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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dos veranos socialistas

EL SECTOR dominante del PSOE que llegó al poder en 1982 rondaba la cuarentena. Nacidos poco después de finalizar la guerra civil, habían sido testigos de la desertización cultural de los cincuenta, se habían radicalizado -a su paso por la Universidad- en los sesenta, viajado en los setenta. Al poder Regaban en pleno viraje ideológico y vital. Desengañados de las utopías viejas y huérfanos de nuevas, pensaban, sin embargo, que la realidad podía ser, si no transformada de raíz, sí profunda mente reformada. El choque con la opacidad de lo real fue tan terrible que cundió el desconcierto. Faltaba costumbre. Pero, además, entraban en la cuarentena de edad, la famosa crisis de los cuarenta de que hablan los psicólogos. Uno de sus efectos fue la fascinación por lo que ignoraban, el descubrimiento, tardío, de la erótica de la popularidad, las revistas del corazón, el suave rumor de lo beautiful. Como no acababan de creerse que eran ellos quienes mandaban, se sintieron arrastrados a buscar confirmación de su nueva situación mediante la busca de aceptación en un mundo que no era el suyo, pero en el que se les admitía con curiosidad. Se trataba de un reflejo similar al que una década antes había empujado a Santiago Carrillo a fotografiarse con duquesas a fin de dar verosimilitud al pacto por la libertad. Todo ello, claro está, con matizaciones. Un Boyer o un Luis Solana tenían más posibilidades de encajar en ese mundo que, por ejemplo, el dúo sevillano formado por un antiguo ahogado laboralista, hijo de un lechero santanderino, y su lugarteniente, perito industrial y librero pocos años antes. A éstos no se les llegó a admitir nunca porque eran dos particulares, dos plebeyos con suerte. Algo que todavía no les ha sido perdonado.

El pasado verano fue a la vez el cenit y el canto del cisne del idilio de los socialistas con la guapa gente. En primavera, la estrella de Boyer, refulgente, actuaba de faro. Se le auguraban destinos aún más esplendorosos, y los epígonos tomaban posiciones, de cara al inminente verano, en la prensa rosa. Luego vino lo que vino. El sorprendente desenlace de la crisis de Gobierno y el afianzamiento de los plebeyos.

Ganado el referéndum y garantizados otros cuatro años de mayoría absoluta, Guerra pronunció el "hasta aquí hemos llegado", informó que la cara era el espejo del alma y distribuyó consignas estrictas. "Este verano", dijo a los ministros, "en bicicleta, con botijo y acompañados por la señora, los niños y el pañuelo atado con cuatro picos a la cabeza". Se acabó lo que se daba. Ni Azor ni galas de la Cruz Roja ni amoríos desmelenados. Bicicleta, botijo y familia. La consigna ha sido seguida tan a rajatabla que ha habido un ministro que no se ha atrevido a subir a bordo del yate de unos amigos por temor al qué dirán. Claro que no todo ha sido cuestión de estilo. Los sondeos revelaron el año pasado el mal efecto causado por el crucero presidencial, y uno reciente ha puesto de manifiesto que los afiliados al PSOE se consideran a la izquierda del Gobierno, del que esperan en los próximos años una evolución hacia zonas menos templadas. Y aunque Guerra ya no es marxista, no ha olvidado la sentencia del de Tréveris según la cual "la existencia determina la conciencia", ni tampoco la anónima que predica que "una imagen vale más que mil palabras". Y ha decidido poner orden en la casa. Así, este verano tan caluroso se ha convertido, desde el punto de vista oficial, en el reverso, o contrario dialéctico, del anterior.

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