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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los nuevos alquimistas

LOS PERIÓDICOS han transmitido la noticia de que el biólogo Jacques Testart, padre espiritual de la primera criatura probeta en Francia, suspende por razones éticas sus investigaciones sobre manipulación genética del sexo humano. Pero Testart añade que esta decisión no afecta a su lucha en favor de la procreación artificial, en la que piensa continuar.La sensación de perplejidad que producen estas declaraciones no es ajena al hecho de que la investigación de vanguardia en la ciencia biológica se encuentra hoy, como desde hace ya tiempo la física, en un atolladero moral. El caso de la procreación artificial pone de manifiesto que la ciencia, convertida en tecnología, amenaza remover los cimientos éticos de la sociedad. Desde los primeros ensayos de inseminación artificial a los métodos actuales de fecundación in vitro ha tenido lugar un impresionante avance de la tecnología científica. Obviamente, hay una diferencia considerable en grado de sofisticación entre un procedimiento que puede reducirse al sencillo hecho de que una mujer se disponga a ser artificialmente inoculada con el semen de un hombre, y un método que ha logrado separar la fecundación y el embarazo de tal manera que resulta técnicamente viable la posibilidad de que, para gestar un niño, un hombre ponga el semen, una mujer el óvulo y otra el receptáculo uterino. La ya famosa FIVETE (fecundación in vitro más transferencia de embrión al útero) contaba en 1985 en Francia con una tasa de éxito del 10%, que pronto se esperaba doblar.

Mediante una sutil cirugía, las técnicas de la ingeniería genética permitirían subsanar defectos congénitos de los embriones, como la falta de secreción de insulina en los diabéticos o la deforme apariencia física de un Toulouse-Lautrec. Los investigadores más optimistas especulan con la posibilidad de escindir artificialmente un embrión en dos gemelos experimentales, uno de los cuales podría ser transferido al útero de una mujer, mientras el otro seguiría congelado en espera de un nacimiento posterior. O con la posibilidad de transferir un óvulo, saltando una generación, del seno de una mujer al de su hija, dando lugar así a un futuro vástago que sería a un mismo tiempo hijo de su madre y de su abuela. De hecho, ya se cuenta con una sonda molecular específica del cromosoma Y, que determina el sexo de los embriones.

Pero aquí es donde se plantean los más graves problemas. Si el capricho de los padres pudiera decidir el aborto de los embriones que no se conformasen a sus deseos o nuestros gobernantes estipulasen una arbitraria tasa sexual en la población, ¿alterarían tales medidas en nuestra especie el equilibrio alcanzado por la selección natural? O como prefiere argumentar Testart: ¿sería moral que eligiésemos las características de nuestros hijos en una clínica de embriones, como el que elige un cachorro en un bazar de animales? ¿Sería ése un mundo feliz? ¿Pueden ser nuestros hijos huevos a la carta?

El dilema actual de la investigación biológica estriba en que no podemos ceder a la tentación de dejarnos llevar por el optimismo ni por el pesimismo. Los optimistas describen los umbrales de un paraíso que parece conducir fatalmente al eugenismo y al racismo. Para los pesimistas, la humanidad sólo puede salvarse si renuncia a la investigación y al conocimiento, que atentan, según ellos, contra la sabiduría acumulada a lo largo de millones de años por la selección natural. Pero la teoría de la selección natural surgió con el propósito de liberar a la razón de la superstición. Cuesta trabajo admitir que ahora, en nombre de la selección natural, se prohíba bíblicamente al hombre comer del árbol del conocimiento. La teoría de la selección natural, que es el corazón del darwinismo clásico, y la teoría de la doble hélice del ADNA, que es el núcleo de la reciente biología molecular, son un producto de la razón. Pero si ambas teorías son ciertas, debe ser cierto también que la razón ha surgido, por su parte, como producto de la doble hélice y la selección natural.

Jacques Testart responde con su actitud al dilema biológico proponiendo con su ejemplo -mientras se dispone a presentar al público el libro del que es autor, L'oeuf transparent- una moratoria en la investigación. Semejante propuesta parece una solución respetable. Aunque sólo, claro está, en la medida en que sea provisional.

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