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Un torrente de mediocridad

Madrigal/ J. A. Esplá, Carretero, CaballeroCinco toros de El Madrigal; 5º, sobrero de Sayalero y Bandrés: discretos de presencia, flojos, manejables excepto el 6º. Juan Antonio Esplá: media ladeada (vuelta por su cuenta); estocada caída (oreja y dos vueltas, la segunda por su cuenta). José Antonio Carretero: bajonazo enhebrado y bajonazo (vuelta); estocada (oreja y dos vueltas). Andrés Caballero: tres pinchazos, estocada traserísima y rueda de peones (palmas y saludos); dos pinchazos y estocada caída (silencio). Plaza de San Sebastián de los Reyes, 30 de agosto. Cuarta corrida de feria.

Cuando, en los toros, a uno le duelen las posaderas, malo. Ayer las gradas de la plaza de San Sebastián de los Reyes parecían más duras que nunca y a muchos espectadores les empezaron a doler las posaderas en cuanto advirtieron que un torrente de mediocridad invadía el ruedo e iba a durar hasta el final. La afición presente hacía votos para que el final llegara cuanto antes.

Mientras tanto, entre mediocres suertes, materializadas en cientos de derechazos, y mediocres castas, materializadas en toros aburridos y derrengados, la charanga atacaba las selectas piezas de su escogido repertorio y no paraba. No era la charanga de mala escuela; no como una de Colmenar, hace años, a la que no se entendía. A ésta de San Sebastián se la entendía bien: el bombo punteaba el ritmo a bombazos; sus compañeros metían el pulmón y el alma por los clarinetes por si en 10 kilómetros a la redonda había sordos; el más lego en pasodobles reconocía Manolete y otros y, si no los conocía de antes, no tuvo más remedio que aprenderlos.

A la afición le retumbaban los pasodobles en las meninges, aun de madrugada, y estudiaba soluciones alternativas, que propondrá a la autoridad competente, para defenderse de estos excesos. Una de ellas consiste en esconder los clarinetes y el bombo y que los músicos silben.

Todos los excesos son malos, y no sólo los musicales; por ejemplo, las banderillas y los derechazos. Los tres espadas banderillearon hasta el empacho. Juan Antonio Esplá y José Antonio Carretero no parecían tener continencia derechacista y la desahogaban con una carencia de arte, una falta de ortodoxia y una vulgaridad apabullantes. Andrés Caballero, en cambio -que, por cierto, no triunfó ayer-, se contuvo el derechacismo y dio a cada toro la lidia que tenía.

Es dudoso que todos los espectadores del musicado y banderilleado festejo apreciaran este propósito lidiador, con sus méritos, porque la cruda realidad es que sólo Andresín desapareció por el foro sin haber cor tado ningún trofeo. El último toro de la corrida fue un reser ván que derrotaba con peligro y, tras unos intentos fallidos de embarcarle la embestida, se lo quitó de en medio. Ni tres minutos le duró. Luego recogió el ca pote de paseo y se marchó a toda velocidad.

Los paisanos de este Andre sín vertiginoso quedaron desen cantados, pues esperaban. una actuación más espectacular y brillante, a tono con la del día anterior; que les hiciera vibrar de emoción, como en el último tercio de banderillas, que Andresín ejecutó con coraje, encontrando toro y prendiéndole los palos en terrenos comprometidos, de poder a poder, al quiebro, por los adentros. Entre esos tres pares de banderillas y los 15 que se habían, visto anteriormente, si exceptuamos uno a topa-carnero de Esplá, había gran distancia, pues una cosa es clavar, donde caiga y a cabeza pasada, y otra muy distinta asomarse al balcón.

La faena de Andresín al tercero, un inválido sin codicia, no tuvo arte, aunque sí valor. Transcurrió voluntariosa e intentó valientemente ligar los iniuletazos. Ese toro y todos los diemás (salvo el sexto) sólo soportaron un puyacito y, aun así, eran de los de mírame y no me toques. Con semejantes toros, la lidia no tiene sentido y únicarnente podrían redimirla un poco toreros con inspiración y gusto que ofrecieran una versión axtística de la tauromaquia.

Pero no los había en la plaza. Esplá y Carretero preferían cumplir pundonorosamente su cometido laboral y pegaban pases. A Carretero le volteó el sobrero, que esgrimía certero el pitón derecho. Esplá intervino entonces con, la oportunidad de un estupendo quite al compañero en peligro. Las avalanchas de, mediocridad quedaron allí en suspenso, y la música. Pero enseguida recreció el torrente y la banda, Dios la bendiga, volvió a atacar sus pasodobles con renovados bríos.

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