición colectiva debió también jugar un importante papel. Hurgando, encontraríamos el éxito allí en haber atendido a tiempo las señales de la historia y en haber conjugado oportunamente a través de la cultura -y en concreto de la producción arquitectónica, marco físico de esa cultura- los factores sociales y políticos con las disponibilidades económicas.
Berlín, en el presente, se prepara a dar un do de pecho para trastocar, a través de una importante -aunque muy discutible- intervención arquitectónica-urbanística en su cercado ámbito, todo cuanto haya podido subsistir hasta hoy de la ciudad propuesta por el movimiento moderno.
Rehúye, ahuyenta sus propias experiencias racionalistas para reconfigurarse con patrones historicistas en un rompecabezas de arriesgadas actuaciones urbanas si juzgamos por el monto económico de las apuestas.
¿No sería posible, teniendo en cuenta que hemos acumulado esa cierta prudencia y sobriedad que despiertan admiración, considerando que los políticos nos proponen protagonizar el más profundo cambio político y social entre los pensables, que hasta puede ser cierto que estemos de moda y que necesitamos competir con algo más que verduras, chips y venerables glorias más o menos pasadas, que hiciéramos la oferta, en Madrid si se tercia, a la CE, de la Ciudad del Fin de Siglo?
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